Tras otro fin de jornada con mis alumnos… ¡Decidí contarles!
• Niños y adolescentes vienen a mi espacio de acompañamiento escolar personalizado, con saberes no incorporados, o perdidos en cuarentena por lo complejo de la virtualidad, y aún no recuperados.
• Se suceden días y días sin clases por diversas razones, que empeoran su panorama, fundamentalmente en instituciones educativas de gestión estatal.
• Algunos alumnos me confían sobre suplencias y más suplencias… que deterioran el vínculo docente-alumno tan esencial.
• Acuden estudiantes y familias con material de estudio no oficial, tendiente a adoctrinar o instruir sobre aspectos de coyuntura o actualidad local, fuera de la currícula para ese nivel escolar.
• ¡Se evidencia a diario la ya consabida dificultad que lamentablemente presenta una amplia mayoría del alumnado para comprender textos, a niveles académicos en que el problema se ve representado en la incapacidad para leer de modo fluido, resumir y estudiar materias humanísticas; y también para interpretar consignas en matemáticas!
Claro que sería ideal intensificar el trabajo de lectura y técnicas de comprensión en todos los niveles, pero esto no pasa en la mayoría de los colegios…
• Los alumnos no cuentan con una base sólida en matemáticas, por lo cual cada nuevo contenido los lleva a situaciones angustiantes, y a la necesidad familiar de recurrir a un acompañamiento escolar externo que por cuestiones económicas es impracticable para muchos…
Luego en mi espacio se da una suerte de ‘Juego de la Oca’, yendo ‘unos pasos hacia atrás’… para fortalecer temas como vocabulario matemático específico, conocimiento de factores primos, ¡qué es un múltiplo o divisor, técnicas de cálculo mental o qué es en esencia una ecuación!
Esto muchas veces, y erróneamente, conduce al objetivo de solo buscar ‘aprobar’ para seguir adelante, apartándose docentes y familias del fin primigenio de la Educación como derecho, que es ‘aprender’.
• A muchas de estas problemáticas ya las conocen, y podría además contarles sobre aulas ruidosas donde ‘no se escucha lo que dice la seño’…, o se requieren trabajos prácticos como recuperatorio… del recuperatorio; se indica un exceso de ‘tarea’ para hacer en casa, se entrega material para que lean y ‘entiendan’ solitos, aparecen problemas edilicios que impiden o dificultan el dictado normal de clases, etc.
SERÁ GRANDIOSO CAMBIAR ESTE SISTEMA ‘DEFECTUOSO’ PARA SÍ GARANTIZAR DESPUÉS LA EDUCACIÓN QUE LOS NIÑOS MERECEN…https://medium.com/@ecoeducativo.futuro/hacer-docencia-desde-el-acompa%C3%B1amiento-personalizado-37d87f97dbb7
¡¡¡ES SU FUTURO Y EL NUESTRO!!!
INVESTIGADOR CARLOS SKILAR. Resulta curiosa, por no decir trágica, la frecuente opinión (o percepción, o inducción) que sugiere que la escuela ha perdido en estos tiempos su sentido más fundante y decisorio: el de educar a cualquiera, el de educar a cada uno, esa opinión (o sensación, o decisión) conlleva una tonalidad sombría, tosca, un encogimiento de hombros, una cierta mirada perdida que se abandona asimisma. Y lo curioso de la expresión, lo trágico de la afirmación, es que en buena medida es producida por aquellas y aquellos que hemos pensado alguna vez en su inefable “necesariedad”, en su inestimable empuje hacia la posibilidad de una vida o de vidas distintas, en su encomiable batallar por la vitalidad y la vigencia del gesto de educar.
También es curioso que la sospecha acerca de la no-educación provenga sistemáticamente de cierto espíritu mediático que todo el tiempo cree que no educa, que no enseña, que no instruye, y sí omite a diario su propia práctica irresponsable. No quisiera caer en la tentación de especular qué sería de nosotros sin la escuela o qué fue de la humanidad antes del surgimiento de las instituciones educativas modernas. Lo que me parece sustancial es encontrar sentidos al educar en este aquí y ahora, que no es caprichoso ni ocasional, sino el presente en toda su extensión y hondura.
Veámoslo así: si bien las escuelas han perdido cierto rumbo no apenas por las transformaciones vertiginosas y caóticas de estos tiempos, sino también por la creciente precariedad de los objetos y del hábitat educativo, no menos cierto es que lo intentan todo para reconciliarse con los sentidos múltiples del acto de educar. La crisis educativa es, sobre todo, un padecimiento que atañe a una imagen del mundo y no sólo a una imagen escolar: se padece de la falta de conversación entre generaciones, se padece de inequidad, se padece de promesas políticamente insulsas hechas a la carta, se padece de la ausencia de experiencias sentidas y pensadas.
La acusación que la educación ha perdido su fisonomía: es falsa e injusta.
Todo remite a una paradoja de difícil solución y de equívoco planteo inicial: el mundo le pide a la escuela que cumpla con su estirpe civilizadora, que ciudadanice, que abra el horizonte del trabajo, que sea inclusiva, que genere valores de aceptación y pacificación, que cree una atmósfera de armonía y convivencia.
La cuestión es que el mismo mundo que le exige todo esto a la educación, es un mundo incapaz de realizarlo. Mientras la escuela intenta afirmar la vitalidad, la diferencia y el estar-juntos; el mundo, burdamente representado por sus mecanismos de mediatización informativa, sólo aporta la estética de la violencia, la postergación de lo humano, el folclore de lo bizarro y la espectacularización de los cuerpos diseñados por bisturís y escalpelos.
En medio de la batalla por la sobrevivencia, en medio de los perversos conteos de muertes, secuestros e indolencias, en medio de los apelativos (falsos o ficcionales) sobre la necesidad de diálogo y consenso, en medio de la desolación planificada en secuencias de imágenes sobreactuadas, es posible pensar todavía en la transparencia del gesto educativo.
Un gesto que no es heroico, que no debe ser demasiado enfático, que no puede ser apenas un modo indirecto para definir nuestras virtudes, sino un gesto diario, mínimo, que se relaciona con una responsabilidad única: la responsabilidad por la vida de cualquier otro. Con firmeza, pero no con rudeza, hoy la educación debe plantearse y de hecho ya se plantea la necesaria inauguración de otro tiempo y de otro espacio con respecio al mundo mediático e hiper tecnológico que la rodea. No tanto la enseñanza de cómo vivir (tantas veces teñida de burda moralidad) sino la transmisión de la experiencia de un tiempo a otro tiempo; no tanto la insistencia por unos contenidos, sino más bien la presencia en el acto de enseñar, no tanto elaborar un discurso sobre los alumnos presentes, sino una ética a propósito de sus existencias.
Sé el primero en comentar