Durante la trayectoria escolar, las matemáticas tienen una amplia presencia en los diseños curriculares.
Sus horas son demasiadas en comparación con otros espacios y, en el estereotipo, están identificadas como sinónimo de conocimiento o inteligencia.
Desde primer grado de la Primaria hasta el sexto de la Secundaria, constituyen doce años ininterrumpidos como la asignatura independiente que, acaso, goce de mayor legitimación entre quienes preparan los Planes de Estudios.
Asimismo, las estadísticas oficiales muestran datos preocupantes: las pruebas PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, según su traducción al español) o el Operativo Aprender en Argentina, confirman que es la materia que representa el mayor obstáculo para el desempeño educativo de los niños y adolescentes. Incluso, puede ser factor de repitencia o deserción.
Sin embargo, habría un debate que comienzan a plantearse pedagogos especializados en la disciplina:
¿Qué convierte a las matemáticas en un saber tan complejo?
¿Cómo podría ser posible generar otras instancias de acercamiento a sus problemas y soluciones?
¿Hasta qué punto estimulan el razonamiento y hasta qué otro punto deviene una experiencia dogmática?
¿Para qué sirve?
¿Cómo aplicarlo a la vida cotidiana?
Todos esos interrogantes parecen quedar excluidos de las didácticas tradicionales y comienzan a mirarse de otro modo en la actualidad.
Cuando doctores en Matemática tienen al mismo tiempo aptitudes docentes, haciendo transposiciones que socialicen el saber, la historia es otra.
El último 22 de marzo, el investigador de CONICET Luis Cafarelli obtuvo el Premio Abel, una distinción también noruega que es comparable al Nobel y se entrega cada año a los académicos matemáticos más importantes del planeta.
La distinción, relativamente reciente, se creó en 2002 como homenaje al matemático Niels Henrik Abel (Noruega, 1802-1829), quien falleció prematuramente a causa de una tuberculosis. Según el sitio Celeb-True, «Niels Henrik Abel enriqueció enormemente el campo de las matemáticas con sus hallazgos y descubrimientos. Se nombran varios teoremas y ecuaciones en honor a este gran matemático, incluido el teorema binomial de Abel, la ecuación de Abel del primer tipo, el teorema de irreductibilidad de Abel y el teorema de Abel».
En el caso de Cafarelli, el galardón confirma el prestigio de la ciencia argentina a nivel global. Dice Infobae: «El gran mérito que le valió el Premio Abel fue introducir nuevas e ingeniosas técnicas que pueden ser utilizadas para resolver problemas que están relacionados con las ecuaciones de la naturaleza o la matemática financiera. También sirve para la comprensión de los compuestos químicos que atraviesan las membranas de células».
Este tipo de logros llevan a pensar la manera de transformar la enseñanza de las matemáticas a partir de juegos, pensamientos laterales y diversas habilidades cognitivas que quedan al margen cuando aparecen reducidas a una mera fórmula o resolución de ecuaciones abstractas.
El gran problema radica allí: en la lejanía y la incapacidad de simbolizar.
La clave pasaría por entender que las matemáticas son un ejercicio del cerebro para razonar mejor.
Luego de obtener el reconocimiento, Cafarelli compartió algunas reflexiones muy valiosas para dimensionar el logro:
- «Hay siempre una discusión si uno inventa o si se descubre la matemática. Depende de qué matemática se haga. Hay áreas que tienen el objetivo de crear. En mi caso uno descubre que se puede describir un fenómeno a través de modelos que dan una visión muy limitada. Luego se pueden evaluar cómo interactúan las diferentes variables. Para mí la matemática es descubrimiento y eso es lo que me encanta».
- «De alguna manera, hay varias matemáticas. Hay una matemática muy abstracta. Otra muy aplicada. Otras están muy mezcladas con otras ciencias. Yo hago matemática que describe cuestiones numéricas como teoría de gases. Miramos la descripción matemática y nos ayudamos con las otras matemáticas», dijo.
- En matemática, uno puede dejar un problema difícil por un tiempo, y dedicarse a otro tema. Quizá algún día hablando te das cuenta cuál es la solución. Seguramente hay matemáticos que se desesperan cuando algo no les sale bien. Pero mi actitud no es un problema de matemática no el fin del mundo. En algún momento lo resolveré».
Tales perspectivas, tan abarcadoras como significativas, invitan a pensar otras maneras de vincularnos con una instancia clave de la cognición humana.
La matemática debe dejar de representar un obstáculo para convertirse en oportunidad.
Si a ese genuino deseo se le sumaran maneras atractivas y cautivantes de comunicarla, la consecuencia lógica será que el ejercicio de la disciplina -en cualquier ámbito posible: escuela, universidad, barrio o café- devenga una convocante inspiración para las nuevas generaciones.
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