“La profesión docente en la Argentina siempre tuvo una tradición femenina. Sin embargo, me sorprende que todavía hoy persista esa característica”. He decido comenzar mi nota con apalabras de Guillermina Tiramonti, pedagoga, investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y autora del libro El gran simulacro: el naufragio de la educación argentina. Ahora bien, y analizando números fríos, coincido en lo expresado por ella.
Pero en el sistema educativo, no todos los niveles y modalidades, reflejan esa realidad. Tampoco en lo que respecta a las estudiantes mujeres.
Si bien cada nivel de la Educación Técnico Profesional presenta sus particularidades en relación a la desigualdad de género, en el caso de Formación Profesional es particularmente importante dar cuenta de estas desigualdades vividas, ya que no solo han impactado en la matricula, en las dinámicas escolares, Diseños Curriculares, etc., sino que también una vez terminado el curso, al momento de la inserción laboral.
Con mucho beneplácito he observado cómo, en estos últimos años, no sólo se ha incrementado la matrícula de los cursos, antiguamente considerados “para varones”, sino que son muchas las mujeres que integran los equipos de conducción de los CENTROS DE FORMACION PROFESIONAL O LABORAL. Y eso es para celebrar.
Si bien las mujeres se han ido incorporando en los niveles y modalidades de la ETP, eso no redujo las brechas al interior de la Modalidad y las desigualdades de género en los procesos de inserción laboral y profesional.
De un tiempo a esta parte, se viene gestando la “institucionalización de la perspectiva de género en Formación Profesional” cuyo objetivo es fortalecer las políticas públicas educativas a través de diferentes líneas transversales como el enfoque de género en el Diseño Curricular para la Formación de Instructores (docentes), en los nuevos Diseños Curriculares, en las prácticas institucionales de orientación profesional, en las estrategias de gestión y organización institucional, haciendo visibilizar iniciativas sobre la temática y socializando material.
A pesar de ello, todavía predomina en alguna parte de la sociedad el estereotipo que relaciona al hombre como directivo y se considera que la mujer no puede serlo porque le falta capacidad de mando y autoridad. Además, el hecho de que la mujer siga siendo la que más horas dedica al cuidado de la familia y del hogar, implica que encuentra menos tiempo para realizarse y crecer profesionalmente.
Según un informe de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), en Argentina solo el 6,9% de las grandes empresas, el 4,7% de las medianas y el 9,5% de las pequeñas son lideradas por mujeres. En ese mismo relevamiento indican que apenas el 28% de los puestos gerenciales y de liderazgo en las organizaciones a nivel mundial
están ocupados por mujeres.
Y aquí aparece un término, que es más que eso…el de techo de cristal: se refiere al conjunto de normas no escritas al interior de las organizaciones que dificulta a las mujeres tener acceso a los puestos de alta dirección. Su carácter de invisibilidad es resultado de la ausencia de leyes y códigos visibles que impongan a las mujeres semejante limitación. Desde un principio se utilizó para hacer referencia a las barreras que la mujer tiene para avanzar en la escala laboral, que no son fácilmente detectables, pero suelen ser la causa de su estancamiento.
El concepto "techo de cristal" tiene su origen en 1978. Fue la consultora de ámbito laboral en Estados Unidos, Marilyn Loden, quien quiso poner en palabras la desigualdad que se vivía en su ámbito de trabajo.
Muchas veces es difícil de percibir estas actitudes a simple vista porque justamente, este; está arraigado a la estructura de la sociedad y su modificación puede darse únicamente con un cambio cultural que dé cuenta del machismo socialmente establecido.
La institución educativa tiene que ser ese lugar que trabaja para disolver las arbitrariedades, desigualdades e injusticias. Su trabajo ha cobrado sentido en esa tarea constante de interrumpir la lógica de las desigualdades y su naturalización.
Para ello se hace indispensable hacer visible las injusticias que han sido convalidadas como resultado de imposición de fuerza o arbitrariedad. Por ello, propongo caminar hacia esa búsqueda de una “escuela más hospitalaria”, capaz de “alojar” a todos y que practique la otredad, la empatía, la sororidad, no es un horizonte utópico al que parece que sólo se puede pensar en abstracto y en el largo plazo, sino como aquello que toma sustancia en muchos gestos cotidianos, basados en el reconocimiento y no en la impugnación, en vínculos más igualitarios.
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