José de San Martín es la figura más destacada de nuestro panteón nacional. Sin embargo, nuestros conocimientos del Padre de la Patria como sujeto histórico son bastante acotados. ¿Mason o clerical? ¿Republicano o monárquico? ¿Blanco o mestizo? ¿Americanista o espía al servicio de Inglaterra? Las controversias se reproducen con el paso del tiempo, sin que a menudo resulten concluyentes los argumentos presentados.
Nacido en Yapeyú en 1778, su familia se traslado poco tiempo después a Buenos Aires, para emprender finalmente su regreso a España. Los datos biográficos son confusos e incompletos. La mayor parte de su vida permanece en las sombras. Sin embargo, apenas 12 años entre su retorno a Buenos Aires en 1812 y su retiro definitivo de la vida pública en Perú, en 1823, fueron suficientes para proveer de contenido a un mito que se originó en 1887 con la publicación de la Historia de San Martín y de la emancipación Sud-Americana, de Bartolomé Mitre, y que reconoce diversas reformulaciones entre 1930 y 1955 impulsadas por el revisionismo. A partir de su partida del territorio americano nuevamente las sombras se adueñan de su existencia hasta el momento de su defunción. Vuelve a ser una incógnita que llamaba la atención incluso de sus propios contemporáneos, como lo señala el artículo publicado en La Revue de Paris en 1829, “Los exiliados de Bruselas”: “San Martín es, sin duda alguna, uno de los hombres más completos que puedan encontrarse: militar excelente, espíritu elevado, carácter firme, buen padre a la manera burguesa, hombre de fácil acceso y de un atractivo personal irresistible. Resulta inexplicable el reposo a que se ha condenado en pleno vigor de su edad y de su genio”.
La construcción del mito
Fue en principio la pluma ágil y voraz del fundador de La Nación la encargada de delinear los rasgos del San Martín mítico, con la finalidad de proveer consistencia histórica al modelo socio-político del liberalismo oligárquico. Para ello, Mitre desarrolló un relato pedagógico y moralizador sobre la trayectoria de un héroe cuya finalidad excluyente identificaba la independencia americana. Su San Martín no era un “político en el sentido técnico de la palabra”, sino un “hombre de acción” que prefería abandonar la lucha antes que derramar la sangre de sus hermanos.
“Abdicó conscientemente al mando supremo en medio de la plenitud de su gloria –sostenía Mitre-, si no de su poder, sin debilidad, sin cansancio y sin enojo, cuando comprendió que su tarea había terminado y que otros podían continuarla con más provecho para la América. Se condenó deliberadamente al ostracismo y al silencio, no por egoísmo ni cobardía, sino en homenaje a sus principios morales y en holocausto a su causa”.
De todas formas, esto no privó a su biógrafo de adjudicarle consideraciones sobre el modelo social y político coincidentes con la opinión de la oligarquía porteña. En efecto, Mitre se permitió aseverar que para San Martín resultaba “imprudente fiar al acaso de las fluctuaciones populares, deliberaciones que debían decidir de los destinos, no sólo del país, sino también de la América en general”, prefiriendo decidir “entre pocos lo que debía aparecer en público como el resultado de la voluntad de todos”.
Sin embargo, lejos estuvo Mitre de formular una apología de San Martín. La tensión entre ambos es indisimulable, como lo fueron sus elecciones contrapuestas cuando se trato de optar entre la soberanía y el coloniaje. Véase al respecto la siguiente sentencia, que expresa la tensión entre los méritos indudables que no puede retacearle a San Martín, y la indisimulable condena que le provocan sus decisiones y puntos de vista:
“Estos dos hombres –refiere a Belgrano y San Martín–, que tan mal comprendían las necesidades de su época y tan mal representaban moralmente la opinión dominante del pueblo en cuanto a la forma de gobierno, fueron, empero, las dos robustas columnas en que se apoyó el Congreso de Tucumán, los verdaderos fundadores de la independencia argentina…”.
Estas diferencias con el proyecto político americanista de San Martín condujo a la historiografía liberal del Siglo XIX a tratar de convertirlo en “el tonto de la espada” – al decir de un ocurrente comentarista de la época- ocultando para ello su pensamiento, sus dotes intelectuales y su condición de potente político y estadista.
El relato paradigmático de Mitre consiguió mantener su vigencia hasta el presente, aun cuando no faltaron nuevas formulaciones que lo pusieron en cuestión. En la década de 1930, un San Martín en el que se subrayaban sus rasgos militares, nacionales y, en ocasiones, su marcada fe católica, postulada por el revisionismo de la época, entró en competencia con la versión liberal y laica precedente. Al respecto, la obra de Ricardo Rojas, El Santo de la Espada (1933), le proveyó de un apelativo y de un perfil del cual no habría ya de disociarse.
Los años del primer peronismo permitieron adicionarle una dimensión nacional y popular, que presentaba al general Perón como su heredero natural. Pese a sus contradicciones, liberales, revisionistas y peronistas coincidieron en presentar a San Martín como un mito, despojado de encarnadura histórica. Desde el campo conservador, Natalio Botana le reprochó a San Martín no haber podido emular a Washington –“padre constituyente” y presidente de EEUU–, y Luis Alberto Romero puso en duda su compromiso con la causa nacional, definiéndolo como un liberal español. Una vez cristalizadas estas construcciones, el interés historiográfico decayó, y sólo en los últimos años se reavivaron antiguas discusiones sobre su condición de agente inglés, su adscripción masónica o, como ha sostenido Rodolfo Terragno, la autoría del plan de operaciones.
Criticas y claves
Pese a todo, contamos con elementos de juicio que permiten descartar la tesis del apoliticismo de San Martín. Desde su llegada a Buenos Aires se advierte su interés por participar del juego político a través de la fundación de la Logia Lautaro, el desplazamiento del Primer Triunvirato y la convocatoria de la Asamblea del Año XIII.
Si bien es cierto que San Martín evitó tomar partido en las disputas facciosas, asumió con satisfacción la Gobernación de Cuyo y mantuvo fluida correspondencia con sus representantes en el Congreso de Tucumán, instándolos para concretar la sanción de la Independencia.
San Martín aseguraba que los pueblos debían regirse con “las mejores leyes que sean apropiadas a su carácter”. Por ese motivo, si bien mantuvo el sistema de gobierno cuyano heredado de la administración colonial, le impuso un dinamismo inédito. Protegió la manufactura local aplicando medidas proteccionistas sobre vinos y aguardientes, estimuló la creación de empleo y las mejoras salariales. Necesitado de hombres, dispuso la liberación de esclavos con el único compromiso de combatir hasta terminada la guerra, y garantizó derechos a los pueblos originarios
Su gestión incluyó un fuerte control social, que incluyó la supervisión de correspondencia, la inspección de viviendas y una estricta vigilancia sobre el pago de impuestos. Se controló a los trabajadores por medio de una libreta de trabajo que debía ser firmada por el empleador, a quien se le exigía a su vez estar al día con los salarios.
Aun siendo convencido monárquico, no dudo en definirse como “un americano republicano por principios e inclinación”, cuando le pareció conveniente. Este pragmatismo tenía límites precisos, ya que estaba subordinado al logro de sus objetivos: sancionar la independencia y garantizar la integración americana. Por esta razón demostró interés en alcanzar un acuerdo con Artigas y la Liga Federal para propiciar la unidad territorial en 1815, y no dudo, durante el Bloqueo Francés de la década de 1830, en obsequiar su sable al “General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tentaban de humillarla”.
San Martín, hoy
La reconstrucción de esa dimensión histórica de San Martín permite poner en cuestión las construcciones míticas. Partidario de una drástica centralización política, sus acciones y reflexiones revelan una matriz común a la mayoría los caudillos federales: esto se advierte en su defensa acérrima de la soberanía americana, la promoción del trabajo asalariado y el derecho a una justa remuneración. También en su preferencia por la autoridad monárquica, el orden fiscal y la garantía de justicia para todo el cuerpo social.
San Martín coincidía con Rosas al identificar a la guerra y la indisciplina de las clases propietarias como principales causas de la anarquía argentina y, como éste, apostó a la subordinación de las clases acomodadas al poder político, la pacificación a través de la restricción de la actividad política y la concreción de la unidad territorial. Estas coincidencias se reflejaron, por ejemplo, en su apoyo a la celebración de acuerdos con Artigas, para garantizar la paz y la independencia, o bien en su alta valoración de la gestión del Restaurador.
Naturalmente, este San Martín real no ofrecía la encarnadura apropiada para dotar de consistencia histórica a un modelo liberal, porteñista y dependiente. Por esta razón el fundador de La Nación no dudó en distorsionar su contenido histórico, para tratar de incorporarla al bronce del ideario oligárquico. Es necesario desmontar estas construcciones ideológicas y educativas, para recuperar la historia que se esconde tras del mito del Padre de la Patria.
Es sabido por hotros historiadores que a su
regreso de batallas ,en Pto Montevideo por
traer ideas nacionalistas de producción y crecimiento de nuestro país exilia a Francia
pues al querer destruir el enriquecimiento
de las importaciones inglesas es amenazado
y debe exigir