A veces me cuestiono sobre la doctrina de evitar el «no» y las «prohibiciones».
«No traigas malas notas, no vengas tarde a casa, a qué hueles, ¿no habrás fumado?» Son frases que he oído durante toda mi adolescencia. Mis padres me las decían constantemente y creo que no tengo daños psicológicos graves (quién opine lo contrario, por favor que me lo diga, con delicadeza, pero que me lo diga).
Preparamos a los niños para vivir en una sociedad que no es real. Para vivir en un mundo sin noes, sin prohibiciones, donde habita el conejo de la suerte y el sombrerero loco nos espera para tomar el té. ¡Vamos, anda!
En la vida las cosas están prohibidas; fumar en lugares públicos, ir en contra dirección, asesinar al vecino… Si rompes las normas, sufres una consecuencia, ¿no es así? ¿Por qué hemos de enseñarles a vivir de otra manera? Al final el problema son las formas y la equidad: No vas a imponerle un castigo mortal por comerse una chuche a escondidas, pero tendrá que saber que eso NO se hace y que puede tener una consecuencia acorde con la gravedad de la acción (si es que no nos gusta la palabra castigo).
Sería estupendo que al llegar a una calle con tu coche hubiera un policía que amablemente te dijera:
«Disculpe, señorita, sería mejor que fuera usted por aquella otra calle, los coches circulan en sentido contrario por esta y podría resultar herida si colisiona»
Pero no, te vas a encontrar con una señal roja con una raya blanca horizontal que te lo prohíbe y con un agente que te soplará una multa si rompes las normas. ¿No es eso castigar? No sé, yo no estoy traumatizada por respetar unas normas de convivencia. Si me ponen una multa, me fastidia y mucho, pero en el fondo, sé que no hice lo que debía y seguro que (al precio que van) intentaré no volver a repetirlo.
He estado investigando las palabras que han sido eliminadas del diccionario de la RAE y entre otras me he encontrado : boleador, acupear, bigorrella… Pero no me ha parecido ver la palabra «No» entre ellas.
«No» es una palabra estupenda, con mucha fuerza y muy conveniente. Si evitamos que los niños la escuchen porque estamos al último grito de las corrientes educativas, favorecemos el que no sepan decirla cuando es preciso, ¿puede haber algo peor? Por propia experiencia os aseguro que NO.
Mónica Bordanova
www.lolapirindoladigital.com
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