El Curriculum oculto nos da la razón, en él cobra importancia el marco social e institucional, en el interior de los cuales los niños se apropian de modos de pensar, principios de conductas, normas sociales.
A modo de ejemplo: Un docente puede estar dando una excelente clase sobre valores democráticos, pero si lo hace de una manera autoritaria, corre el riesgo de que sus estudiantes se queden pensando más en esa forma autoritaria que en los valores democráticos que el docente pretendía enseñar.
“La violencia se aprende” dijo una colega, y tiene razón. Afortunadamente todo se aprende, las cosas malas, como las buenas, por lo tanto existe un margen donde actuar, un pequeño margen donde se puede trabajar la alteridad y la empatía. Si no desarrollamos estos dos sentimientos, difícilmente podremos evitar situaciones de violencia. Uno de los rasgos característicos de la violencia es su complejidad, sus diferentes caras: Psicológica, económica, física, simbólica… etc.
“No creo que ahora estemos contemplando el cenit de la violencia” diría un juglar al ver a los campesinos como espectadores entusiasmados, en medio de una ejecución pública medieval. Y tendría razón.
Siempre existió la violencia en su forma más cruel, la diferencia es que ahora existe una proyección ilimitada de imágenes violentas en los monitores. Al pesimismo que puede darnos esta sensación de vivir en una sociedad híper-violenta hay que contrarrestarla con educación. Nos interesamos en la Ética porque ocupa un lugar importante en los procesos que se refieren a la idea de Educar desde la revalorización de los conceptos de cooperación, compromiso y responsabilidad. Recomendamos el trabajo del catedrático español Eduardo Vila Merino, quien avanza en el estudio de la Ética (pueden encontrarla en la referencia bibliográfica).
La ética desde este punto de vista reside en su vocación de interrelación solidaria entre los seres humanos y entre estos y el contexto, es decir, su responsabilidad ante sí mismos y ante el conjunto social y natural. No se trata de simples fórmulas de comportamiento individual sino de una superación del deseo y la voluntad individuales, para trasladarse al campo de lo colectivo, de lo común, de lo público. La ética de la responsabilidad nos obliga a la acción, como la facultad que tenemos para producir colaborativamente los cambios sociales necesarios.
Tal como sostiene Arboleda Julio, director de REDIPE en 2014: “El docente genuino, hace de su acto formador un laboratorio de vivencia de acogimiento del otro en su especificidad, de reconocimiento y respeto por sus intereses, creencias, motivaciones, cultura, historicidad, carencias, situación de indefensión y contingencia, inquietudes, ritmos y estilos de aprendizaje, entregándose a cada uno, (…) no con la finalidad de completarlos como si fuesen cada uno un recipiente pasivo, sino con el propósito último de anidarlos en sí mismo como otros que lo configuran y descentran de cualquier posibilidad yóica, acto en virtud del cual él mismo se afirma como educador y como persona, como partícipe ético-político de la construcción de escenarios favorables a la vida y a los procesos de humanización.” (Arboleda 2014)
Recordemos que entendemos al espacio escolar como ámbito de producción y circulación de saberes y expresión de diferencias culturales, que sin duda deben ser respetadas. La práctica de la interculturalidad implica la participación y el diálogo paritario entre sujetos sociales portadores de diferentes culturas, lo que tiene como consecuencia asumir y potenciar el pluralismo como un valor.
Resumiendo:
La empatía es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra, en otras palabras la cualidad de sentir y respetar el sufrimiento del otro. La dignidad se basa en el reconocimiento de la persona de ser merecedora de respeto, es decir que todos merecemos respeto sin importar cómo seamos. Al reconocer y tolerar las diferencias de cada persona, para que ésta se sienta digna y libre, se afirma la virtud y la propia dignidad del individuo. Entra en juego aquí la alteridad, ésta sólo es posible sobre la base de la convivencia, el diálogo y el compromiso, lo cual no significa uniformidad. La alteridad emerge desde el encuentro entre lo propio y lo otro que se hace presente frente a nosotros. Un encuentro a través de la diferencia, la comprensión y el reconocimiento. Muchos colegas equivocadamente hablan de dignidad, y condenan la violencia, pero lo hacen de una manera selectiva, (condenan algunas acciones y hacen la vista gorda ante otras) y esto nos aleja de nuestra actividad pedagógica. La dignidad y el respeto no son trajes que nos ponemos cuando queremos, es una práctica que debemos hacer siempre.
Será el ejemplo del docente, entonces, el mejor maestro.
Bibliografía utilizada
ORTEGA P. y otros. (2014) Educar en la Alteridad. Tomo 1. Editorial REDIPE
Vila Merino E. S. (2003) De la ética del discurso al discurso de la educación. Revista de Aula de Letras. Humanidades y Enseñanza. Universidad de Málaga
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