En el contexto actual de nuestro país existe una extensa lista de trastornos específicos del desarrollo en niños y niñas en edad escolar. Muchos de ellos no son vislumbrados hasta pasado el tiempo en que la estimulación pueda hacer algo al respecto. En el contexto actual, post pandemia nos enfrentamos a un momento crítico en lo que respecta a la educación. Nuevos modos de hacer dieron lugar a la perpetuidad de prácticas que actualmente no se adecuan con las necesidades reales de los chicos que la requieren. Hay un qué hacer que resuena en educación y tiene que ver con las secuelas también no solo del contexto post pandemia sino además la revolución tecnológica que pusieron de relieve un posible déficit marco económico neoliberal. Actualmente nos encontramos frente a la era de la inmediatez, del ahora, del soltar y fluir. Sin tener en cuenta el compromiso que conlleva enfrentar una crisis aunque sea mínima. De sostenerla, transitarla y sobre todo poner a prueba herramientas para superarla.
Estamos frente a una coyuntura de saberes que se entre cruzan, discursos que creen ser compartidos y sobre todo un supuesto saber hacer al respecto de situaciones que merecen ser titulares de sujetos para su tratamiento. Siglas y siglas encubren cada vez más en las aulas la falta de algo más. Algo que existía y hoy no. Algo que para el contexto anterior quedaba bien y hoy queda corto.
¿Hiperactividad en la niñez? ¿O tutores faltos de paciencia para educar la paciencia?
TGD? ¿O tutores dañados sin paciencia para criar sin pantallas?
TDAH? ¿O tutores sin herramientas emocionales para conectar con las necesidades de un infante proyectado constantemente los trastornos de ellos?
Existen hoy día muchas siglas, todas ellas merecen ser tratadas, pero no por ello generalizadas. Rotular para titular o rotular para hacer algo con ese niño?
Me pregunto de qué sirve el diagnóstico a modo de título si a la hora de entrar al aula no existen políticas públicas reales que puedan dar cuenta de lo que merece ese sujeto en tratamiento. Existe una demanda de AT que supera la cantidad de especialistas, pero a la vez no llegan a poder suplir con la actividad que merece ese niño o niña. Cuando el AT pasa a ser una seño más, un seño más, cuando ni siquiera entra en el aula por la capacidad permitida, cuando se convierte en niñera o niñero, cuidador del estudiante y no un laburante más del equipo interdisciplinario, qué está haciendo? De qué sirve un título diagnóstico si nada se hace al respecto, si solo se trabaja en el colegio el problema o supuesto problema y no es casa.
Cómo si no saber escribir a los 7 años fuera un problema solo del colegio y no del contexto socioeconómico actual que tampoco permite una pausa para facilitar contextos alfabetizadores fuera del ámbito educativo. Porque si algo es cierto es que cualquier trastorno que pueda sobrellevar un niño o una niña no solo depende del tratamiento posible dentro del aula, sino que además hay que tener en cuenta a la salida del horario escolar qué es lo que sucede después.
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