Las condiciones actuales en materia de educación escolar obligatoria, nos hacen replantear los modos de hacer bajo la lupa ética de cuándo sí y cuándo no.
Ética a veces moral, a veces atada a un quehacer profesional que puede caminar por vereda ajena.
Se entrecruzan dentro del aula necesidades varias que hacen que la literatura cueste leerse, que la historia no quede en la memoria a largo plazo, que la lógica que subyace en algunos pensamientos no dé lugar al entendimiento de las matemáticas. Y así se van sumando al proceso de enseñanza y aprendizaje, diferentes necesidades. Y ahí de nuevo, el docente, con sus herramientas y seguro su replanteo de cuándo sí y cuándo no.
¿Cómo enseñar un sinfín de conocimientos a un niño, niña o adolescente que te mira dando un ejemplo extremo: con hambre. O que anoche se portó mal a la vara de un adulto que mide con traumas y no con amor?. ¿Cómo enseñar a ese niño, niña o adolescente que tiene en sus ojos la habilidad de comunicarnos algo de todo esto que le pasa y no puede ni sabe cómo manejarlo?. ¿Cómo sancionar un aplazo cuando nos habla de que algo pudo lograr aunque no sea pasar de grado?. Y ante todo esto, ¿cómo abrazar sin tocar?, si es que corresponde abrazar infancias en situaciones de riesgo antes de ponerse en frente del aula. Porque bien es sabido que actualmente no se puede tocar a los alumnos, eso abre un abanico inmenso de ideas, pre juicios y realidades. Y entre medio, ellos. Así que como siempre ellos están primero, seguro armamos nuevos modos de abrazar infancias. ¿Cuándo sí y cuándo no?
Cuando las realidades superan lo que nos enseñaron en la carrera elegida, tendremos que armarnos de nuevas herramientas para nuevas necesidades y eso abre la puerta a nuevos modos de hacer en materia de enseñanza. No se puede enseñar abrigando infancias sin convicción, compromiso y vocación, eso es seguro. Y es cierto que dentro de las misiones y funciones de un docente, no estaría el alojar angustias varias. Pero también es cierto que quién lo ha hecho, sabe que tiene la mitad del camino ganado con el pibe que necesita que alguien lo vea, que alguien sepa que está ahí. Porque en definitiva de eso se trata también, de impartir conocimientos para que otros los adquieran, los transformen y hagan de ellos la posibilidad de algo más.
Poder dejar huella en ese proceso que logra significado en contexto áulico es darle al futuro de ese alumno o alumna la posibilidad de un «poder hacer» con las realidades que los atraviesan. Que desde la historia, las matemáticas, la literatura se hagan dueños de sus verdades, hará posible que a futuro no caminen (o al menos tengan la oportunidad de elegir no caminar) sobre arenas movedizas. Y cada realidad le será medida no con la vara que los hizo padecer, sino con la idea de que siempre existen las posibilidades de superarse y superar cada realidad.
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