Salimos de casa un jueves cualquiera por la mañana y vamos hacia el coche. Andamos un poco despistados, son las 8 aún nos queda un ratito para despertarnos del todo.
Justo al otro lado de la calzada una pareja de hombres que se despiden con un fuerte beso apasionado de esos de película, «Leyendas de pasión» me valdría como ejemplo.
Rebeca se queda mirándolos, por un momento pensé que no los había visto, no porque me preocupe que lo haga, ¡ni muchísimo menos!, sino más bien porque no me sentía con la suficiente fuerza mañanera para afrontar como se merece una charla sobre de los tipos de pareja, la universalidad y la grandeza del amor en cualquier tipo de manifestación…, De la misma forma que me habría venido fatal explicarle la receta de la paella valenciana o de dónde vienen los niños. Temas que después de un almuercito afrontas con un poco más de alegría y si son las 6 de la tarde mucho mejor.
Andamos junto a la pareja en su momento más apasionado. Rebeca pasa muy callada. Cuando estamos a una distancia prudencial me mira y dice:
-Ayyyy… ¡Qué tiernos!
– Sí, ¡viva el amor! -Le contesto
Sonríe.
Es una satisfacción comprobar que a veces, las cosas salen solas. Tus hijos aprenden de ti cada minuto, de tu actitud frente a la vida y el mundo, de las cosas pequeñas que forjan tu día a día; tus comentarios, tus acciones, tus sentimientos… En ocasiones no es necesario explicar las cosas porque ya vienen dadas. Les enseñamos de modo consciente todo lo que pensamos que deben saber, lo que tenemos planificado que sepan, lo que pensamos que es importante para forjar su personalidad, pero lo más fascinante es que ellos aprenden de ti de forma inconsciente. Lo sé, es un arma de doble filo pero es lo que hay.
Aún a riesgo de pecar de modestia os confieso que cuando me encuentro con un reflejo de ese aprendizaje inconsciente, no sé a vosotros, pero a mí me da una satisfacción tan grande que tengo para varios meses.
Mónica Bordanova
www.lolapirindoladigital.com
Sé el primero en comentar