Independencias latinoamericanas: interpretaciones clásicas y nuevos problemas Leandro García

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Independencias latinoamericanas: interpretaciones clásicas y nuevos problemas Leandro García

A partir de estas transformaciones mencionadas Lynch sostiene que las colonias lograron un cierto equilibrio (por supuesto no exento de visibles tensiones) que estaba sostenido sobre tres instancias: la Corona y la administración monárquica, la iglesia católica y los sectores propietarios locales; detentando, respectivamente, el poder político, religioso y económico. Una delicada estabilidad que fue alterada por las reformas borbónicas durante el siglo XVIII, aunque especialmente las que fueron implementadas durante el reinado de Carlos III (1759-1788).
Varias razones pueden esgrimirse para comprender los principales objetivos que tuvo la corona para tomar estas medidas aunque se podría mencionar que era clara la percepción de la metrópoli en cuanto al grado de autosuficiencia americana y por otra parte, también resultaba evidente la necesidad imperial de resolver los propios desequilibrios económicos que ubicaron a España en una situación de “atraso” en relación con otras potencias como
Francia y Gran Bretaña.
Las reformas, que implicaron cambios sustanciales en los planos jurisdiccionales, políticos, religiosos, económicos y militares conllevaban claramente los riesgos de alterar el equilibrio de fuerzas al interior de las colonias con la posibilidad latente de generar fisuras en la estructura del imperio. Riesgos palpables en el amplio y ambicioso plan de Carlos III de devolverle a España la grandeza pérdida.
Evidentemente no podría no haber generado un fuerte impacto las siguientes disposiciones:
1) la creación de nuevos virreinatos, capitanías, intendencias; la expulsión de los jesuitas confiscándole sus bienes y terminando con sus actividades comerciales lucrativas;

2) una fiscalización con mayor rigurosidad en la percepción de impuestos;

3) la sanción del Reglamento de Libre Comercio que abrió la posibilidad para que funcionen nuevos puertos en las colonias pero dejó intacto el monopolio español al permitir solamente el intercambio con la metrópoli y, además, generando antagonismos entre regiones americanas que competían por los mismos productos.

4) la posibilidad otorgada a los criollos para ingresar a la oficialidad del ejército, más allá que en algunos lugares fue transitoria, permitiéndoles disponer de los fueros y privilegios reservados a los españoles y

5) la “invasión” de peninsulares para ocupar la casi totalidad de los cargos en la administración pública.
Es tarea compleja realizar una evaluación acerca de las consecuencias de las reformas borbónicas aunque puede haber cierto consenso en que los resultados fueron bastante disímiles tanto para la corona española como para los sectores criollos-inclusive con diferentes impactos en las regiones americanas. El imperio español tuvo un mayor control sobre sus colonias, pudo derivar un mayor excedente hacia la metrópoli, a excepción de los periodos en los que estaba en guerra, pero también las derivaciones de algunas de las medidas no fueron las buscadas. Si esta monarquía ilustrada modernizante se propuso, a partir de generar algunas condiciones que favorecieron la movilidad social, atacar los valores señoriales, no hizo más que reforzarlos.
Hay que tener en cuenta que la composición social en América estaba determinada por la gran masa de indios, un menor aunque considerable número de mestizos y una minoría blanca criolla. Por lo tanto se trataba de una sociedad profundamente racial en la que las tensiones sociales y el temor a las revueltas que tenían los criollos se vieron acrecentadas. Pruebas de que este temor no era infundado lo muestran las rebeliones de Tupac Amaru en Perú en 1780 y el movimiento de los comuneros en Socorro en 1781 que, con sus diferencias, expusieron la potencialidad de las insurrecciones desde abajo que los criollos atribuyeron a los efectos de las reformas. Por sus consecuencias los criollos, se sintieron amenazados en su dos principales  anhelos que podrían sintetizarse en dos aspiraciones que estaban profundamente entrelazadas: orden social y poder político.
Una de las preguntas que cabría formular es la de si los deseos de los criollos conllevaban una convicción más profunda direccionada a haber forjado un sentido de identidad ante las cada vez más evidencias de que ser americano implicaba no ser español. Aunque pueda percibirse la construcción de la mencionada identidad, Lynch sostiene que paralelamente se fue generando una idea de pertenencia regional, -tal vez de mayor fortaleza- fruto de rivalidades preexistentes que llevó a los criollos a considerarse en primera instancia como mexicanos, chilenos, venezolanos o peruanos antes que americanos. Se fue gestando entonces, un nacionalismo incipiente que fue cobrando cierta dimensión política al calor de la influencia de las ideas de la Ilustración, la independencia de los Estados Unidos, la revolución industrial en Gran Bretaña y la francesa. De todas maneras, este contexto no implicaba un inexorable camino hacia la ruptura con la metrópoli pero la invasión napoleónica a España en 1808 condensó un conjunto de reclamos y aspiraciones que quizás, vieron su posibilidad de concretarse y sólo necesitaban de la oportunidad que se generó ante el vacío de poder en el que quedaron las colonias.
Existen enfoques que no le otorgan un peso tan concluyente a los antecedentes como los desajustes provocados por las reformas borbónicas ya que consideran otros elementos para comprender el inicio la ruptura entre España y sus colonias.
Un precedente en la interpretación historiográfica mencionada había sido expresado por Tulio Halperín Donghi cuando señalaba que las independencias debían interpretarse como capítulos americanos de las guerras europeas. Quedaba esbozada la idea que el Imperio español tenía serias y variadas dificultades, una de las cuales la constituía la de reformular el pacto colonial. Pero los desajustes provocados por este intento de reordenamiento no implicaban necesariamente una senda hacia una situación de crisis que pusiera en riesgo el orden colonial. No se vislumbraba la desintegración de la monarquía hispánica en el raudo tiempo en el que se produjo aunque si un escenario en el que había que forjar, no sin serias dificultades, los nuevos acuerdos que condujeran hacia una etapa de transición larga.
Ahora bien, hay un momento que puede situarse como el comienzo de la crisis del sistema colonial que se ubica hacia 1795 cuando España, producto de estar en guerra con Gran Bretaña, tuvo que autorizar el comercio con colonias extranjeras y en barcos neutrales. Resultando de esta situación un creciente grado de autonomía en las colonias americanas y una progresiva pérdida de control comercial marítimo por parte de la corona que se profundizó como consecuencia de la derrota española en la batalla de Trafalgar en 1805. Esta línea explicativa remite, por lo pronto, hacia un enfoque que le otorga un peso por demás importante a las repercusiones que tuvieron los sucesos españoles.
Para Francois-Xavier Guerra las abdicaciones regias acontecidas en 1808 constituyen el punto inicial con el cual se abre en el mundo hispánico una crisis global de tal magnitud que conduce a un proceso revolucionario cuyo resultado es la desintegración de la monarquía. Esto dio lugar a la conformación de estados independientes en América que adoptaron el conjunto de ideas, principios, imaginarios, valores y prácticas de la modernidad política. La postura que sostiene esta idea de vinculación del proceso revolucionario entre ambos continentes está fundamentada a partir de la estrecha relación de causalidad entre acontecimientos españoles y americanos generándose una concordancia de las coyunturas políticas entre regiones totalmente diferentes en sus estructuras económicas y sociales. Esta complementariedad también puede observarse en los dos periodos en los que puede comprenderse este proceso. El primero de enorme trascendencia, que transcurre entre 1808 y 1810 en el que se produce la ruptura con el Antiguo Régimen y en el que se transita a la modernidad ya que se debate acerca de la nación, la representación y la igualdad política entre América y España, siendo la reunión en de las cortes en Cádiz el marco en el que se va producir la mutación ideológica de las elites españolas. El segundo momento es a partir de 1810 donde lo que prevalece es la fragmentación de la monarquía por las revoluciones de independencia. Queda de manifiesto la trascendencia que se le otorga a los acontecimientos producidos en la metrópoli como clave explicativa por lo que Guerra designa a este proceso como de revolución hispánica.
Si la revolución comienza en España resulta lógico que la invasión napoleónica se aborde desde las determinantes consecuencias que tuvo por tratarse de un acto de traición, es decir, provocado por un aliado, lo que generó una situación inesperada y singular. El rechazo general a José Bonaparte dio lugar a una crisis inédita por la acefalía de poder político que se produce ya que en el universo mental del Antiguo Régimen se concibe a la monarquía como un cuerpo, por lo tanto, si desaparece la cabeza (el rey) “desfallecen” las otras partes.
Es interesante resaltar que las reacciones a favor del rey se produjeron tanto en España como en América aunque, en la primera, el principal actor fue el pueblo de las ciudades dirigidos por las elites urbanas mientras que, en la segunda, se da una situación equivalente pero con una diferencia fundamental ya que el patriciado urbano siempre intentó controlar las manifestaciones populares.
Sin duda uno de los principales problemas que se presentaron en España y de manera simultánea en América estuvo dado por encontrar una fórmula que permitiera generar una instancia de poder legítima que respondiera a los parámetros del Antiguo Régimen, es decir, que conservase la lealtad al rey. Distintas fueron las formas en las que el poder vacante fue reemplazado, sea por la Junta Central, el Consejo de Regencia o la resultante de la Constitución
sancionada en Cádiz en 1812. Es interesante observar cómo se conservaron a través del lenguaje, la apelación a la religión y los juramentos, ciertas formas tradicionales. Pero, destaca Guerra, también se superponen a estas imágenes tradicionales del universo mental del Antiguo Régimen situaciones y prácticas en un registro moderno.
La proliferación de juntas como inmediata respuesta a las abdicaciones reales constituyeron en sí mismas un hecho revolucionario que no conocía de precedentes legales a partir de estar fundados en los levantamientos insurreccionales y porque significaron una franca ruptura con la concepción y práctica absolutista del poder. Porque más allá de a quien se invoque como fuente del poder legítimo, que siempre fue Fernando VII, la dinámica propia
de la crisis deposita de forma abrupta a la soberanía en una sociedad que partir de la formación de juntas y fundamentalmente, por su funcionamiento, comienza a actuar con la lógica política de la representación. Pero es en este punto donde las concordancias iniciales entre España y América comienzan a resquebrajarse dando lugar a una serie de desacuerdos que se iban a incrementar progresivamente.
Si desde las diferentes instancias de poder que reemplazaron al rey se declamaba la igualdad entre ambos continentes y la pronta convocatoria a los sectores americanos a enviar representantes parecía confirmarlo, la proporción significativamente menor que se les autorizó para asistir a las cortes desmintió esa supuesta intención inicial. Otra muestra, y quizás la más determinante fue la actitud de España frente a la formación de juntas americanas. Si bien no tuvieron las mismas características, en principio, no todas adoptaron posturas rupturistas frente a la metrópoli; pero la propia conformación fue tajantemente rechazada por España que no les otorgó ningún tipo legalidad y legitimidad llegando a utilizar la represión en pos de combatir lo que se consideró un desafío a la autoridad.
La disputa en torno a la igualdad entre España y América se acopla sobre el debate en las Cortes de Cádiz acerca de la cual va a ser la futura organización política que se adoptará. Las principales controversias giraron en torno a si la nación estará formada a partir de las antiguas comunidades estamentarias o por individuos iguales; producto de la historia o fruto de la asociación voluntaria de individuos; dónde residirá la soberanía. Esta discusión produce en un lapso muy corto de tiempo una profunda mutación ideológica de las elites hispanas en el que desempeñan un rol preponderante dos fenómenos simultáneos: la propagación de impresos y la expansión de las nuevas formas de sociabilidad. Situación que por influencia directa de España se replicó en buena medida en territorios americanos acelerando, paradójicamente, el proceso de ruptura. Y aunque pueda haber coincidencias ideológicas entre las elites liberales peninsulares y criollas el no reconocimiento de ambas hacia las instancias de poder creadas en los respectivos continentes le otorgó al conflicto una dimensión que fue la que prevaleció a partir de 1810: las posturas cada vez más irreconciliables entre españoles y americanos. Las supuestas coincidencias no se vieron reflejadas en relación con la igualdad política que se reclamaba desde América y la hostilidad manifiesta de los distintos poderes peninsulares (a pesar de sus características transitorias y por ende, frágiles), se tradujo en la represión a varias
de las juntas americanas.
El inicio de la conflagración continental fue configurando de manera no lineal los posicionamientos americanos ya que se trató también de una guerra civil. Pero la guerra declarada por el gobierno central español rubrica claramente la consideración de colonias a los territorios americanos, lo que va a provocar, primordialmente en los grupos criollos, una rápida inversión en su identidad. F.X Guerra señala que las causas de esta acelerada transformación son varias aunque la que prevalezca haya sido la de diferenciarse del enemigo en la contienda. Desde la prensa insurgente americana fue circulando un mensaje de solidaridad entre las distintas regiones que habían sido víctimas de la represión, generándose, concurrentemente, un sentido de identidad y una caracterización de la palabra español que se asociaban la tiranía, la crueldad, la irreligión. Es interesante observar como el enfrentamiento en el plano discursivo siempre presente en todo tipo de disputas-no hizo más que profundizar la separación entre ambas partes de la monarquía.
Las autoridades lealistas, tanto en España como en América, no dudaron en caracterizar su acción contra los insurgentes como una nueva conquista, asimilando a los criollos con los conquistados. La réplica americana llevó la querella a plantarse en un mismo terreno pero invirtiendo su valoración ya que también se consideró la represión como una conquista pero no en su sentido heroico original sino como empresa injusta y sanguinaria.
Esta operatoria discursiva de los criollos de asimilación con los vencidos condujo a reivindicar a los indios en su condición de legítimos poseedores del territorio y con el peso de este argumento se pudo presentar la lucha por las independencias como una justa reparación frente al despojo de la conquista. Justificación impensable, poco tiempo atrás, en una sociedad jerarquizada y racial como la colonial.

Para seguir leyendo les dejamos el link del texto completo. https://memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.540/pm.540.pdf

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