Hace un tiempo que los psicólogos alertan que estamos criando la futura generación blandita; niños hiperprotegidos, consentidos, mimados y débiles a los que les va a costar avanzar en su vida de adulto sin el respaldo de sus ascendientes.
Por qué sobreprotegemos
Se ha escrito mucho sobre la generación blandita; niños a los que los padres les hacen las manualidades escolares para que no sea la peor de la clase, padres que intervienen en situaciones innecesarias en la resolución de los problemas sociales de sus hijos…
En definitiva, progenitores que evitan a toda costa que el niño aprenda a caerse y levantarse. A experimentar, a explorar.
Es evidente que esto sucede cada día, basta con que nos asomemos a la puerta de un colegio para ver cuántos padres llevan la mochila de sus hijos. ¿Pero, por qué crees que sucede? ¿Qué ha cambiado?
Algunos psicólogos lo achacan:
A la necesidad por parte de los padres de ofrecer a los hijos todo aquello que no tuvieron en su niñez,
Al temor a que los hijos vivan circunstancias que les resultaron desagradables, incómodas o negativas (sin saber que esas vivencias son las que le ayudaron a crecer como persona).
Yo le añadiría otro importante parámetro: el remordimiento.
El remordimiento
Nos encontramos con un importante cambio de circunstancias en el relevo generacional.
Mi madre, por ejemplo cuidaba de sus hijas y de su casa. No trabajaba fuera del hogar familiar. Su trabajo consistía en educar a sus hijas y cuidar de la unidad familiar. Para ello dedicaba el 100% de su tiempo. No tenía ningún tipo de remordimiento absurdo sobre si dedicaba o no el tiempo necesario a sus hijas. Era una mujer segura de la labor que ejercía.
Cómo compensamos a nuestros hijos
Con el relevo generacional las cosas cambian. Las mujeres también trabajamos fuera de casa y la educación de los hijos se reparte entre abuelos, maestros, cuidadores, padres… Esto NO es malo, solo es distinto.
Sin embargo los cambios hacen que aflore un sentimiento de culpa por parte de los padres. Creen no dedicar el tiempo suficiente a la educación de los niños y esto lleva consigo dos necesidades:
La de ceder a todos los caprichos (no le vamos a reñir con el poco tiempo que estamos con ellos).
La de compensar materialmente la falta de dedicación (no puedo estar con él y le compenso comprándole la consola que es lo que más desea en el mundo).
Dos errores muy graves que traen como consecuencia niños malcriados y consentidos que no conocen los límites.
Cedemos ante sus caprichos y eso no solo les convierte en niños déspotas sino también en personas inseguras e incapaces de resolver sus propios problemas sin ayuda.
Qué hacer
No se trata de endurecer las reglas si no de dotar a los niños de las herramientas necesarias para resolver sus propios problemas. Ten en cuenta que dotar de herramientas no es hacer el trabajo por ellos, si no favorecer las circunstancias para que el conflicto sea capaz de resolverlo solo.
Dos claves para acabar con la generación blandita
Acabar definitivamente con la generación blandita depende de nosotros.
Herramientas
No le construyas el pozo. Dale una pala, enséñale a hacerlo por sí mismo. Proporciónale las herramientas y mañana lo conseguirá sin ayuda ni frustración.
Calidad de tiempo
No midas la dedicación en unidades de tiempo, preocúpate más por la calidad de ese tiempo que ofreces. De este modo ellos también aprenderán a hacerlo en las futuras generaciones.
Todo va a cambiar
Si bien la generación blandita es el reflejo de muchos de los hogares de hoy, creo que se trata de un modelo que no volverá a repetirse en las siguientes generaciones. Pertenece al ciclo normal del desarrollo de una sociedad. La siguiente generación no va a cometer los mismos errores por una sencilla razón; el patrón a imitar es sustancialmente distinto.
Las siguientes generaciones se habrán criado con unos padres trabajadores (ambos, en la mayoría de las casas) con un tiempo de dedicación menor al que nos proporcionaron nuestras abuelas. El sentimiento de culpa se desvanecerá y las aguas volverán a su cauce. O al menos, ésta es nuestra esperanza.
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