No parece inoportuno relacionar la enseñanza y el aprendizaje con cuestiones del amor y los afectos. Como parte de la realidad humana cuando se enseña o aprende hay momentos de placer, de fastidio o desazón.
Esta última surge del diagnóstico por la falta de entusiasmo por aprender y que relacionamos por la implementación de políticas educativas “inclusivas” y de modificación del régimen académico, como por ejemplo las condiciones para pasar de curso.
Concretamente se sienten que estas medidas no estimulan el esfuerzo, y desreponsabilizan de las consecuencias de sus actos a los adolescentes que deciden, molestar, no prestar atención, etc… Pensamos que son medidas que nos desautorizan….
Hay una figura del amor que me interesa puntualizar y considero acompaña nuestras representaciones sobre la adhesión de los destinatarios a nuestras enseñanzas. Intuyo que la posibilidad de que se despierte de parte del otro el entusiasmo, o más bien, que puedan acceder a la propuesta puede estar entorpecida por la forma en que la relación con el objeto de conocimiento es, por nosotros, concebida. Algunas expresiones y actitudes de colegas me llevan a pensar que el problema de fondo está en una concepción platónica del amor que nos envuelve.
Pensamos por ejemplo que el conocimiento tiene que valer por sí mismo, que no podemos hacer nada porque hay cuestiones previas que deben estar consolidadas ya de antes y no lo están. Creo que estas expresiones se acomodan perfectamente a la figura de un amor platónico como comúnmente se dice. En efecto, la imagen tradicional de esta figura del amor nos transmite la idea de un objeto inalcanzable. El sujeto hace todo lo posible pero no puede, quedándose frustrado entre tantos intentos. Como se le atribuye a Platón la teoría de que la verdadera realidad son las ideas, y el objeto del amor está idealizado, concluimos en caracterizar de platónica esta imagen.
¿Por qué pienso que esta figura se relaciona con nosotros? No lo veo tanto en las expresiones de angustia de nuestros jóvenes porque no alcanzan el objeto amado. He sido testigo de que no se prestan a ese juego y se dedican a otra cosa. Lo que despertó mi reflexión es la concepción de solemnidad con que investimos al conocimiento por impartir. Es una solemnidad apabullante, marcial y tan perfecta que lo hace inalcanzable. Desde esta mirada idealizada podemos ver que la mayoría de los esfuerzos nunca son lo suficiente, sino fallidos, salvo la de algunos elegidos. Veo también que esta concepción del amor inhibe en cierta manera nuestra acción, porque las grandes disciplinas son valiosas por sí mismas entonces nada podemos hacer, salvo subrayar que el otro siempre se encuentra en falta.
Sin embargo hay otra figura del amor, más fiel a los textos de Platón y libre de las asociaciones que el sentido común desparrama por ahí a partir de la ontología del pensador heleno. Los invito a tomar el texto del Banquete y detenerse en el último de los discursos sobre el amor que enuncia Sócrates después de lo que dijeron algunos célebres invitados a esa cena. No está de más aclarar que en los diálogos platónicos Sócrates es el personaje por el medio del cual Platón nos expone su propia manera de ver las cosas, y que como siempre opta la vía del diálogo más que el discurso. En este caso fue una mujer, Diótima, quien le abrió los ojos en temas del amor. En efecto, este no se trata de un dios, sino de un daimon, es decir un ser intermedio entre los dioses y los hombres. Platón nos sugiere que para desear necesitamos sentir la falta, ya que se desea lo que no se tiene: “el que no cree estar necesitado –sentencia Platón- no desea tampoco lo que no cree necesitar”.
En cierta manera me atrevo a pensar que como profesores somos una especie de daimon, seres intermedios entre la cultura que fue atesorando la humanidad y las jóvenes generaciones. Y la metáfora platónica es muy sugerente, porque en primer lugar se trata de pensar que Eros no es el objeto amado, en nuestro caso los bienes de la cultura académica, sino el que ama, y esto nos hace ubicarnos en el lugar de quienes estamos en movimiento y actuamos. En segundo lugar se desprende la idea de que el objeto de conocimiento no está idealizado. Platón caracteriza a Eros como un ser pobre, falto de delicadeza y belleza, es “duro y seco” (sic), pero esta pobreza no lo inhibe sino que está siempre en movimiento ya que es hábil cazador, está siempre al acecho, rico en recurso y con esta expresión remata la metáfora: “…siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida…”. De aquí la tercera razón a la que nos lleva este pensamiento es tener en cuenta que nuestra tarea es incansable, porque buscamos a cada instante, que se produzcan las cosas.
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