Así como Hércules es un héroe necesario para que el nacimiento de la civilización griega, el gaucho es el antecedente ineludible para la conformación del ser autóctono en el Río de la Plata y, de forma más precisa, en Argentina.
El gaucho es el hombre de las pampas, ese despoblado vergel que
a la luz de las incongruencias de América era un desierto de tierra fértil. Todo el actual territorio de la República Oriental del Uruguay y las provincias argentinas de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes, conforman la cuna del gaucho.
El gaucho no responde a un tipo étnico único, ya que la misma extensión de esa llanura fue la que terminó de moldear su conducta. Él es obra del mestizaje de la región rioplatense. Es el fruto de la encomienda, es decir, de la institución por la que se confiaron las tribus indígenas a los colonizadores españoles con obligación de convertirlas al cristianismo y enseñarles a trabajar.
Los españoles, sin mujeres españolas, naturalmente debieron buscar en las indias su necesario complemento, y de estas uniones nacieron los que se llamaron hijos de la tierra o mancebos, y más tardes gauderios (sur de Brasil), que se considera el nombre primitivo que luego se transformó en gaucho.
En Argentina y Uruguay siempre se consideró a los gauchos como personas que hacían la mayoría de sus actividades montadas a caballo y que vestían de un modo peculiar, llevaba la vida sacrificada del medio rural y los largos viajes a caballo. Durante los arreos fueron creando costumbres, saberes y códigos de honor en los que se destacan valores como la solidaridad, el igualitarismo y el individualismo pronunciado.
El gaucho representa un tipo cultural, símbolo de libertad y que vive en un mundo sin ley ni fronteras, pero no quiere ser un número para engrosar las filas de los regimientos de frontera contra el indio o alguna batalla de ocasión, puesto que su origen está vinculado a las singulares condiciones políticas, históricas y económicas de su medio en época la formación de la naciones de estos lares. Con tendencia a la vida solitaria, no afectó a las multitudes urbanas, puesto que siempre lo había relegado.
El individualismo y el amor a la libertad se contraponen a las limitaciones de reglamentos que impone la vida ciudadana, carente de horizontes lejanos. Debe tenerse en cuenta que durante los siglos XVIII y XIX, la mayoría de la población de toda América era rural.
Muchos de los que vivían en las ciudades tenían intereses económicos en el campo, ya que eran hacendados. La población urbana estaba integrada por comerciantes, profesionales y funcionarios, en general de radicación reciente, a la que se añadía una burguesía pudiente y segundona venida en su mayoría de España con influencia atrasada y medieval.
La diferencia no era solo domiciliaria sino también histórica y de costumbres, ya que los urbanos estaban más informados e involucrados en temas políticos, legales, nacionales e internacionales. Es decir, lo que se llama “más civilizados”, con mayor nivel económico, y afectos a las comodidades.
La esencia de estas características es la cuestión cultural que plantea el gaucho. Esta se deriva de ser sucesor por la línea materna de la cultura indo americana, que registra con relación al mundo moderno 200 años de atraso, y por parte paterna de la cultura medieval española que registra 300 años de atraso, y esto se refleja en su baja productividad en las actividades profesionales más evolucionadas, salvo en la ganadería.
En este contexto es donde se inscriben varios autores que defienden el estilo de vida del gaucho como José Hernández creador de Martin Fierro. Esta obra trasciende a su época para transformarse en una imperecedera protesta contra la injusticia y la explotación del hombre por el hombre. El Martín Fierro no es obra de un gaucho, sino que es una expresión de la literatura criolla, de origen español y americano, escrita por un poeta que se educó en la sociedad de las antiguas familias criollas y la interpretación fue tan correcta que se convirtió en la obra más popular y emblemática de la Argentina.
Otro autor como Leopoldo Lugones escribió su nueva forma de pensar lo gauchesco a través de Don Segundo Sombra y encuentra en el Martin Fierro el equivalente nacional al Cantar de Mío Cid. El gaucho fue el hombre típico de nuestros campos y también la causa de discusiones y polémicas. Muchos escritores, políticos y ensayistas lo pintaron como holgazán, vago y bandido. Otros, en cambio, exageraron sus virtudes y exaltaron su vida libre y sin ataduras.
Como criollos, los gauchos son los más adaptados al medio geográfico, hasta el punto de constituir y construir la verdadera nación americana. Ellos, con una identidad cultural propia, supieron defender con fuerza sus derechos en todos los tiempos.
Hoy se tiende a comprender que la existencia del gaucho fue consecuencia del ambiente y de la época en la que vivió. Pero no solo representó a los guachos, sino a toda una sociedad que reaccionó en tono de protesta a cosas comunes como la delincuencia venida desde arriba (clase social alta) que nunca dejó de ser oportunista y de ver en los carenciados una puerta abierta hacia el beneficio personal, porque como diría el Fierro: “La ley es como la telaraña: atrapa a los bichos chicos y deja pasar los grandes” que con solo sus boleadoras, caballo, lazo y cuchillo como equipaje, se convirtió en arquetipo de valores esenciales del ser Nacional de Argentina y Uruguay.
Publicado en Papel de periódico
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