Educación emocional y docencia. Chile

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«El cerebro sólo aprende si hay emoción» señala Francisco Mora, doctor en Medicina y Neurociencia.
Desde ya hace varios años tanto profesores como familias, han comenzado a tomar consciencia de que, si bien la formación que se entrega en las escuelas debe cubrir el desarrollo intelectual de los educandos, esto no puede estar aislado de los aspectos emocionales, afectivos y sociales que toda persona requiere. Tal como señalan Bisquerra y Hernández (2017), la educación tiene como finalidad última la promoción del bienestar personal y social del ser humano, siendo mucho más que una simple instrucción de contenidos académicos tradicionales. La educación emocional es algo que debe iniciarse en los primeros años de vida ya que es fundamental para el desarrollo del infante (Romero, 2021), y debe mantenerse presente a lo largo de todo el ciclo vital.
Bien sabemos que el rol de primer educador corresponde a las familias. Sin perjuicio de ello, el papel del docente es esencial para el desarrollo de la inteligencia emocional en la escuela, pues es quien debe poseer ciertas habilidades emocionales con la finalidad de que los estudiantes aprendan y desarrollen las capacidades emocionales y afectivas relacionadas con el uso de la inteligencia de sus emociones (Romero, 2021). Especialmente, en los tiempos que hemos debido enfrentar, los docentes son los encargados de desarrollar la inteligencia emocional de los educandos para que puedan sobrellevar, controlar y enfrentar los efectos que la pandemia ha provocado en ellos tras el distanciamiento social y de sus pares (Rosero-Morales, Córdova-Viteri y Balseca-Acosta, 2021).
La investigación de Ibáñez (2002) demostró que las emociones de los estudiantes constituyen un factor determinante en la construcción de sus aprendizajes mostrando que cuando ellos contextualizaron sus emociones favorables, siempre indicaron aspectos que todos consideramos prioritarios para mejorar la calidad de los aprendizajes, tales como, sentirse motivado en las clases, tratar contenidos contextualizados visualizados en la práctica, sentirse valorado como estudiante, poder participar y confrontar distintos puntos de vista.
¿Y qué sucede con los docentes? Un estudio de Trujillo, E., Ceballos, Trujillo, M., y Moral (2020) señala que un número cercano al 80 por ciento del profesorado concede importancia a trabajar las emociones en el aula. Además, la mayoría cree que la educación emocional debería ser una competencia esencial para los estudiantes del siglo XXI, y que debería incluirse un bloque específico de educación emocional en el currículo de la etapa infantil. A pesar de lo anterior, un sector considerable de docentes partidarios de la educación emocional apenas tendría formación para abordarla, indicando que hubiera sido necesario haber aprendido habilidades emocionales durante su formación inicial.
En la misma línea, Calderón, González, Salazar y Washburn (2014) indican que el personal docente considera que su formación en educación emocional es insuficiente y que no tienen todos los conocimientos necesarios para abordarla de óptima manera. También señalan la importancia de una constante actualización en torno a estas temáticas. En su mayoría, los docentes muestran una disposición positiva para la implementación de estrategias de educación emocional.
En conclusión, sabemos la importancia que cobra la educación emocional en las aulas, la buena intención y la adhesión que manifiestan gran parte del profesorado, sin embargo, es necesario y fundamental observar qué sucede con la formación inicial docente, y cómo poder mejorar en este aspecto para llevar a cabo un trabajo serio, responsable e informado, que sea un real aporte a los ambientes afectivos, sociales y emocionales de los estudiantes. Además, tener en cuenta las emociones de los docentes es algo que también debiese ser discutido, las condiciones laborales, el buen trato, y el respeto por la labor que realizan. Finalmente, es un sistema que está todo enlazado, y para que
funcione, todas sus piezas deben encontrarse en óptimas condiciones.

Referencias
Bisquerra, R., y Hernández, S. (2017). Psicología positiva, educación emocional y el programa aulas
felices. Papeles del Psicólogo, vol. 38, núm. 1, Recuperado de
https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=77849972006
Calderón, M., González, G., Salazar, P., y Washburn, S. (2014). El papel docente ante las emociones de
niñas y niños de tercer grado. Actualidades Investigativas en Educación, 14(1), 157-179. Recuperado de
http://www.scielo.sa.cr/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S140947032014000100008&lng=en&tlng=es.
Ibáñez, N. (2002). Las emociones en el aula. Estudios pedagógicos (Valdivia), (28), 31-45.
https://dx.doi.org/10.4067/S0718-07052002000100002
Romero, M. (2021). La Inteligencia Emocional y la importancia de la formación del profesorado para su
práctica en Educación Infantil. Investigación En La Escuela, (104), 1–12.
https://doi.org/10.12795/IE.2021.i104.01
Rosero-Morales, E., Córdova-Viteri, P y Balseca-Acosta, A. (2021). La Inteligencia Emocional en infantes:
Aspectos a considerar en las aulas post pandemia. Revista Arbitrada Interdisciplinaria Koinonía, vol. 6,
núm. 11. https://doi.org/10.35381/r.k.v6i11.1266
Trujillo, E., Ceballos, E., Trujillo, M. del C., y Moral, L. (2020). El papel de las emociones en el aula de
educación Infantil. Profesorado, Revista De Currículum Y Formación Del Profesorado, 24(1), 226-244.
https://doi.org/10.30827/profesorado.v24i1.8675

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Acerca de Carla Vargas 8 Articles
Carla Vargas, Educadora de párvulos de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), docente universitaria con más 12 años de experiencia en aula en Chile y en el extranjero. Magíster en Educación con mención en idioma inglés por la Universidad Central. Recibida de Magíster en Dirección y liderazgo educativo PUC. Certificada en Disciplina positiva y Masaje infantil. Fundadora de la agrupación Educadoras en Red y Directora del área social de la Fundación Educamos en el Sentir, Chile.

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