La relación con la comida es un aspecto fundamental del bienestar que va más allá de contar calorías o seguir un plan alimentario rígido. Durante años, la cultura de la dieta ha impuesto la idea de que la alimentación debe estar regida por reglas estrictas, lo que muchas veces genera culpa, ansiedad y una desconexión con las señales internas del cuerpo. Para mejorar esta relación, es esencial abandonar las restricciones innecesarias y adoptar una perspectiva más flexible y respetuosa con nuestras necesidades individuales.
Uno de los primeros pasos es cuestionar la idea de alimentos «buenos» y «malos». La categorización rígida de los alimentos suele conducir a un ciclo de restricción y “atracones”.
En cambio, es más beneficioso adoptar un enfoque de inclusión, donde todos los alimentos pueden formar parte de una alimentación equilibrada sin generar culpa. Escuchar al cuerpo implica reconocer las señales de hambre y saciedad sin la interferencia de reglas externas.
Conectar con estas señales ayuda a encontrar un punto de equilibrio natural, sin necesidad de un control estrictos.
Otro aspecto clave es identificar el impacto emocional en la alimentación. Muchas personas recurren a la comida como respuesta automática al estrés o la ansiedad. Esto no significa que comer por emociones sea algo negativo, pero es importante desarrollar herramientas adicionales para gestionar las emociones de manera más variada. Practicar la
autoobservación permite reconocer cuándo se está comiendo por hambre física y cuándo es una respuesta emocional. Incluir prácticas como la actividad física de manera placentera y el descanso adecuado contribuye a un bienestar integral.
La alimentación intuitiva es un enfoque que puede ser de gran ayuda en este proceso. En lugar de seguir dietas rígidas, la idea es conectar con el cuerpo y confiar en sus señales internas. No se trata de comer sin límites ni de perder el control, sino de aprender a diferenciar el hambre física del hambre emocional, respetar la saciedad y permitir la satisfacción en las comidas. Además, fomenta el placer al comer, algo que muchas veces se deja de lado cuando la alimentación se convierte en una cuestión de control en lugar de disfrute. Un aspecto fundamental de este enfoque es la incorporación equilibrada de los tres macronutrientes: carbohidratos, proteínas y grasas. Durante mucho tiempo, los hidratos de carbono han sido señalados como aquellos a reducir o eliminar, cuando en realidad son una fuente esencial de energía. Aprender a incluirlos sin miedo, junto con los demás nutrientes, permite mantener una alimentación variada y sostenible a lo largo del tiempo.
El contexto social también influye en la relación con la comida. Es común que existan comentarios sobre el peso o el tipo de comida que cada persona consume. Aprender a establecer límites y priorizar el propio bienestar en lugar de cumplir con expectativas externas es clave para desarrollar una relación más saludable con la alimentación. Esto
implica deshacerse de la presión de «comer perfectamente» y permitirse la flexibilidad necesaria para adaptarse a diferentes situaciones sin ansiedad.
Además de los aspectos individuales, es valioso incorporar el apoyo de profesionales que trabajen desde un enfoque libre de restricciones. La psiconutrición, por ejemplo, integra herramientas de la psicología y la nutrición para abordar la relación con la comida de manera más profunda. Permitirnos disfrutar de los alimentos, escucharnos con amabilidad y soltar la culpa son pasos fundamentales en este camino hacia una relación más libre y equilibrada con la comida.
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