El 25 de diciembre de 1824 Simón Bolívar entra en Lima. En ese momento, El Callao en manos de los realistas, estaba poblado por más de 8.000 civiles refugiados, junto con 2.800 soldados dirigidos por José Ramón Rodil.
Pese a ser informado en enero de 1825 sobre la Capitulación de Ayacucho y sus términos, este jefe español rechazó la propuesta de rendición y se obstinó en defender el Callao, esperando en algún momento recibir refuerzos desde España, que jamás llegaron. Allì fue que pronunciò su famosa frase, cuando sus subordinados le peguntaron què harían ante tamañas dificultades para sobrellevar la defensa: “Lucharemos hasta morir, y después veremos”.
La falta de suministros suficientes y la sobrepoblación en un puerto que no estaba preparado para acoger tantos refugiados de forma permanente causaron gran perjuicio entre los sitiados.
Pronto se advirtió que escasearía la comida, ya que se consumieron rápidamente, primero las pocas legumbres, frutas, y aves de corral que estaban disponibles en el puerto, luego la carne de los caballos o bueyes no aptos para el servicio con la tropa, y finalmente ratas a falta de otro alimento disponible.
A los bombardeos del Ejército Libertador y la desnutrición generalizada se sumaron las epidemias que hacían más difícil la resistencia realista, sostenida sólo por la terquedad fanática de su jefe, el brigadier José Ramón Rodil, y los severos castigos que éste imponía a
quienes intentasen amotinarse, fusilando continuamente soldados y civiles que intentasen desertar o colaborasen con el enemigo.
Las enfermedades se agravaban por la falta de alimentos en el Callao y las malas condiciones sanitarias de un reducto sobrepoblado y a mediados de 1825 empezaron los fallecimientos por estas causas entre refugiados y soldados, carentes de todo contacto con el mundo exterior. Inclusive Rodil dio la orden de expulsar hacia las filas patriotas a los civiles sin dinero cuya presencia fuese innecesaria en el Callao, a fin de ahorrar comida para sus soldados.
Las tropas del Ejército Libertador aceptaron a algunos civiles, pero al notar la estrategia del líder realista, rechazaron con fuego de fusil a las posteriores oleadas de refugiados, quienes también eran rechazadas de la misma manera por los soldados realistas si intentaban volver a El Callao.
Como resultado, muchos civiles perecieron por las balas de ambos bandos o por el hambre y la sed en medio de la tierra de nadie.
Pero esta obstinada resistencia dio su fin al agotarse todo recurso para la vida de los sitiados y la defensa de la plaza. Miles de refugiados civiles padecieron el escorbuto, la disentería y el hambre durante el asedio dentro de las fortalezas del Callao.
Entre sus muros falleció por escorbuto el antiguo presidente de la república del Perú don Bernardo Torre Tagle, quien se había pasado al bando realista, pereciendo también toda su familia., y muchos otros sostenedores de la causa realista. Se calcula que, de todos los refugiados civiles concentrados en el Callao, sólo la cuarta parte sobrevivió al asedio.
A principios de enero de 1826 el coronel realista Ponce de León se pasa a las filas independentistas, y poco después el comandante realista Riera, gobernador del Castillo de San Rafael, entrega dicha fortaleza.
Ambos eventos hacían casi imposible la defensa, pues Ponce de León conocía la ubicación de las rudimentarias minas de tierra colocadas para impedir cualquier ataque frontal de los patriotas, mientras que Riera dirigía un bastión estratégico cuya pérdida facilitaba la entrada de soldados patriotas dentro de la plaza, además de conocer por completo el dispositivo de defensa formado por Rodil.
Aunque ni Rodil ni la guarnición planearon jamás una rendición, ya no había esperanza de refuerzos de España tras más de un año de inútil espera; la propia guarnición estaba alimentándose de ratas a falta de otra comida disponible, y con las municiones a punto de acabarse, por lo que empiezan las negociaciones el 11 de enero de 1826 y concluyen en la entrega de la fortaleza el 23 de ese mismo mes al general Bartolomé Salom, de las tropas de Bolívar.
La capitulación permitió la salida de los últimos sobrevivientes del Ejército Realista ( 326 soldados de los 2.800 que existían al inicio, de los cuales solo 190 eran españoles) con todos los honores.
La mayoría de civiles refugiados había ya fallecido y los restantes quedaron como sospechosos a las nuevas autoridades de la República y muchos en efecto también partieron a España.
Rodil salvaba las banderas de los regimientos Real Infante y del Regimiento de Arequipa, las demás quedaban como trofeo de guerra del vencedor. Se eliminaba así el último baluarte del imperio español en america del sur.
Mientras esto ocurría en Lima, en agosto de 1825, Bolívar ingresó en la ciudad de La Paz y clavaba en el cerro Potosí, las banderas de Colombia, Chile, Argentina y Perú.
La guerra había terminado y en ella, habían participado los hombres del Ejercito de los Andes, hasta el final, ya que algunos de los sobrevivientes de la sublevación del Callao (prisioneros escapados a los realistas) se unieron a las huestes del caudillo altoperuano Manuel Lanza con quien desarrollaron la guerra de guerrillas contra los realistas hasta su rendición final; otros se integraron a los cuerpos peruanos y argentinos a órdenes de Bolívar y Sucre, hasta Ayacucho, mientras que algunos continuaron guerreando bajo las órdenes del general Santa Cruz hasta que éste ocupó todo el norte de Bolivia…
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