Ambientes para el aprendizaje. España

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Si algo le debemos a la literatura del realismo decimonónico es cómo logró trascender de la mera descripción de espacios a la creación de ambientes. Ello también afecta al aprendizaje.

De esa literatura aprendí una cuestión que siempre digo a mi alumnado cuando tocamos estos temas: no es lo mismo describir que crear un ambiente, una atmósfera adecuada para transmitir algo o, simplemente, para convertir un acontecimiento en vivencia personal duradera. De la lectura de las novelas de esta época hemos podido llevarnos ese mensaje: que el ser humano está marcado por el medio donde vive.

Esta pintura detallada del espacio vital y de cómo este determina el comportamiento y el devenir psicológico humano, se observa por ejemplo en la obra Madame Bovary, de Gustave Flaubert. En esta novela, en concreto, forman parte de este ambiente los objetos cotidianos, cuya descripción no solo sirve para reflejar determinados aspectos de la sociedad de la época (vestidos, decoración, etc.) sino también para comunicar de manera sutil estados de ánimo y pensamientos de los personajes. Todo ello va haciendo a la protagonista evolucionar, cambiar, transformarse.

En un momento del capítulo IX de la Primera Parte, Flaubert, a través de la voz del narrador, introduce la siguiente reflexión que denota la importancia que tienen los ambientes para los sentimientos y las emociones de Emma Bovary: “¿No necesitaba el amor como las plantas tropicales unos terrenos preparados, una temperatura particular?”, nos dice en ese instante.

Los aprendizajes necesitan también, para asentarse en las personas y convertirlos en vivencias, de esa creación de ambientes adecuados, de esas atmósferas idóneas; a pesar de ello, en multitud de ocasiones no se le presta a este aspecto la atención que precisa y pensamos que una persona no aprende simplemente porque no quiere. Craso error.

Muchas veces, las causas que llevan a un estudiante a presentar dificultades en su proceso educativo se asocian, de hecho, a estos elementos externos al ser humano, pero que determinan la evolución de su ser. Por ello, tanto en la crianza como en el mundo de la educación formal, no podemos desdeñar tampoco la creación de ambientes.

En las casas, por ejemplo, el clima ruidoso y desordenado invita a la distracción, a la dispersión. Lo que hace, así, que nuestros hijos y nuestras hijas lean o tengan curiosidades sobre aspectos culturales o científicos no es tanto la cantidad de libros, programas divulgativos o enciclopedias virtuales que les pongamos a su alcance, sino el crear un espacio vital armónico y equilibrado que los conduzca a ello. Dicho de otra manera: si nosotros, por ejemplo, nos sentamos a su lado a leer un libro, su capacidad de aprendizaje basado en la observación y en la imitación de modelos es más probable que se despierte que si, por contra, nos pasamos una tarde enfrascados en otros quehaceres, descuidando esa recreación ambiental que es algo más que un envoltorio o una presentación: es parte del núcleo vivencial de las personas. En los centros escolares ocurre algo similar. Intentamos siempre los docentes poner a disposición de nuestro alumnado una maraña de aprendizajes y materiales didácticos que entendemos imprescindibles para su desarrollo. Y eso lo hacemos desde el minuto uno hasta el último; “es nuestro trabajo”, pensamos. Sin embargo, en ocasiones prestamos escasa atención a esos factores ambientales del aula, el clima que se crea y que no es un factor exógeno (externo), sino endógeno: interfiere directamente en las capacidades del estudiante a la hora de aprender, ya que este se nutre de él.

Y son, precisamente, esos factores ambientales los que pueden determinar, por ejemplo, que un alumno o una alumna no quiera hablar en público en una presentación; que no quiera ponerse en un grupo de trabajo y que prefiera trabajaren soledad; que lo notemos especialmente distraído o distraída o que nos entregue una prueba escrita en blanco.

Los primeros compases del curso son claves para convertir nuestra aula -nuestra pequeña habitación de aprendizajes- en un un espacio promotor y alentador para los aprendices. No estamos, con ello, entorpeciendo o retrasando el inicio de la programación, y mucho menos el inicio del curso: estaremos trabajando en algo que podría marcar el devenir de todos los meses posteriores.
Estaremos creando ese terreno, esa temperatura adecuada de la que hablaba Flaubert, para que no mueran las necesarias ganas de aprender sin las cuales es imposible entender nuestra profesión docente ni nuestra labor como familias.

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