Por esa razón es que un San Martin más maduro y reflexivo bendeciría el armado confederal liderado por Juan Manuel de Rosas, desechando sus antiguas resistencias sobre el federalismo. Y no sería una decisión velada, sino pública y explícita, tal como lo demuestra su Testamento redactado en la década de 1830, en el que dispuso que «El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataron de humillarla”.
Esta convicción sería reafirmada en la década siguiente, en el marco de la Guerra del Paraná, en carta a Federico Dickson, Cónsul General de la Confederación Argentina en Londres.: «Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside la República Argentina; nadie ignora el ascendiente muy marcado que posee sobre todo en la vasta campaña de Buenos Aires y resto de las demás provincias; y aunque no dudo de que en la capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido de que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero, ello es que la totalidad se le unirán y tomarán una parte activa en la actual contienda: por otra parte, es menester conocer (como la experiencia lo tiene ya demostrado) que el bloqueo que se ha declarado no tiene en las nuevas repúblicas de América (sobre todo en la Argentina) la misma influencia que lo sería en Europa».
En este caso San Martín llegó a ofrecer sus servicios personales para defender la causa de la independencia, amenazada por las potencias extranjeras y sus aliados unitarios y liberales locales, en carta dirigida al
”Excmo. Sr. Capitán general, presidente de la República Argentina, D. Juan Manuel de Rosas.
«Nápoles, 11 de enero de 1846: Mi apreciable general y amigo:
En principios de noviembre pasado, me dirigí a Italia con el objeto de experimentar si con su benigno clima recuperaba mi arruinada salud; bien poca es hasta el presente la mejoría que he sentido, lo que me es tanto más sensible, cuanto en las circunstancias en que se halla nuestra patria, me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios (como lo hice a usted en el primer bloqueo por la Francia); servicios que aunque conozco serían inútiles, sin embargo demostrarían que en la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia contra nuestro país, éste tenía aún un viejo defensor de su honor e independencia; ya que el estado de mi salud me priva de esta satisfacción, por lo menos me complazco en manifestar a usted estos sentimientos, así como mi confianza no dudosa del triunfo de la justicia que nos asiste. Acepte usted, mi apreciable general, los votos que hago porque termine usted la presente contienda con honor y felicidad, con cuyos sentimientos se repite de usted su afectísimo servidor y compatriota».
Cierto es que, por formación militar y por convicción personal, San Martin era partidario de la centralización del mando, pero esta podría obtenerse tanto en el marco de una monarquía como de una confederación de antiguo cuño, como la Argentina. El punto es que, ya advertidos sobremanera por el Libertador los peligros que entrañaba el unitarismo para la soberanía e independencia nacionales, tomó la determinación de respaldar a aquel proyecto político que privilegiaba en su programa la defensa de la soberanía nacional. No era algo nuevo: ya San Martín se había negado a intervenir en la represión de la ofensiva de los caudillos del Litoral en el Año XX, ante la convocatoria del Directorio, argumentando que no habría de derramar sangre de hermanos, aunque unos años después no hesitaría en retornar al Rio de la Plata al enterarse de que Dorrego ha sido designado Gobernador Porteño. Sin embargo, al arribar al puerto de Montevideo tomó conocimiento del asesinato del mártir porteño, y allí nuevamente demostraría su desprecio absoluto por el proyecto unitario, al responder con una contundente negativa al ofrecimiento de Lavalle de ponerlo al frente del Poder Ejecutivo porteño.
Decisiones y definiciones de un verdadero estadista, consecuente con sus miras y sus objetivos, que deben servirnos como referencia obligada cada vez que la discusión sobre nuestro futuro vuelve a instalarse en la agenda pública.
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