V. Alexis de Tocqueville: la democracia en América Alexis de Tocqueville fue mucho más liberal que democrático. Estaba convencido de que la libertad, sobre todo la libertad religiosa y moral (más que la económica) era el fundamento y el fermento de cualquier convivencia civil. Pero había entendido que el siglo nacido con la Revolución Francesa corría precipitada e inexorablemente hacia la democracia; era un proceso irreversible. “¿Si la democracia destruyó el feudalismo y destruyó reyes –se preguntaba– retrocederá ante los burgueses y ricos? De ninguna manera”. En La democracia en América, Tocqueville confesaba que había escrito bajo una especie de terror religioso ante la revolución irresistible que continuaba avanzando a pesar de las ruinas que producía. Después de su corto viaje a los EE.UU., entre 1830 y 1831, había tratado de entender las condiciones de una sociedad democrática
en un mundo tan diferente del europeo, del que había tomado la “imagen de la democracia misma”. En ese momento se formuló la pregunta decisiva: “¿Podrá sobrevivir, y cómo, la libertad en la sociedad democrática?”.
Tocqueville entendía por democracia tanto una forma de gobierno donde participaban todos de la cosa pública –lo contrario de la aristocracia–, como una sociedad que se inspiraba en el ideal de igualdad y que, al extenderse, terminaría por sumergir a las sociedades tradicionales basadas en un orden jerárquico inamovible. Para él –como también para John Stuart Mill– la amenaza de la democracia como forma de gobierno era caer en la tiranía de la mayoría, a la que definía como una forma de soberanía arbitraria, que arrasaba con los derechos de la minoría. De este modo, para Tocqueville –fuertemente influido por el pensamiento doctrinario de la Monarquía de Julio– el peligro que corría la democracia como realización progresiva del ideal igualitario era la nivelación que termina en el despotismo. Despotismo y tiranía de la mayoría eran, a su juicio, dos formas de tiranía que, en diversa medida, constituían la negación de la libertad.
Examinando el caso francés, Tocqueville consideraba que la revolución había creado la ficción de que todos los hombres eran libres e iguales ante la ley; sin embargo, si bien el concepto de ciudadano significó la igualdad jurídica, independientemente de su riqueza, también sería el origen de la tensión inevitable entre igualdad y libertad, ya que la libertad y la igualdad de derechos planteada por la constitución no había tenido un correlato en las características que iba adquiriendo la sociedad francesa, en el marco del desarrollo de un capitalismo que generaba cada vez más desigualdad. Al asumir a la igualdad como una conquista inalienable, las clases subordinadas comenzaron a reclamársela a los Estados, que se vieron obligados a optar entre proteger la libertad y aceptar la desigualdad, o limitar la libertad en algún grado para asegurar una menor desigualdad.
Para Norberto Bobbio, Tocqueville se mostraba como un escritor liberal y no democrático cuando consideraba a la democracia no como un conjunto de instituciones entre las cuales la más característica era la participación del pueblo en el poder político, sino como exaltación del valor de la igualdad no solamente política sino también social, en detrimento de la libertad. En tal sentido, no tenía dudas al anteponer la libertad del individuo a la igualdad social. Tocqueville advertía con desesperación que los hombres tenían una inclinación natural hacia la igualdad, una pasión
insaciable, que los lleva a querer tenerla en la esclavitud, de no poder tenerla en la libertad. Estaban dispuestos a soportar la pobreza, pero no la aristocracia. El principio de la mayoría, apuntaba, es la teoría de la igualdad aplicada a la inteligencia.
Para Tocqueville, los efectos de la tiranía de la mayoría eran muchos, y todos ellos muy negativos: la inestabilidad del legislativo, el ejercicio arbitrario de los funcionarios, el conformismo de las opiniones, la disminución de hombres confiables en la escena pública. El problema político por excelencia, sostenía, no es tanto el de quién detentaba el poder –un rey o un presidente–, sino la manera de limitarlo y controlarlo; a su juicio, la democracia no ofrecía reaseguros demasiado sólidos.
A través de la obra de Tocqueville se radicaliza la incompatibilidad en última instancia entre el ideal liberal, para el que cuenta la independencia de
la persona en la esfera moral y sentimental, y el ideal igualitario, que desea una sociedad compuesta por individuos semejantes en sus aspiraciones, gustos y condiciones. Para Tocqueville, el gobierno democrático, aunque inevitable, encarnaba una nueva forma de despotismo, a causa de su creciente centralización y omnipresencia. “El pueblo acepta ser tutelado, pensando que ellos mismos seleccionaron a sus tutores. Sale un momento de la dependencia, designa su amo, y vuelve a entrar en ella”.
De todos modos, Tocqueville sugería algunos correctivos para proteger a la libertad del avance del igualitarismo, como la libertad de prensa, la libertad de asociación y la práctica del interés bien entendido, es decir, el interés que llevaba a los propietarios privados a participar del espacio público, no como realización personal sino para defender sus intereses de la rapiña del Estado. Sin embargo, esto no le impide concluir afirmando que, en general, los derechos del individuo son menospreciados en el Estado democrático, en nombre del interés colectivo.
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