EL DESARROLLO para la Independencia
Belgrano fue nombrado Secretario «Perpetuo» del Consulado de Comercio de Buenos Aires el 2 de junio de 1794, y unos meses después regresó a Buenos Aires. Ejerció ese cargo hasta poco antes de la Revolución de Mayo, en 1810. En dicho cargo se ocupaba de la administración de justicia en pleitos mercantiles y de fomentar la agricultura, la industria y el comercio.
Al no tener libertad para realizar grandes modificaciones en otras áreas de la economía, concentró gran parte de sus esfuerzos en impulsar la educación. En Europa su maestro Campomanes le había enseñado que la auténtica riqueza de los pueblos se hallaba en su inteligencia y que el verdadero fomento de la industria se encontraba en la educación. Durante su gestión estuvo casi en permanente conflicto con los vocales del Consulado, todos ellos grandes comerciantes con intereses en el comercio monopólico con Cádiz. Año tras año presentó informes con propuestas progresistas que, en general, fueron rechazadas por los vocales.
De todos modos obtuvo algunos logros importantes, como la fundación de la Escuela de Náutica y la Academia de Geometría y Dibujo. Belgrano, a través del Consulado, también abogó por la creación de la Escuela de Comercio y la de Arquitectura .
Su motivación para fundar la escuela de comercio radicaba en que consideraba que la formación era necesaria para que los comerciantes obraran en función del crecimiento de la patria. Con las escuelas de Dibujo y Náutica se pretendía fomentar en los jóvenes el ejercicio de una profesión honrosa y lucrativa. Estas últimas funcionaban en un mismo local, contiguo al consulado, de forma que Belgrano pudiese observar e inspeccionar su desenvolvimiento.
Estas escuelas operaron durante tres años y fueron cerradas en 1803 por orden de la corona española que las consideraba un lujo innecesario para una colonia. Belgrano opinaba que el impulso educativo “no podía menos que disgustar a los que fundaban su interés en la ignorancia y el abatimiento de sus naturales”.
Su iniciativa ayudó a la publicación del primer periódico de Buenos Aires, el Telégrafo Mercantil, dirigido por Francisco Cabello y Mesa, y en el que colaboraban Belgrano y Manuel José de Lavardén. Dejó de aparecer en octubre de 1802, tras tirar unos doscientos números, después de varios problemas con las autoridades virreinales, que veían con malos ojos las tímidas críticas allí deslizadas y el estilo desenfadado de las sátiras y críticas de costumbres.
También colaboró en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, dirigido por Hipólito Vieytes. Allí explicaba sus ideas económicas: promover la industria para exportar lo superfluo, previa manufacturación; importar materias primas para manufacturarlas; no importar lo que se pudiese producir en el país ni mercaderías de lujo; importar solamente mercaderías imprescindibles; reexportar mercaderías extranjeras; y poseer una marina mercante.
La lectura de las “Memorias” presentadas por Belgrano al Consulado, demuestran una visión clara del desarrollo que trae Independencia. Tal vez, releer las páginas escritas por nuestros mayores, sirva para refrescar ideas, recordar principios y afianzar ideologías, que a pesare de lo que digan, no están muertas.
«La ciencia del comercio no se limita a comprar por diez y vender por veinte, sus principios son más dignos» debería profundizarse con una capacitación de los comerciantes, la creación de escuelas, el mejoramiento de la marina para el transporte de las mercaderías, el mejoramiento de los fletes y su abaratamiento, a la vez que promover la creación de » fábricas de tejido de todo tipo. Así aumentaría el empleo de brazos.
Estas fábricas serían una fuente de riquezas para la Nación. Harían nuestros comerciantes un comercio directo con nosotros, cuyas utilidades quedarían en sus manos sin tener que mandarlas al extranjero y contentarse como hoy lo hacen, con una corta comisión, y ser agentes de un extraño….
Es un principio fundamental de la economía política que el valor de los estados no consiste en su Tesoro Público sino en la cantidad de fanegas de tierras bien cultivadas que tengan…
Es tal la dependencia que tienen entre sí la agricultura y el comercio que la una sin la otra no pueden florecer. Consideremos un país agricultor dotado por la naturaleza de toda la feracidad de que es posible la tierra, en él se encuentran todas las producciones para satisfacer las primeras necesidades del hombre y, si sus habitantes son industriosos, saben cultivar por arte la tierra y se hallan protegidos de amor patriótico por el cual no consienten que el extranjero tenga que traerle sus frutos, tendrá todo lo necesario para proveerle a sus fábricas.»
«Todas las naciones cultas del mundo se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus Estados a manufacturarse, y todo su empeño es conseguir, no solo el darles nueva forma sino en atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo y después vendérselas…»
Pero, «A cualquier lado que dirijo la vista, miro al comercio… abatido y casi digo abandonado, pues no tiene camino por donde conducirse, y todos los impedimentos que cada vez más lo llevan al exterminio, sin que se nos asome un remedio pronto y eficaz que sostenga esta columna principal de la felicidad de la Nación.
“Mientras honrados ciudadanos se dedican a la noble carrera del comercio, otros amparados en el cruel espíritu de la codicia, corren precipitadamente al inicuo tráfico del contrabando, empeñados en acabar con el comercio lícito y con ello, acelerar la destrucción del Estado… »
“Bien sabemos por notoriedad, la multitud de efectos que han entrado en esta Capital y que se halla abarrotando los almacenes… ¿y cuáles son las ventajas que hemos conseguido? la destrucción, el aniquilamiento de nuestros fondos… Si los mismos comerciantes entran en el desorden y se agolpan al contrabando, ¿qué ha de resultar del comercio ?…que se me diga, ¿que es lo que le sucede al comerciante que hoy procede de acuerdo a la ley? se arruina, porque no puede entrar en la concurrencia (competencia) con aquellos que han sabido burlarse de ella…»
» Es un error pensar que la baratura de los géneros que tenemos traídos por los contrabandistas, sea benéfica para la Patria, lo que a ésta le conviene es que sus producciones tengan valor…» de lo contrario, «Perecerán todos los demás ramos que dan utilidad pública…recorramos nuestras barracas y hallaremos multitud de frutos que tenemos depositados para pasto de polillas, pasemos a nuestros hacendados y los veremos en la miseria por falta de valor en sus producciones, en una palabra, todo se resiente por la falta de comercio lícito.»
“El mejor modo, el fundamento de su protección y fomento, debe ser ponerlo en el equilibrio que le corresponde, y esto no se puede sin aniquilar el contrabando y con él la hidra del monopolio que todo lo devora, todo lo acaba, hasta derribar las columnas del edificio político…»
“ La agricultura de este País vendría a reducirse al consumo de sus habitantes, sus campos quedarían baldíos y con el tiempo, sus progresos todos serían para arruinarse y destruirse, sus fábricas seguirían los mismos trámites no teniendo quien consumiese sus manufacturas, toda la gente empleada en ellas no hallando el premio por sus trabajos, las abandonarían y no encontrando tampoco, recursos en ningún otro objeto, o se retraerían los hombres del matrimonio, o se emigrarían a buscar mejor suerte en otros países.»
“Y véase aquí la población destruída, faltando ésta ¿qué será del Estado más fértil y abundante del mundo ?Si es cierto, como aseguran los economistas, que la repartición de las riquezas hace a la riqueza verdadera y real de un país, de un Estado entero…mal podría haberla cuando se reducen las riquezas a unas cuantas manos que arrancan el jugo de la patria y la reducen a la miseria»
Clara era la visión de Manuel Belgrano sobre la forma de crecer como País a la vez que sobre la corrupción y los daños que esta traería aparejados, sólo que lo decía ¡Entre junio de 1797 y junio de 1802!
Mariano Moreno en su Plan de Operaciones expresaba “es máxima probada que las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un Estado, no sólo son perniciosas sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos del Estado, sino cuando también en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad.”
Belgrano era en esta época, el americano versado en economía de mayor prestigio en la corte española. “Creo que a esto debí que me colocaran en la Secretaría del Consulado de Buenos Aires…sin que hubiera hecho la más mínima gestión para ello…” escribía en sus Memorias. En julio de 1790 el Papa Pío VI otorgó a Belgrano una autorización para “leer y retener durante su vida, todos y cualesquiera libros de autores condenados y aún de herejes, de cualquier manera que estuvieren prohibidos”. Así, pudo acceder a todas las obras de la fisiocracia (que habían sido prohibidas después de 1789) y a toda la literatura política existente en Francia, cuyos tomos mandó a comprar a su cuñado Ignacio Ramos Villamil.
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