1. Yamila: ¿Por qué hay una sensación que el docente ha perdido consideración social?
Para empezar, relativizaría esa afirmación. El destrato hacia los docentes y su responsabilización por los problemas educativos que se difunde en los medios no es nuevo; es un fenómeno que lleva varias décadas (recordemos la década de los 90). Lo que sí parece haber cambiado es el contexto cultural en el que se inscribe.
Vivimos en una sociedad atravesada por la mercantilización de múltiples esferas (educación, salud, tiempo libre) y por una lógica de exposición del yo, donde las redes sociales imponen nuevas hegemonías estéticas y modelos de éxito. En ese marco, la cultura del estudio y del trabajo se ve tensionada por ofertas que proponen ganar dinero fácil, como las que circulan en el mundo de los influencers o las apuestas online.
La docencia, como profesión vinculada al conocimiento, al cuidado del otro y al compromiso social, queda desvalorizada frente a esos nuevos referentes. Si lo que se premia socialmente es el rédito económico inmediato, quienes enseñan desde otro paradigma difícilmente sean promovidos como modelos por los medios hegemónicos.
Propongo, al menos como ejercicio, preguntarnos si el desprestigio y la precarización salarial de la docencia no responden, en el fondo, a una disputa más profunda sobre los valores que elegimos sostener como sociedad.
2. ¿En nuestro país existe el federalismo educativo?
En Argentina, la educación pública es gratuita y constituye un derecho constitucional. La Ley de Educación Nacional N.º 26.206 establece que el acceso a todos los niveles educativos es irrestricto y que el Estado nacional es garante de este derecho.
En cuanto a la distribución de responsabilidades entre los niveles de gobierno, la ley establece el principio de concurrencia. Cabe recordar que, a partir del proceso de descentralización educativa, iniciado durante la última dictadura y consolidado en los años noventa, se transfirió a las provincias la responsabilidad del gobierno y financiamiento de los niveles obligatorios y los institutos de formación docente. Desde entonces, el Estado nacional se ha concentrado en el financiamiento de las universidades nacionales, asumiendo para los niveles obligatorios funciones de coordinación de políticas, promoción de la equidad, evaluación e información, entre otras.
Sin embargo, nuestro particular federalismo educativo se expresa de manera pendular en la sucesión de gobiernos de distinto signo político a nivel nacional, que asumen mayores o menores compromisos y asignan más o menos recursos según la gestión. En ese vaivén, las provincias con mayor capacidad económica y administrativa han logrado desarrollar sus políticas educativas con mayor solvencia, mientras que otras, más frágiles, han enfrentado mayores dificultades.
Más recientemente, con la asunción del nuevo gobierno nacional (de orientación libertaria) el péndulo se inclinó hacia una profundización del recorte de recursos. Se descontinuaron políticas centralizadas de apoyo a los niveles obligatorios (como el Programa Conectar Igualdad y la distribución de libros a las escuelas), se eliminó la paritaria nacional docente y el FONID, y se redujo el Ministerio de Educación al rango de Secretaría. Por último, se congeló el presupuesto para las universidades nacionales, que, como se mencionó, constituyen el único nivel financiado directamente por la Nación, lo que implica un incumplimiento de las responsabilidades establecidas en el reparto federal.
Desde mi perspectiva, estos vaivenes en las políticas nacionales afectan gravemente las posibilidades de consolidar un federalismo educativo sólido, al debilitar especialmente a las provincias con menor capacidad de respuesta.
2. Según su experiencia ¿Por qué hoy los jóvenes desean ingresar a la universidad?
Desde la época de nuestros abuelos inmigrantes, en nuestro país resuena una frase emblemática: “mi hijo el doctor”. Las aspiraciones de progreso mediante la educación se han concretado a lo largo del tiempo gracias al esfuerzo de las familias, pero también con una fuerte presencia del Estado, que garantizó el derecho a la educación mediante políticas concretas. Más recientemente, con la extensión de la obligatoriedad del nivel secundario, a partir de la sanción de la Ley Nacional de Educación N.º 26.206, acompañada por programas nacionales de apoyo y becas, se consolidó un proceso de expansión y fortalecimiento de la cobertura educativa en ese nivel. Asimismo, la creación de universidades nacionales en zonas donde no existían instituciones de educación superior generó nuevas dinámicas, incorporando sectores sociales que, como décadas atrás, constituyeron la primera generación de sus familias en acceder al nivel universitario.
Por otra parte, como mencioné, asistimos a una creciente mercantilización de la vida social contemporánea y una fuerte promoción de modelos de éxito materialistas, que se contrapone extrañamente con las expectativas de futuro de los y las jóvenes que se expresan en su deseo de continuar estudiando. Alcanza con revisar investigaciones recientes y recuperar las entrevistas a estudiantes (al menos en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires) para advertir que muchos aspiran a estudios universitarios, otros al nivel terciario, tecnicaturas, o cursos de formación profesional. La universidad sigue presente en ese horizonte. Esto se confirma con datos de estudios recientes que
dan cuenta del aumento (en los últimos años) en todos los percentiles de ingresos del porcentaje de la población entre 18 y 24 años que asiste a la universidad.
Entonces, ¿cómo se conjugan estas lógicas contrapuestas? Es un desafío abierto. Sin embargo, en esa tensión, nosotros, la generación adulta, los funcionarios educativos, y los educadores tenemos la responsabilidad de generar las oportunidades para que esas expectativas puedan realizarse.
3. ¿Es la educación Secundaria, el principal problema por el cual los alumnos se hacen crónicos en las Universidades, tienen deficiente nivel académico o terminan abandonando?
En primer lugar, tenemos que admitir que muchos de nuestros jóvenes no son estudiantes de tiempo completo. Cursan sus estudios mientras trabajan, muchas veces en empleos precarios. Esta situación vale también, lamentablemente, para muchos estudiantes de nivel secundario. Con esta advertencia, el problema del rendimiento
académico requiere considerar diversas dimensiones.
Desde el punto de vista estadístico, preocupa el estancamiento y la baja en la tasa de finalización del nivel secundario. Completar el secundario en los tiempos “teóricos” resulta difícil en un contexto social adverso, que empuja a muchos jóvenes a asumir tareas de colaboración dentro de la organización familiar, ya sea cuidando a sus hermanos o realizando trabajos, en su mayoría informales. Más allá de estas advertencias, considero que hay mucho que revisar en el modelo académico y pedagógico del nivel secundario.
Aquí quisiera detenerme en un aspecto que no suele ser objeto de atención en las distintas reformas. Se trata de la lógica en la que se presenta el conocimiento en el nivel secundario. Considero que este es un problema que atraviesa la dimensión curricular, la organización del tiempo en y entre las materias, la selección de materiales de estudio y, por supuesto, la evaluación. El conocimiento escolar, tal como se presenta en el nivel secundario, está compartimentado en segmentos de unidades evaluables. Estos segmentos o “miniaturas”, como llama Chevallard, se pueden observar en los textos escolares, donde el contenido se comprime y se aleja de sus fuentes de origen (es decir, de cómo ese conocimiento se produce y discute realmente en cada disciplina). Los contenidos se presentan resumidos, enlatados, descontextualizados y sin referencia a autores.
Bajo esta lógica, el conocimiento se vacía de sentido; los docentes deben reponer a gran velocidad todo lo que falta. Las lecturas textuales se presentan como piezas tipo snack (al decir de Scolari), breves y con saltos entre temas y unidades. Se trata de una lógica totalmente opuesta a la construcción del conocimiento, y, en relación con tu pregunta, aumenta la distancia con la lógica con la que se presenta el conocimiento en la universidad. Creo que debemos darnos una gran discusión sobre este tema, y esa discusión requiere repensar qué materiales textuales damos a leer, de qué fuentes, cómo se referencian esas fuentes en dichos materiales, qué tiempos dedicamos al trabajo pedagógico en cada tema y, por último, qué selección de temas amerita ser evaluada. No se puede evaluar todo. Esto, en mi opinión, requiere reconsiderar cuestiones curriculares, evaluativas y de organización como mencioné, pero desde una lógica que ponga el centro en el conocimiento.
Y ahora sí, en relación con la universidad, creo que aún es un reto mejorar las trayectorias en el nivel superior, especialmente entre aquellos que son primera generación en acceder al nivel. Aquí hay que reconocer que el modelo universitario en general, fue pensado para las élites y esto conlleva a una selección implícita mediante mecanismos que dificultan la permanencia y el egreso. De ahí, las nuevas universidades creadas en el conurbano bonaerense, al abrirse a los sectores sociales tradicionalmente excluidos del nivel, contemplan dispositivos de apoyo al ingreso. Allí se realiza un trabajo sobre alfabetización académica (también digital e informacional) que es fundamental compartir con el nivel secundario. Esto es vital para establecer puentes sólidos entre el último año de la escuela y la educación superior. Considero que reforzar el trabajo académico en el último año de la escuela secundaria puede contribuir no sólo a facilitar el ingreso a estudios superiores, sino también a favorecer la terminalidad del nivel, hoy afectada por situaciones de discontinuidad. Aprovechar la experiencia desarrollada en las universidades en relación con los dispositivos de ingreso puede resultar favorable para impulsar iniciativas en este sentido y aportar, como institución con alta valoración social, a la revisión y mejora de la educación secundaria, promoviendo procesos de alfabetización académica, y potenciando las herramientas para motivar a los y las estudiantes para la continuidad de sus estudios. Hay valiosas experiencias que demuestran que es posible trabajar en esta dirección.
Gracias Yamila.
Perfil de Yamila Goldenstein Jalif: es Magíster en Administración Pública (Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires), Especialista en Ciencias Sociales con mención en Lectura, Escritura y educación (FLACSO), Licenciada en Ciencias de la Educación (FFyL, Universidad de Buenos Aires) y Profesora Universitaria (Universidad de San Andrés). Es investigadora del IESODE-(UNPAZ)
Sé el primero en comentar