Niños y niñas pueden leer y escribir, aunque todavía no hayan descubierto las características alfabéticas de nuestro sistema de escritura (Kaufman y Gallo, 2022). Lo anterior, debido a que desde sus primeros años participan de diversas prácticas sociales, en donde la lectura y escritura han estado presentes. Así, por ejemplo, al hacer las invitaciones para la fiesta de cumpleaños o la lista para las compras del supermercado, entre otras situaciones de la vida cotidiana, las infancias comienzan a comprender el verdadero sentido de los actos de lectura y escritura.
Leer va mucho más allá del acto mecánico de juntar letras para formar palabras. La lectura implica una participación activa por parte del lector, poniendo en marcha diferentes estrategias que le permiten construir el significado de los textos leídos, entre las cuales se encuentran formular expectativas, construir hipótesis, analizar la estructura del texto, inferir significados a partir de pistas contextuales, hacer conexiones con experiencias personales y conocimientos previos, entre otras habilidades. Es el lector quien pone en juego su competencia lingüística y cognitiva en el proceso de construcción de los significados del texto leído.
¿Y qué pasa con los pequeños que aún no son capaces de decodificar? Los niños y niñas que todavía no “saben leer” pueden hacerlo a través de adultos o de algún otro niño que ya sepa leer convencionalmente (Kaufman, 2007). Mientras los educadores leen en voz alta, los niños no escuchan pasivamente las historias, sino que son capaces de involucrarse activamente de esta lectura. De hecho, son los niños quienes relacionan diferentes momentos del texto con sus experiencias previas, se identifican con los personajes, anticipan lo que sucederá o realizan inferencias. En otras palabras, los maestros prestan su voz para que los pequeños activen diferentes estrategias de lectura; por tanto, son los niños quienes leen los textos en primera persona a través de la voz del docente.
En las situaciones de lectura a través del docente, el maestro cumple el rol de un interpretante, es decir, de un lector experto que contribuye a que los lectores realicen su propia interpretación de los textos leídos. De este modo, no sólo brinda oportunidades de construir el significado de un texto, al cual niños y niñas no hubiesen podido acceder por sus propios medios, sino que también, está poniendo a sus alumnos en contacto directo con el lenguaje escrito, representado a través de diversos géneros discursivos.
A través de esta estrategia didáctica, educadores se convierten en guías, cómplices y compañeros en el viaje hacia el mundo de la lectura. Con sus alumnos, pueden compartir el placer y la emoción
que los libros ofrecen. Si las infancias ven a sus maestros disfrutando de los textos y logran percibir su emoción al compartir una historia, es más probable que también se sientan atraídos hacia los libros. Por tanto, el maestro se convierte en el puente entre el mundo de los libros y los niños.
El desafío para los educadores es que la lectura a través del docente no se circunscriba a la etapa preescolar. Aun cuando los niños sean capaces de leer por sí mismos, esta práctica puede continuar, incluso durante toda su escolaridad. Esto aspecto es muy importante, ya que la construcción de significados tiene una estrecha relación con el contexto socioemocional que viven los lectores. Por tanto, siempre es beneficioso que un otro significativo te acompañe en este proceso de interpretación. ¿Te animas a intentarlo?
Referencias Bibliográficas
Kaufman, A. y Gallo, A. (2022). Lectura y Escritura: 31 preguntas y respuestas. Ateneo Aula
Kaufman, A. (Coord.) (2007). Leer y Escribir: El día a día en las aulas. Aique
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