Cuestión de la opinión pública. A partir de Caseros, la retórica oficial incorporó referencias abstractas a su respecto, sin asignarle mayores atribuciones dentro del orden virtual vigente. Sería recién durante las Jomadas de Junio cuando el debate sobre los indicadores materiales de la opinión pública dentro del sistema republicano y su relación con el poder político alcance un alto voltaje, obteniendo una resolución contundente.
Paradójicamente, y frente a las tesis globalizadoras sobre el liberalismo argentino ya criticadas, las posiciones sustentadas enfrentarían, por un lado, a los liberales urquicistas —componentes del ministerio de López y Planes—, y por otro, a liberales opositores y ex rosistas, como Mitre, Vélez Sarsfield, etcétera. En el primer caso, Vicente Fidel López —su vocero más coherente—, proponía la identificación de la opinión pública con la de la propiedad, a su juicio, base de todos los sistemas políticos exitosos, oponiéndola a la riesgosa alternativa de caer en un despotismo igualitario y demagógico.
En el segundo, la opinión pública adquiría un carácter más amplio, donde se destacaban la noción de emancipación social y los criterios más igualitarios. Significativamente, el debate quedaría saldado con la renuncia del personal gobernante… ¡ante la presión de la Opinión Pública!. Una opinión pública compuesta por tenderos, notables y grupos intermedios^^.
Ese éxito aparentemente efímero habría de resurgir luego del desenlace de la asonada del 11 de septiembre. En efecto, tanto el intercambio entre gobernantes y gobernados que las tareas de defensa allanaban, como la relación entre pares que en el seno la Guardia Nacional sustituía a las jerarquías sociales,favorecieron el desarrollo de comportamientos más democráticos y la participación de una opinión pública amplia en la legitimación de liderazgos y políticas sociales. Tales comportamientos, evidentemente, no concluyeron con el sitio de Lagos, por diversas razones, entre las que podrían apuntarse: el lugar central ocupado por la opinión pública dentro de un imaginario que simultáneamente sancionaba la capacidad de mando del personal cívico-político, el fortalecimiento de la sociedad civil y la igualación en el trato que suponía el rápido proceso de modernización»^^,
etcétera. Motivos por demás elocuentes, por otra parte, para renovar el convencimiento sobre el carácter imprescindible del consenso de la opinión pública, apuntando a la reproducción pacífica del sistema en formación. ^ Un análisis detallado de este debate en A.R. LETTIERI,: [41].
49 Ver mida SÁBATO: «Ciudadanía…» [15]. ^./., 1997, n.° 210
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Reglas de juego
b.2.1. Las normas de resolución de conflictos: Según afirma Giovanni Sartori, las «guerras civiles y las revoluciones terminan cuando el ganador establece qué regla (aunque sea solamente qué gobemante) solventará pacificamente los conflictos»^^. En la Buenos Aires de la década de 1850, aún cuando, a nivel de los valores, el sistema político parece haber adoptado sin complicaciones la regla de la mayoría en tanto sus principales objetores, liberales-Conservadores, se encontraban excluidos de la vida política porteña después del 11 de septiembre^ ^—, las condiciones vigentes demandaron la aplicación de ciertos procedimientos característicos.
Al respecto, los estudios disponibles están contestes en afirmar que la efectividad de la acción política demandó la asignación de un carácter estructural al ejercicio del fraude. Hilda Sábato y Elias Palti^^
han señalado que las elecciones constituían una especie de guerra recortada espacialmente —^los alrededores del atrio—, y limitada a la jomada electoral, que sólo excepcionalmente conducía a una resolución posterior en otros terrenos —como, por ejemplo, en 1874—. En la primera mitad de la década del «50, sobre todo, la presencia amenazante del antagonista-extemo favoreció el funcionamiento de este sistema, aún escasamente aceitado, sin ponerlo en riesgos de un colapso general. Sin embargo, cuando esa presión exterior comience a debilitarse, y los círculos federales decidan establecer un diálogo más estrecho con la Confederación, a fin de equilibrar
su debilitamiento local —como en los años 1856-1857—, la amenaza de conflicto habría de adquirir un carácter latente^^. Hilda Sábato ha avanzado recientemente sobre este tema, afirmando que ese carácter estructural del fraude no implicó, sin embargo 50 Ihidem,ip.m.
51 Al respecto, ver A.R. LETTIERI: [41].
52 H. SÁBATO y E. PALTI: «¿Quién votaba…», [16].
53 Ver: Adolfo SALDÍAS: [32]; Ricardo LEVENE (dir. gral.): [12]; Néstor T. AUZA: El
periodismo de la confederación, Buenos Aires, EUDEBA, 1978.
/?./., 1997, n.° 210
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