Una exclusión de los gobernados del proceso de selección de candidaturas, el cual demandaba la articulación de complejos mecanismos de convocatoria y participación de la opinión pública -mucho más amplia, y de procedencia social menos rezagada, que la predominante entre los votantes efectivos-, a través de los clubs y asociaciones parroquiales^»^. Sus características, que parecen responder básicamente al modelo cascada elaborado por Karl Deutsch^^, permiten comprobar esa verdadera vocación consensualista que caracterizó al juego político, evidenciando una significativa coherencia con el resto de los mecanismos informales de participación en el espacio
público descritos por la autora. Justamente en esa extrema plasticidad parece haber residido la clave del éxito del sistema implementado, posibilitada eficazmente por su escasa institucionalización^^.
b.2.2. Los límites del disenso: A la vez, el funcionamiento y reproducción de un sistema político requiere del establecimiento de límites y reglas para la discrepancia, resultando tolerable el ejercicio del disenso dentro de las pautas vigentes^^. En el caso del sistema republicano porteño, una vez recuperada la autonomía, resulta posible
verificar un interés compartido entre las fuerzas político/sociales participantes del consenso establecido por su establecimiento. La primera movida en ese sentido, impulsada por el gobierno de coalición encabezado por Pastor Obligado —electo el 24 de julio de 1853—, consistió, a juicio de Ricardo Levene, en legalizar el ejercicio de la violencia^^, decretando para ello el 8 de agosto de 1853 la jubilación de los miembros de la Cámara de Justicia designada por Urquiza, nombrando en su reemplazo un nuevo elenco de composi54 Hilda SÁBATO: «Sufragio…», [16]. También puede rastrearse esa vocación consensualista en la tesis de Pilar González Bemaldo, puntualmente a este respecto al momento de analizar la formación de clubs electorales a partir de 1854 -como el célebre Guardia Nacional-, ante el oficialismo excluyente de los clubs parroquiales. P. GONZÁLEZ BERNALDO: «La creation…», [17].
El modelo cascada no supone la imposición de opiniones ó juicios, sino su instalación por parte de los sectores superiores de las sociedades, siendo objeto de sucesivas reelaboraciones en los diversos estadios inferiores.
Karl DEUTSCH: LOS nervios del poder, Buenos Aires, Paidós, 1968.
Al respecto, ver A.R. LETTIERI: La formación del sistema político moderno. Legitimidad, opinión pública y sistema político. 1862-1868, Cuadernos del Instituto de Historia Argentina y Americana «Dr. E. Ravignani», Buenos Aires, 1995. (en prensa).
Giovanni SARTORI: [21], T.L, p. 123. 58 Ricardo LEVENE: [12], p . 403.
Esa preferencia se aplicó inmediatamente en un sonado caso, denominado «juicio a los mazorqueros», que decidió la ejecución de Ciríaco Cuitiño y otros ocho activos miembros del rosismo, entre ellos Ciríaco Cuitiño y Leandro Alem, cuya presencia resultaba un estorbo para el consenso puesto en marcha —^ya que desconocían los términos del consenso construido—, a través de un juicio teñido de parcialidad. Esta justicia desarrollaría, asimismo, un papel clave durante la década, acallando los reclamos de la oposición sospechada de vinculación con la Confederación. Eso resultó particularmente palpable en el terreno de la prensa, donde la reinstalación de la ley «mordaza» de 1828 —disposición que preveía la fijación de pesadas multas, la clausura de medios opositores y aún la alternativa de la
cárcel o el destierro para sus editores—, proveyó de una herramienta maestra para recortar al máximo los límites del ejercicio del disenso.
En contraposición con esta afirmación se levantan los juicios establecidos históricamente, de Sarmiento en adelante, coincidentes en alabar los méritos de la «libertad de prensa» en Buenos Aires después de Caseros. Para Ricardo Levene, el «(…) triunfo de Caseros significó, entre otras cosas quitar la mordaza que trababa la dignidad
periodística»^^, juicio que se contradice con su argumentación posterior, donde documenta la utilización por parte de la prensa porteña —durante el tutelaje de Urquiza—, de un discurso que computaba como errores u omisiones sus gestos autoritarios, a fin de garantizar su propia continuidad puesta en cuestión. Ramón J. Cárcano posterga
el inicio de ese proceso al «(…) 11 de septiembre, (que) creó el poder de la crítica, con fuerza para hacerse escuchar y entender»^^ Entre los estudios más recientes, Tim Duncan arriba a una conclusión similar para la década del «80, sin ofrecer elementos de juicio 59 ibidem, p. 404.
60 ibidem, p. 377.
61 Ramón J. CÁRCANO: [26].
/?./., 1997, n.° 210
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