¡Hay un lugar para la filosofía en la escuela?

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En este marco reflexionamos  entorno a los siguientes interrogantes: ¿qué lugar queda para la filosofía, en tanto análisis de los fundamentos, las condiciones de posibilidad y las consecuencias de las prácticas y los saberes? ¿Hay lugar para un pensar discursivo, radical y sistemático? En esta época de imágenes posmodernas fragmentarias y, al mismo tiempo, globalizantes, ¿qué campo tiene el discurso filosófico? Y, por otra parte, podemos ahora preguntarnos ¿qué significa enseñar filosofía?, ¿es posible enseñar a filosofar? Al plantear la tensión existente entre “hacer filosofía” y “enseñar filosofía” estamos planteando un problema fundamentalmente filosófico.

De este modo, podemos sostener que el fundamento de la enseñanza no está en la transmisión de un saber, no está en la reproducción de pensamientos o contenidos, sino más bien en su contrario, en un pensar y en un actuar de determinada manera que convierte a la enseñanza en un acto único e irrepetible de cada docente y, de cada docente con cada alumno. Sostener que el aula de filosofía debería convertirse, por excelencia, en un espacio abierto al pensamiento que involucre tanto a los docentes como a los estudiantes es una idea compartida, en líneas generales, por todos los profesores de filosofía. Las dificultades se instalan cuando nos planteamos cómo conseguirlo, ya que el cómo enseñar no puede separarse de de qué enseñar o de para qué  hacerlo.

Los opciones que se plantean oscilan entre informar a los alumnos sobre contenidos filosóficos clásicos  o entrenarlos en algunas técnicas que promuevan el buen pensar. O tal vez habrá que presentar ciertas temáticas tradicionales de la filosofía con la finalidad de lograr una comprensión de las mismas. O más bien se debería lograr que pensaran  algunas cuestiones por su cuenta, de acuerdo con ciertos criterios. Lo que caracteriza a esta práctica teórica específica es el modo de abordar algunas cuestiones. Si optamos por una de las dos primeras modalidades, podemos caer en la sobreabundancia de información acerca de filósofos y sistemas o reducir la filosofía a su cariz lógico-formal. En ambos casos cayendo en evidentes reduccionismos.

Cabe la posibilidad de superar la eventual oposición de estas dos modalidades haciendo hincapié en la actitud filosófica (crítico-transformadora) del profesor de filosofía. Un docente dispuesto a regular la utilización de temáticas y autores, a partir de su tratamiento riguroso, sin necesidad de privilegiar una de las dos modalidades citadas. Complementariamente deberá hacerse presente en profesores y estudiantes aquel amor al conocimiento y a la producción del pensamiento que está instalado en la misma etimología de la palabra filo-sofía  y que se va configurando en el diálogo en el aula.

Para concluir esta reflexión elegimos una frase de Risieri Frondizi: “La enseñanza de la filosofía no se puede restringir a una cuestión didáctica, como podría ocurrir con la enseñanza de alguna ciencia. La razón principal es que la filosofía no está constituida por un conjunto de conocimientos sistemáticos y el saber filosófico no se imparte como se transmite un conocimiento técnico”. La filosofía  y la enseñanza de la filosofía constituyen un desafío e invitan, desde Sócrates hasta hoy, a un constante debate.

 

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Acerca de Adriana Passalia 12 Articles
Adriana Passalia es Profesora en Filosofía y Pedagogía por el Instituto Superior de Profesorado Sagrado Corazón, Licenciada en Calidad de la Gestión de la Educación, por la Universidad del Salvador, Especialista en Metodología de la Investigación Científica por la Universidad Nacional de Lanús. Y, en la actualidad, Maestranda en Metodología de la Investigación Científica, por la misma universidad.

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