De ellas siempre se hablaba, era casi inevitable. De sus últimos libros, polémicos y osados para la pacata clase a la que pertenecían con veleidades de alta sociedad europea, de sus amantes, de sus públicas polémicas que diarios y revistas de actualidad seguían puntillosamente.
Odiadas, criticadas y envidiadas con la misma intensidad por hombres y mujeres, unos por competir con ellos, las otras para justificar sus grises vidas. Amadas por un público que ellas “supieron construir” expandiendo la lectura de novelas y cuentos a una clase media intelectualmente cada vez más formada y ávida de una lectura que incluía de la misma manera a los hijos estudiantes universitarios y a los padres, empezaban a crear un verdadero mercado editorial.
Dos décadas siendo las más exitosas en venta de sus novelas y cuentos, de participar estelarmente en la vida social y cultural de una ciudad de Buenos Aires que en los años sesenta y setenta era la absoluta vanguardia de la principal movida literaria y artística de Hispanoamérica.
Las tres políticamente incorrectas, contradictorias, aristocráticas y “gorilas”, valientes, vapuleadas y halagadas por la crítica en forma casi pasional, talentosas y banales pero seguro imprescindibles para entender una época que su literatura muestra como nadie.
Fueron contemporáneas, frecuentaron los mismos lugares, tuvieron amigos en común, posiblemente competían y se detestaban, la primera que nació fue la última que murió, las tres tuvieron un primer matrimonio fracasado siendo muy jóvenes, las tres terminaron apoyando de distinta forma el gobierno de Raúl Alfonsín.
Las tres fueron mujeres muy incómodas para el discurso de los cenáculos intelectuales dominado casi exclusivamente por escritores y críticos que a su desaparición, entre el 85 y el 90, las juzgaron por actitudes o posiciones políticas y no por sus libros con la clara intención de “sepultarlas”, quizás para ocultar sus propios “pecados” con el poder.
Es difícil entender cómo estas escritoras que en el periodo que comprende desde 1960 a mediados de 1980 entre las tres superaron largamente el millón y medio de libros vendidos, cuyas novelas fueron adaptadas a películas y telenovelas que fueron éxito de audiencia (Los pasajeros del Jardín /Bullrich, La Señora Ordoñez/Lynch, Piedra Libre/Guido) siguen siendo “ninguneadas”. No parece ser una casualidad. Las tres siguen molestando. Esta crónica caprichosa en su relato quiere empezar a contar algo de ellas seguramente muy conocido para el ambiente literario, pero tal vez no para los lectores de menos de 50 años.
Los mismos miedos, distintos miedos, cada una tenía su propio infierno. A Silvina la aterraba la pobreza, a Beatriz el olvido y a Marta a la maldita vejez. A quién no.
Cuando se hablaba de ellas había una crítica feroz a sus obsesiones, el dinero (Bullrich), el prestigio intelectual (Guido), el poder (Lynch); eran los temas preferidos de los círculos sociales que frecuentaban pero siendo un patrimonio casi exclusivo de los hombres que en general sus mujeres no las perdonaban. Las tres querían escribir del hoy o del ayer cercano, de política y sociedad, ni novelas históricas ni novelas románticas. Las tres, cada una a su manera, discutían el poder. No faltó algún periodista mediocre que para desprestigiarlas las haya calificado de “populistas” para explicar sus éxitos editoriales o se hayan ensañado dando por verdaderos episodios nunca corroborados de actitudes políticas condenables para vestir alguna biografía. Empezaremos por orden de aparición en la vida y así evitar una discusión entre ellas, donde quieran que estén, desgranando algo de información y mucho de percepción.
Silvina. Silvina Bullrich nació un 4 de octubre de 1915 en la ciudad de Buenos Aires en el seno de una familia opulenta que además de tener dinero respiraba un intenso aire impregnado de arte y artistas. Su padre, Rafael, eminente cardiólogo, Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, exquisito coleccionista de arte fue un impulsor fundamental para que pudiera “hacer lo que quiera” ya que medio en broma medio en serio, la consideraba su hijo varón. Como ella contaría en alguna ocasión, los soldaditos de plomo y la carpa de indios eran sus juguetes preferidos y a muy corta edad le demandó a su padre trabajo para tenr su propio dinero.
Por pertenecer su familia al mismo círculo social, le fue relativamente fácil relacionarse con Borges o Silvina Ocampo, pero que Borges la invitara a trabajar con él, frecuentar a Mujica Laínez y Bioy Casares habla de otras cosas
y no de prosapias.
No pudo evitar casarse por costumbres de época pero fue un fracaso anunciado. Con su particular humor y dado su manifiesto odio al peronismo, solía agradecerle a Perón el haber sido una de las pocas privilegiadas que pudo acceder al divorcio.
Su formación en la Alianza Francesa y sus continuos viajes a París la convirtieron en una ferviente seguidora de Simone de Beauvoir. Al morir sus padres y mermarse rápidamente la fortuna familiar, dar clases de Literatura
Francesa en la Universidad Nacional de La Plata, le permitió una impensada salida económica entrando así en el mundo del trabajo.
La posibilidad de quedarse sin dinero y la necesidad de mantener la casa convirtieron la cuestión económica en vital para su vida. Siempre escribió, también tradujo y un día allá por 1938 publicó su primera novela: “Calles de Buenos Aires” con una muy módica repercusión en los ambientes literarios, aunque esto le permitió relacionarse con las editoriales que le fueron publicando novelas intimistas de variada repercusión, hasta que en 1964 dio a luz Los Burgueses y se convirtió en ´la primera escritora de best-sellers en la Argentina (más de 60.000 ejemplares en pocos meses) y una de las estrellas literarias más importantes para la editorial Sudamericana, aquella fundada por Victoria Ocampo entre otros, disputada permanentemente por la otra editorial fundada en los mismos años (1939), Emecé Editores. Así se vuelve lectura imprescindible de la clase media en ascenso.
Once publicaciones le siguieron con singular éxito pero volvió a “explotar” en 1971 con una novela basada en su propia vida, en donde cuenta la enfermedad terminal de su pareja, Los pasajeros del jardín que posteriormente en la década del 80, bajo la dirección de Alejandro Doria y con Graciela Borges de protagonista, llega al cine repitiendo el éxito editorial.
La democracia la encuentra apoyando decididamente a Raúl Alfonsín, pero los temas en la sociedad argentina han comenzado a cambiar y ella queda fuera de la conversación. Opta discretamente por retirarse en Suiza en donde la encuentra la muerte en 1990 en el mismo país que cuatro años antes había elegido su mentor Borges para su viaje final. No parece ser coincidencia. Siendo muy cauto en el cálculo, según consultas a editoriales, se presume que en totalidad su obra vendió largamente más de 1.200.000 ejemplares.
Beatriz. Beatriz Guido había nacido en Rosario el 13 de diciembre de 1922, su padre un afamado arquitecto creador del Monumento a la Bandera y su madre, Berta Eirin actriz fuertemente ligada a la aristocracia fundadora del Uruguay, le proporcionaron un ambiente en donde era frecuente en su casa la visita de personajes como Gabriela Mistral, Ricardo Rojas o Leopoldo Lugones. Tampoco pudo escapar a los mandatos de época y tuvo un corto y triste matrimonio. Pero quizás lo que más influyó de ese periodo fue su estancia en Paris durante dos años, antes de casarse, donde tomo cursos con el filósofo Gabriel Marcel.
Dicen que por algún año del comienzo de la década del 50, se cruzó con Leopoldo Torre Nilsson en casa de Ernesto Sábato y de esa pasión que duró hasta la muerte del genial director cinematográfico en septiembre 1978, para
bien o para formaron un equipo que revolucionó una buena parte del cine y la novela en la Argentina.
Decidida a escribir sobre los mitos, costumbres y represiones sexuales de una clase social que a su vez era la guardiana de la moral burguesa, dejó de lado el relato hipócrita avanzando a mostrar descarnadamente la sociedad en la que ella era también protagonista.
En 1954 escribió su primera novela, La casa del Ángel que llevada al cine con singular suceso por la pareja de Elsa Daniel y Lautaro Murúa como protagonistas bajo la dirección de Torre Nilsson, permitió que el libro se convirtiera en un éxito literario descomunal para la época.
Esta fórmula se fue repitiendo con distinta intensidad en cuanto a loséxitos comerciales no podemos dejar de mencionar La caída, Fin de Fiesta y La mano en la trampa. Pero curiosamente la novela que fue su máximo éxito editorial en cuanto a ventas dentro de la literatura latinoamericana no tuvo “su película”: El incendio y las vísperas.
No sólo en su obra mantuvo una posición política marcada por su anti peronismo. Le gustaba jugar con una utodefinición de furiosamente gorila y furiosamente mentirosa como principales características personales.
Habitualmente acusada de gorila y falsa aristócrata, tuvo en David Viñas y Arturo Jauretche dos críticos implacables a los cuales ella agradecía “porque le permitían vender más libros” solía decir. En 1970 escribió la maravillosa novela Escándalos y Soledades, y en el mismo año la editorial Losada debió tirar tres ediciones consecutivas en ctubre, noviembre y fin de noviembre y todas se agotaron. La vuelta de la democracia también la encontró apoyando a Alfonsín, siendo agregada cultural de la embajada argentina en España, pero como siempre sostuvo, su vida se había apagado con la muerte de “Babsy” y murió en Madrid casi olvidada en 1988.
Marta. Marta Lynch nació un 8 de marzo de 1925 en la ciudad de La Plata. Su apellido era Frigerio pero tomo como propio el apellido de quien fue, en realidad, su segundo marido.
Perteneció a una familia acomodada y tuvo también un casamiento desafortunado, pero breve, como nuestras otras dos protagonistas del trío. Buscando asesoramiento profesional encontró a su par y mas allá de aventuras de ambas partes se mantuvieron juntos y en su peor momento, a solas, sintiéndose vieja y abandonada, criticada y castigada por el progresismo burgués, con un 32 cargado en la mano, su último escrito fue para él. Tuvieron una relación indestructible.
Ya no alcanzaba que pocos meses antes su último libro No te duermas, no me dejes fuera ya un nuevo éxito editorial que sin dudas volvería a poner de muy mal humor a los nuevos intelectuales revolucionarios “coordinados”.
Nunca le perdonaron que en un renombrado concurso literario, sin haber escrito nada trascendente antes, sin ganarlo el jurado recomendara enfáticamente la publicación de su novela, que hablaba de la política argentina de ese momento, del poder y sus reconocibles protagonistas, de una mujer de gran influencia, de la corrupción y la inescrupulosidad de sus actores.
En 1962 se publica La Alfombra Roja y en pocas semanas se venden miles de ejemplares que obligan a sucesivas ediciones y se convierte en el tema favorito en los cócteles, presentaciones de libros y reuniones de todo Buenos Aires”. Nadie desconocía su, hoy llamaríamos militancia, acercamiento al Dr. Arturo Frondizi y su trabajo en la campaña presidencial. No faltaran quienes luego intenten menospreciarla colocándola en el rol de “chofer y acompañante de lujo”. Lo cierto es que formó parte de la mesa chica del gobierno y fue algo parecido a una colaboradora muy estrecha del mandatario.
Nadie pudo evitar que su novela fuera pensada para el gran público como la verdadera trastienda del poder. Su vida cambia, según ella misma lo dice, cuando la política y el poder la seducen de tal manera que en años en donde todo era muy rápido porque la revolución estaba a la vuelta de la esquina, se vuelca luego al peronismo camino que la lleva directamente a relacionarse en la década del 70 con Montoneros y participar fuertemente en el plano del debate de la ideas. En ese período viaja a Cuba de donde vuelve profundamente enamorada.
El golpe militar de 1976 hace, como una buena parte de la sociedad, que en relativamente un corto tiempo vire extremadamente su pensamiento político y comienza a apoyar a la dictadura, trabando una relación particular con Eduardo Emilio Massera a quien apoyo en su armado político como otros intelectuales que más rápidos de reflejos pudieron transformarse más aceleradamente y se convirtieron en adalides de la democracia en 1983.
Marta, algo más tarde que estos, también apoyo explícitamente a Raúl Alfonsín, pero era “carne apetitosa para la coordinadora y sus verdugos del pensamiento”.
Claro que “pocos recuerdan” que fue una de las muy pocas, poquísimas personas que reclamaron a viva voz la aparición de Haroldo Conti, precisamente su amigo que le había ganado aquel famoso concurso que había sido el origen de su carrera como escritora.
Sus detractores la criticaban y aún la critican desde su vida política y su vida sexual, todos habían sido sus amantes, desde Frondizi a Massera, desde Vargas Llosa a Abelardo Oquendo, en su plenitud ella se reía de esto y agrandaba la lista. Ya en su caída, excluida de ciertos círculos y reconocimientos, cuando sus detractores pensaban que habían terminado con ella, la televisión toma su novela, La Señora Ordoñez (1968) y la convierte en un verdadero éxito de
altísima medición en los televidentes que llevo a la reimpresión de la novela que vendió decenas de miles de ejemplares.
Pero eso ya no le alcanzaba, sus demonios y sus miedos fueron demasiado para ella, era a todas luces una lucha desigual y se cansó. Causa gracia cuando en algún artículo sobre ella con ironía hablan de su coherencia política señalándola como siempre oficialista, en un país cuyo principal chiste político tiene como remate: peronistas somos todos. Otros dicen que le gustaba opinar de todo y que la atención se centre sobre ella. Pues bien, era argentina no anglosajona y vivía aquí. De que hablan. Ah… no de sus libros.
“Las cosas verdaderamente importantes son incontables y la que pueden tener estado público, una vulgaridad. La verdadera biografía, el yo total, está en nuestros libros”. (Biografía a mi manera. Marta Lynch)
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