R. P. Dr. Francisco Leocata
1. Orígenes del dilema
La división y hasta la contraposición entre una cultura humanista y una cultura cientificista tiene en los países occidentales raíces muy lejanas, pero ha tomado una forma más definida a partir del siglo XV, luego de la iniciación justamente del vasto movimiento humanista, que se expendió desde Italia a todo el ámbito europeo.
Pero en ese momento todavía no había despegado con toda su fuerza la ciencia en el sentido moderno, en cuya gestación colaboraron muchos nombres ilustres, como Descartes, Galileo, Kepler, Bacon, hasta culminar en la obra de Newton (siglo XVII e inicios de XVIII).
Debido al gran desarrollo de las ciencias matemáticas y su aplicación al mundo físico, su metodología y difusión tomaron una clara distancia de los que se dedicaban con escrupulosidad y rigor filológico a la interpretación de los textos clásicos, con todo lo que ello importaba de relación con la filosofía, la poesía, la retórica.
Más tarde esta distancia se fue agrandando por varios factores: uno de ellos fue sin duda el programa enciclopedista propuesto por la ilustración y luego por el positivismo del siglo XIX. Otro fue de orden socioeconómico: la constatación de que los conocimientos científicos podían potenciar enormemente con las aplicaciones tecnológicas, la riqueza, el incremento de la producción, la revolución industrial. Por lo que se llegó a la conclusión que los países que querían encaminarse definitivamente por el lado del progreso, debían encarar su educación (ya para entonces se habían erigido los sistemas educativos modernos ordenados por el Estado) hacia este tipo de conocimientos.
Con ello no se despreciaban los estudios humanísticos, como lo demuestra entre otros el ejemplo británico, la potencia industrial y comercial más poderosa del momento, pero aquellos perdieron social y políticamente el protagonismo. Todo a lo largo del siglo XIX se bifurcaron por lo tanto las orientaciones científicas y también educativas. En la segunda mitad los filósofos y epistemólogos llegaron a la distinción entre Naturwissenschaften (ciencias de la naturaleza) y Geisteswissenschaften (ciencias del espíritu), cada una de ellas con objetivos y metodologías propias. Lo que me interesa destacar es que desde entonces hubo en diversos países, y también en el nuestro, una cierta lucha por cuál de los dos caminos debía tener la hegemonía en la diagramación de la política educativa y en los currículos de las instituciones. Por motivos que sería largo enumerar, y para centrarnos en la educación argentina, se es acorde en general en reconocer que durante el sigo XIX, a partir de la Constitución de 1853 preparada por el famoso libro de Alberdi Bases, hasta llegar un poco más adelante del primer centenario (1910) se privilegió un sistema de enseñanza basado en la primacía de las ciencias exactas y de la naturaleza con sus aplicaciones técnicas. De acuerdo a lo que había señalado Juan B. Alberdi se necesitaban para el país, médicos, ingenieros, industriales.
Los gobiernos de Sarmiento y Mitre dieron a este respecto un gran adelanto, y esa marcha continuó sin alcanzar plenamente sus objetivos hasta las primeras décadas del siglo XX.
No obstante, ya para entonces se habían elevado voces que estableciendo una crítica hacia esos enfoques educativos unilateralmente “enciclopédicos”, planteaban el tema de un enfoque más humanista. Entre los ejemplos más conocidos tenemos el de la Restauración nacionalista de Ricardo Rojas (1909) y el ensayo de Juan Agustín García titulado Sobre nuestra incultura (1922). En ambos escritos, se presentaba con modalidades diversas esta tesis: la mera preparación científico-técnica, no acompañada por un conocimiento congruente de nuestra historia, nuestras costumbres y tradiciones, nuestro idioma y las obras literarias y artísticas producidas, no era apta para crear personas prearadas y dotadas de espíritu crítico, valores, ideales, elementos todos indispensables para un verdadero progreso y una digna conciencia de la propia nacionalidad y cultura.
Esta reacción no fue en sí misma del todo negativa, puesto que robusteció y encauzó la renovación de las letras y de las artes en general, pero tuvo el inconveniente de distraer demasiado la atención debida a la consecución de los objetivos de una eficiente formación científica y técnica, indispensables para un desarrollo sostenido de las estructuras económicas y sociales.
De todos modos hacia la década de 1930 se profundizó en nuestro país un enfrentamiento demasiado drástico entre la corriente denominada humanista y la científica. Eso mismo se mezcló también con motivos de orientación cultural, tocando también diferencias políticas y hasta religiosas. Aunque la educación católica no descuidó las entonces denominadas “escuelas de artes y oficios”, volcadas sobre todo a la formación de técnicos y obreros industriales especializados, sin embargo por motivos complejos y variados respaldó la idea de una educación humanista, por el sencillo motivo que el enfoque científico-técnico había sido instalado por las corrientes positivistas imperantes hacia fines del siglo XIX como bandera de una concepción laicista de la educación. Estos matices subsisten aún hoy, aunque en formas más confusas. El hecho es que, independientemente de los factores religiosos, la política educativa durante el período que va aproximadamente de 1930 a la actualidad (tanto en los regímenes de facto como en los gobiernos constitucionales democráticos) no ha sido capaz de custodiar y afianzar suficientemente el desarrollo de la ciencia y de la técnica, lo cual no ha dejando de tener efectos negativos para el desarrollo tecnológico e industrial de nuestro país.
Sólo recientemente se ha tomado conciencia de ello, pero los hechos dirán si las iniciativas institucionales para corregir tal retraso pasará a tener efectos convincentes en la realidad. De más está decir que la dominada formación humanista está atravesando también hoy una profunda crisis por motivos que van más allá de nuestras fronteras, y que tienen que ver con los cambios provocados por la globalización, los medios de comunicación con su impacto en lo educativo, y la instalación de lo que con un eufemismo ya difundido suele llamarse sociedad de consumo. 2. Insuficiencia del planteo dilemático hoy En la actualidad hay motivos suficientes como para remover ese enfrentamiento tan tajante. Distinguiremos los motivos epistemológicos y luego las aplicaciones antropológicas y educativas.
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