El sindicalismo de la resistencia.El 16 de septiembre de 1955, un Golpe de Estado puso fin a la primera experiencia democrática del peronismo, iniciada en 1946. Los partidos tradicionales (conservadores, UCR, Socialista, y algunas expresiones provinciales) junto con las vertientes internacionalistas –Partido Comunista, minorías trotskistas-, respaldaron la clausura de la clausura de la democracia en nuestro país, y hasta justificaron los pasos previos a ese golpe, como el atentado con bombas en Plaza de Mayo de 1953, cuando se realizaba un acto de la CGT -con un saldo de seis personas muertas y más de 90 heridos, incluidos 19 mutilados[1]-, o el bombardeo de la histórica Plaza en 1955, donde la Aviación Aeronáutica asesinó a más de 308 personas e hirió a más de 700, con las armas que ese pueblo les había confiado para su defensa. Los responsables nunca fueron sometidos a juicio ni sanción alguna.
El grupo terrorista que colocó explosivos en subtes y locales estuvo conformado por Roque Carranza, Carlos Alberto González Dogliotti, los hermanos Alberto y Ernesto Lanusse, y el Capitán Eduardo Thölke. El jefe de la acción fue Arturo Mathov, quien luego ejercería una Diputación Nacional por la UCR. Paradójicamente, muchos años más tarde el Presidente Raúl Alfonsín designaría a Roque Carranza como Ministro de Transporte, y tras su muerte se lo homenajearía asignándole su nombre a una Estación de Subte.
Los partidos de la autodenominada Unión Democrática exigieron y celebraron el fin del Estado de Derecho, por acción del denominado Partido Militar surgido del Golpe del 30. Todos ellos aplaudieron la “disolución” de la Constitución de 1949 y su reemplazo por otra sin mayor legitimidad, ya que emanaba de una Asamblea Constituyente convocada por una Dictadura, que además sesionó sin quorum y sin representación del partido mayoritario. También explicitaron su agrado por la intervención de la CGT y de los sindicatos “peronistas”, la privatización de las empresas públicas, la desnacionalización de los depósitos bancarios, la imposición de la censura en los medios periodísticos, la cesión del Banco Central a la banca privada y el ingreso de la Argentina al FMI. Como consecuencia, y en sólo cuatro años, de una distribución prácticamente igualitaria de la renta nacional entre capital y trabajo, durante los dos primeros gobiernos de Perón, la participación de los trabajadores se desplomó a su nivel más bajo de las últimas cuatro décadas durante la presidencia del radical intransigente Arturo Frondizi, en 1959.
La Dictadura Cívico-Militar iniciada en 1955, y sus continuadores civiles que accedieron a la magistratura presidencial beneficiándose de la prohibición del justicialismo, intentaron fragmentar y debilitar al sindicalismo, desmembrándolo en asociaciones por rama o actividad, multiplicando las centrales y federaciones obreras y recurriendo a la represión en forma reiterada para reprimir los reclamos y la lucha obrera. De este modo, una vez intervenida la CGT, los sindicatos se nuclearon en dos centrales: las 62 Organizaciones peronistas, y los autodenominados como 32 Gremios Democráticos.
La resistencia a estas políticas que pretendían borrar todo rastro de las conquistas sociales del período 1943-1955, fue la fragua que permitió cincelar una nueva generación de delegados de base y dirigentes sindicales que constituyeron la oposición más sólida a las políticas públicas de ajuste y entrega del patrimonio nacional. Así, los planes de lucha de 1963 a 1965 y el Cordobazo de 1969, que anunció el inicio del fin para el sueño monárquico del General Onganía y su “Revolución Argentina”, constituyen los hitos de una larga lucha por la recuperación de la democracia y la defensa de los intereses populares en los años 60/70. No por casualidad, desde su obligado exilio, Juan Domingo Perón reconocería al sindicalismo como la “columna vertebral” del movimiento
Durante los 18 años de interregno de un Estado de Excepción –no es posible sostener la tesis de una democracia restringida cuando se constata la prohibición de partidos, mucho más, como en este caso, del mayoritario-, tampoco faltaron las contradicciones ni la confrontación al interior del movimiento obrero, en una sociedad donde la violencia se había vuelto una práctica cotidiana habida cuenta de la clausura de los mecanismos de participación democrática. Augusto Vandor en 1969, y José Alonso, en 1970, fueron asesinados en represalia por su exitosa táctica de “golpear y negociar”, víctimas de la intolerancia de las organizaciones armadas clandestinas, mientras que decenas de trabajadores y delegados fueron asesinados o encarcelados.
Entre 1968 y 1970, la CGT se dividió en dos centrales, a consecuencia de las objeciones que provocaba la actitud negociadora de su Secretario General, Augusto T. Vandor con el régimen de Onganía. Así nació la CGT de los Argentinos, liderada por Raimundo Ongaro, que anunció en su discurso del 1 de mayo de 1968 su convocatoria a la “unidad nacional”.
“…Nos pidieron que aguantáramos un invierno; hemos aguantado diez. Nos exigen que racionalicemos: así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros abuelos… La clase obrera vive su hora más amarga. Convenios suprimidos, derecho de huelga anulado, gremios intervenidos, conquistas pisoteadas, personerías suspendidas, salarios congelados. El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los organismos financieros internacionales…” “La CGT de los Argentinos no se considera única actora en el proceso que vive el país, no puede abstenerse de recoger las aspiraciones legítimas de los otros sectores de la comunidad, ni de convocarlos a una gran empresa común”.
Con este descarnado diagnóstico, Ongaro convocaba a la unidad nacional con los empresarios nacionales, los pequeños comerciantes e industriales, los universitarios, los artistas, intelectuales y estudiantes, los militares y los religiosos de todas las creencias, para combatir de frente al imperialismo, los monopolios y el hambre. Un año después, el 29 de mayo de 1969, se producía el Cordobazo. Obreros, estudiantes, amas de casa, comerciantes y clases medias expresaron su repudio al autoritarismo y a las políticas de saqueo del patrimonio nacional implementadas por Onganía y su gurú económico, Adalbert Krieger Vasena. Al día siguiente, un paro general de la CGT de los Argentinos obtenía adhesión total. Como reguero de pólvora, la lucha se extendía a otras provincias: el Rosariazo, el Tucumanazo, el Mendozazo, el Vivorazo…
Mientras tanto, la lucha armada sumaba nuevos elementos de inestabilidad a una alianza cívico-militar que se desgastaba a paso acelerado, a punto tal que aquellos que había profetizado la desaparición del peronismo pasaron a propiciar el retorno del General Perón como última garantía de paz. La sociedad argentina se encontraba en un grave estado de convulsión, a consecuencia de los afiebrados sueños que quienes no habían comprendido que los principales fundamentos del peronismo habían pasado a constituir la argamasa cultural de la Argentina contemporánea, trascendiendo las identidades partidarias.
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