De lo intangible a lo tangible

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Cuando el gobierno serbio lo convocó para un trabajo de recuperación de la memoria popular de ese país se abrió una puerta para que Branislav Pantovic replanteara su futuro en la investigación. Hoy es doctor en Relaciones Internacionales luego de finalizar un posgrado en la Argentina y ha abrazado el campo de la diplomacia científica el cual desarrolla en una Universidad Pública.

Desde la Dirección de Relaciones Internacionales (RR.II.) de la Universidad Nacional de Río Negro, Pantovic trabaja en la temática y organizó recientemente junto con la Universidad de La Sabana (Colombia) el conversatorio “Diplomacia científica y las instituciones de Educación Superior: Perspectivas Latinoamericanas” del que participaron referentes de la Argentina y el exterior. Un esfuerzo que contribuyó a poner de manifiesto la importancia de esta área en constante expansión y sus posibilidades en nuestra región sobre las cuales nos cuenta

¿Cómo empezaste este camino?

Todo comienza con un proyecto particular en el que trabajé para la cancillería serbia. Soy serbio, trabajo en la Universidad Nacional de Río Negro y estoy aquí hace más de tres años. Antes era investigador con dedicación full-time. Sin embargo en un momento reflexioné sobre los siete años y medio que trabajé en la ciencia, en un instituto serbio y como parte de la Academia Serbia de Ciencias y Artes, la cual es análoga al CONICET de la Argentina. Al evaluar lo que tenía luego de tantos años de estudio y de trabajo, como cualquier científico de Ciencias Sociales y Humanidades, vi que eran artículos y algunos capítulos de libros.

¿Sentiste que faltaba algo?

Después de todo el tiempo dedicado a la ciencia no veía el impacto. ¿Alguien va a leer algún día algo de eso que produje? Quizás si o quizás no. Me interesaba algo más tangible. Hablando con colegas serbios, llego a una embajadora de la cancillería serbia quien me comenta que tienen un proyecto y que mi participación los ayudaría.

¿De qué manera llegás a la diplomacia científica?

En ese momento no conocía nada de la diplomacia científica. Arranqué el tema porque me gustaban las relaciones internacionales. Se trataba de un proyecto sobre cultura de la memoria popular, un tema bastante actual en América Latina, especialmente en la Argentina. En el caso serbio, el enfoque se daba en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Querían hacer un proyecto con diferentes científicos tratando el tema de la guerra desde el punto de vista de abogados, etnólogos, etc. Comencé el trabajo coordinando a un grupo de investigadores. La iniciativa fue de la diáspora serbia que se comunicó con la cancillería. Como ellos no sabían de qué manera responder a este pedido me contrataron pro bono. De todas formas me pareció una linda oportunidad.

¿Cuál fue el trabajo en concreto?

Mi trabajo era coordinar a todos los científicos serbios del exterior y hacer un libro sobre el tema. La publicación fue muy bien recibida por parte de los diplomáticos, tanto es así que se dieron cuenta de que iba alineada con política exterior. Ellos querían promover la cultura de la memoria en el ámbito internacional como algo muy importante y uno de los desafíos globales.

¿Este proyecto abrió otras puertas?

La embajadora que me había convocado recordó que estaban en conversaciones con la embajada de Israel sobre varias colaboraciones. Les pareció que este proyecto podía encajar en una cooperación bilateral. La embajada israelí estuvo muy interesada y se comenzó a trabajar para tratar el tema con investigadores de ese país, poniendo un objetivo de generar resultados científicos en la forma de textos.

Por suerte no se terminó en eso. Como el libro producido tuvo un impacto a nivel nacional en ambos países, Israel y Serbia decidieron promoverlo ante las Naciones Unidas como un resultado en el Día del Holocausto en la Asamblea General. Por ser el coordinador, fui responsable de la presentación del libro en ese lugar. Se hizo una conferencia en Nueva York con participación de muchos investigadores del grupo.

¿Qué pasó una vez que terminaste este proyecto bilateral?

Cuando todo eso terminó y empecé a indagar sobre el trabajo realizado en casi un año, me di cuenta de que eso es una de las cosas que se llama diplomacia científica. A partir de ese momento mi tesis doctoral dio un giro tremendo y decidí que quería dedicarme a este tema. Fue una gran motivación porque pude ver un poder muy tangible. Serbia no tiene mucho poder a nivel internacional, es un país pequeño. Pero con el tema de la diplomacia y este proyecto en particular, pudo recalcular su margen de maniobra y generar un espacio que antes no podía obtener. No podía llegar así como así a las Naciones Unidas y estar visible. Sin embargo, con un tema de diplomacia científica y con nosotros como investigadores pudo obtener una visibilidad, lo cual es muy importante en el ámbito internacional. Además trabajar un poco en su imagen y fortalecer los lazos bilaterales entre Serbia e Israel. Esto también fue un caso de estudio que incluí en mi tesis.

¿Sobre qué trató tu tesis?

Mi tesis fue sobre RR.II. con el título “Aproximaciones teóricas y prácticas a la diplomacia pública de los Estados pequeños: Estudio de caso de la República de Serbia (2012-2017)”. Este tema era algo atípico y podía aportar un punto de vista diferente. Lo paradójico en este contexto es que trabajando en diplomacia científica y siendo un “diplomático científico” en su momento llegué a hacer un doctorado sobre esa temática en una universidad que tiene doctorado en RR.II. y donde la diplomacia científica no era muy conocida. Desde mi experiencia creo que se puede cambiar un poco el “mainstream”, lo tradicional de la disciplina de RR.II. y abrir la puerta a temas diferentes.

¿Qué valor tiene la diplomacia científica para los países del tercer mundo?

La diplomacia científica como tal para los países del tercer mundo es extremadamente valiosa y puede abrir mucho más la gama de acciones, actividades y visibilidad. Esta disciplina trae un valor intangible y lo transforma a nivel internacional, tanto para los países como para la comunidad científica, en algo muy concreto y poderoso.
¿Cómo es la situación actual de esta disciplina en Latinoamérica?

Hay muy pocos países cuyos ministerios de ciencia, educación o lo que corresponda (en la Argentina es el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, MinCyT) reconozcan el valor de la diplomacia científica. En América Latina son Panamá, Colombia, la Argentina y México. Brasil tiene una actividad pero de parte de su cancillería, ya que tienen un programa de formación para diplomáticos en el contexto de la diplomacia científica.

¿Cómo ves las perspectivas de la diplomacia científica en esta región?

Los distintos Estados latinoamericanos han logrado diferentes niveles de acercamiento a la diplomacia científica. En los últimos años, cuando se habla sobre las perspectivas de la diplomacia científica en Latinoamérica, en general, y en particular, en la Argentina, una comunidad de responsables políticos, profesionales e investigadores ha intentado identificar las oportunidades, los desafíos y las barreras para que prospere en la región. Las autoridades del MinCyT están conscientes sobre los beneficios que trae la diplomacia científica en el contexto argentino y están activas en consecuencia. Se demostró en varias reuniones y eventos que la diplomacia científica es un concepto fluido que se adapta según los casos individuales y actores involucrados, y que es un tema que necesita elaboraciones autóctonas de la región, pero considero que tenemos frente a nosotros dos peligros latentes: (1) caer en el engaño, pensando que la diplomacia científica es súper poderosa y aplicable a todo y (2) pocas personas están involucradas en la diplomacia científica, ya que parece ser un camino profesional adicional a la ya desarrollada carrera científica o política/diplomática. Cuando observo algo así, una de mis principales preocupaciones es: ¿Quizás no estamos suficientemente abiertos?, ¿proporcionamos información solamente entre las personas ya familiarizadas con el tema?, ¿estamos en un círculo vicioso?

¿Habría que “abrir el juego” a más actores?

No sólo para el desarrollo del tema en la región, sino también para concebir la diplomacia científica, precisamos políticas de formación, capacitación, sensibilización y motivación para el involucramiento de diversos grupos a este campo. Particularmente me refiero al trato de la diplomacia científica desde las Instituciones de Educación Superior, donde tendrían que crearse los cursos y programas afines que desarrollan y abren un espacio de discusión, colaboración, el intercambio de ideas y los procesos de diálogo, para la indagación en el uso de los resultados científicos y su transformación en algo tangible, algo que da respuestas frente a las necesidades y los desafíos nacionales y/o regionales. De esta forma, en el mismo momento es posible ubicar las actividades científicas externas adecuadamente en Latinoamérica en general y en la Argentina en particular, buscando los ajustados escenarios de la diplomacia científica, basados en normas propias y valores, que permitan obtener los resultados deseados.

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Acerca de Claudio Pairoba 13 Articles
Formado en las ciencias duras, Claudio es egresado del emblemático Instituto Politécnico Superior Gral. San Martín de su Rosario natal. Doctor en Bioquímica y tiene una Maestría en Análisis de Medios de Comunicación. Egresó del emblemático Instituto Politécnico de su Rosario natal cuando la música disco mostraba una curva de popularidad descendente pero pudo superarlo y hoy escucha música de los ‘80 y ‘90. Está a cargo del Área de Comunicación de la Ciencia en la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), es columnista de medios gráficos, digitales, radiales y escribe en su blog (planetciencia.blogspot.com). A pesar de un primer encuentro accidentado con la Química, elige esta especialidad egresando como Bachiller Técnico Químico al mismo tiempo que la música disco mostraba una curva de popularidad descendente. Buscando adentrarse más en el mundo de los protones, neutrones y electrones, posteriormente se gradúa de Bioquímico y Farmacéutico en la Facultad de Cs. Bioquímicas y Farmacéuticas de la Universidad Nacional de Rosario. Durante su paso por Suipacha 531/570 fue docente en las materias Física, Química Orgánica y Química Biológica. Las plantas no fueron ajenas a su formación académica y se doctora en la misma facultad trabajando en maíz dentro del Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos (CEFOBI) bajo la dirección del Dr. Carlos Andreo y como becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Luego de una enriquecedora experiencia posdoctoral en la Universidad de Stanford (California, EE.UU.) como becario de la Organización de Estados Americanos y trabajando con la reconocida genetista Virginia Walbot, inicia la búsqueda por agregarle contenido social a su trabajo. Este derrotero lo lleva a cursar y graduarse de la Maestría en Análisis de Medios de Comunicación del New College of California. Entre otros requisitos para la finalización de estos estudios realizó un trabajo final de tesis (“An analysis of the dynamics among Media, Science and Society”) y dos pasantías: una de un año de duración en KQED, la estación de radio y TV pública de la ciudad de San Francisco, y otra con Eva Soltes, productora del documental sobre la vida del músico norteamericano Lou Harrison, en cuya realización participó.

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