Por: Facundo Lancioni Kaprow, Secretario General de SEducA y Lorena Rodríguez, Rectora del Instituto Superior Glayds R. Vera A-1139
Hoy, más que nunca, nuestro país necesita dar un fuerte y renovado impulso a la educación superior. Como actores responsables y participantes activos dentro del sistema educativo, tenemos el deber de generar propuestas y buscar soluciones que contribuyan a la mejora constante de la calidad educativa de nuestro país.
No es novedad afirmar que la educación superior está atravesando una grave crisis y en esto hay un amplio consenso social. ¿Por qué hablar de crisis? En primer lugar, por la desarticulación entre la función social de garantizar el acceso igualitario y equitativo a una formación de calidad que permita una integración real con la formación profesional para el mercado laboral.
En el contexto actual, tenemos que hacernos la pregunta ¿Podemos hablar todavía de educación superior como factor de movilidad social ascendente? Estamos frente a la necesidad de revisar y actualizar contenidos y conocimientos que permitan acompañar los rápidos cambios en el mundo del trabajo, no solo a nivel local, sino a nivel global. También, y principalmente, es necesario garantizar el ingreso de cada vez mayor número de estudiantes al sistema, preparándolos para enfrentar los desafíos y responder a las demandas de un mundo cada vez más globalizado, sobre todo, teniendo en cuenta el efecto del trabajo post-pandemia que estamos comenzando a entender hoy.
La inclusión de nuevas tecnologías en todos los ámbitos, requiere de mayor cualificación y actualización constante, por lo que aumenta la demanda de trabajadores cada vez más preparados. Es alarmante, según datos del INDEC, que solamente el 23,8% de los trabajadores ocupados hayan finalizado estudios de nivel superior universitarios.
Entonces, si concluimos que el mayor nivel educativo es la llave de acceso a un mejor empleo y mejores condiciones laborales, es necesario garantizar la igualdad de oportunidades en el acceso a la educación para la población de menores recursos, aprovechando que, si bien se cree, en líneas generales, que la educación superior es para los jóvenes, no existe techo en la franja etaria de los alumnos. Es decir, cualquier persona con el secundario completo puede insertarse y formarse en Instituciones de Educación Superior, por lo que debiéramos entenderla no solo como herramienta previa a
la inserción laboral sino como oportunidad de reinserción y recapacitación dentro del mercado de trabajo.
También, y no menos importante es preguntarnos qué modelo de sociedad queremos entendiendo el rol central de la educación en el siglo XXI, desde una profunda revisión de las prácticas, enfoques y valores con los que se lleva a cabo. Pero también desde las políticas públicas que acompañen y generen iniciativas que mejoren la calidad de vida de los ciudadanos.
En suma, la única alternativa posible es crear puentes en un contexto social y cultural que requiere el compromiso de toda la comunidad, desde todos los ámbitos y, en especial, desde el educativo, donde se tienen que repensar y poner al alcance de todos aquellos conocimientos que posibiliten realmente la igualdad de oportunidades en un mercado de
trabajo cada vez más competitivo y segmentado.
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