La mujer no es una consideración inactiva en la sociedad. La mayoría de los movimientos de mujeres en el siglo XIX y XX se estructuraron como movimientos “sufragistas”. América no fue la excepción, puesto que la historia de nuestras luchas por los derechos fundamentales forma parte de la historia de la justicia social de los pueblos.
Si tomamos las palabras de Carlos Fuentes de que “Todo pueblo tiene derecho a imaginar su futuro y también a imaginar su pasado, porque no hay futuro vivo con pasado muerto” diríamos que el derecho al voto femenino se plasmó en la prohibición taxativa de que las mujeres no podíamos tener derechos.
La historia de la mujer ha sido siempre una permanente lucha entre la desigualdad y la sistemática exclusión de todo ámbito social considerado obra exclusiva del hombre, circunspecto solo a él, puesto que se sostenía que la naturaleza femenina solo nos había capacitado para la vida privada o para ser madres.
Por lo tanto se había representado la idea generalizada que la política era asunto de hombres, mientras las mujeres sólo eramos seres de opiniones cortas y cabellos largos, inexpertas en diferenciar lo malo y bueno, lo conveniente, sano, o lo que puede favorecer o no.
Ante la crisis de legitimidad política que se iba produciendo en el mundo en los finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, la mujer vio la posibilidad de salir del oscurantismo social puesto que aparecieron en el horizonte nuevas ideas que se convirtieron en válvula de escape para empezar a valorarse y emerger al ruedo social.
Este nuevo contexto ideológico se da con los aportes que proporcionaron los socialistas, que fueron, paso a paso, reivindicando a la mujer, aboliendo la negación de oportunidades en todas las personas y formas. Algunas feministas llegaron a considerar al socialismo como complemento ideológico necesario para el desarrollo de la mujer.
Fueron las mujeres las que pensaron que se podía plasmar una nueva imagen en un sistema político que alcanzaría a tener una nueva función y dimensión social al desligar el derecho al voto de los grupos privilegiados y colocarlo al servicio de sectores más amplios de la población, favoreciendo el desarrollo general de la sociedad.
Ellas son las que difunden una nueva conciencia social, decían, más combativa. Estas ideas se generalizaron con el servicio en distintas actividades a finales de la primera guerra mundial y empezaron a advertir que cada vez lo hacían de un modo más activo en todos los frentes, pero no gozaban recompensa alguna en la adquisición de nuevos derechos.
El sufragismo femenino, movimiento organizado por y para mujeres cuyo objeto era conseguir en derecho al voto, se dio en toda América Latina desde finales de 1920 hasta comienzos de 1960.
Este periodo tiene la característica de vivirse como una intensa crisis política, profundos cambios económicos y sociales. La mujer va a estar a la vanguardia de estos cambios y, por añadidura, lo hará con la política.
Antecedentes como los derechos al voto femenino en Chile ocurrido en el 1875, cuando un grupo de mujeres del que era parte Domitila Silva y Lepe se inscribió para participar de las elecciones, porque entendía que cumplía con los requisitos establecidos en la constitución de 1833, otro caso que no se debe dejar de mencionar es Alicia Moreau de Justo (socialista) en Argentina que adelantó las causas protección de los derechos a las mujeres al fundar en 1918 la Unión Feminista Nacional. En 1932, elaboró un proyecto de ley que establecía el sufragio femenino, pero esta idea se concretaría en 1947 con la llegada de Eva Perón.
La Séptima Conferencia Internacional Americana en Montevideo en 1933 marcó un momento decisivo en las relaciones interamericanas y fue ocasión de una gran victoria para la mujer de las Américas en su lucha por la igualdad, ya que fueron escuchadas. Antecedente de este reclamo fueron los cuatro congresos de mujeres a nivel internacional que se desarrollaron en Argentina (1910), Chile (1923), Perú (1924) y Colombia (1930).
La mujer, que ambicionaba la emancipación, alcanzaría así una gran victoria al conseguir la igualdad de derechos, en calidad de ciudadanas simbolizada en el voto que no era ni casual ni repentino.
El primer país en América Latina en aprobar el sufragio femenino fue Uruguay con la emisión de primer voto en 1927, en el Plebiscito de Cerro Chato. La primera mujer en votar fue una brasileña llamada Rita Ribera, quien tenía 90 años de edad.
Algunos datos sobre la validación y ejercicio del derecho del voto femenino: Ecuador, en 1929, luego lo consagraron Chile (1931), Brasil (1943), Cuba (1943), Bolivia (1938), El Salvador (1939), Panamá (1946), Costa Rica (1949), Guatemala (1946), Venezuela (1945), Argentina (1947) con Eva Perón, México (1953) y Paraguay (1961).
Hace ya más de un siglo que en algunos países de América las mujeres salieron al ruedo político, rompiendo las cadenas del ostracismo privado y ejerciendo el derecho a participar en política.
Pero la conexión femenina en la sociedad, política y economía no nos ha desligado de nuestro papel principal de ser cuidadoras de nuestras familias y corresponsable del funcionamiento de nuestro hogar, por lo que hemos terminado asumiendo un doble rol, pero el derecho a elegir y ser electas no nos ha aislado, al contrario, nos ha hecho más participes en la toma de decisiones.
En este horizonte democrático generado por las mujeres, añadiría como datos relevantes dos cosas, primero que hoy en Brasil (Dilma Roussef) y Argentina (Cristiana Fernández) gobiernan mujeres, antes fueron en Chile con Michelle Bachellet, Violeta Chamorro en Nicaragua o Mireya Moscoso en Panamá.
“La mujer no es solamente un útero“, Concepción Jimeno de Flaquer.
“La única manera de madurar para el ejercicio de la libertad es caminar dentro de ella”, Clara Campoamor
Publicado en Papel de periódico
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