Volviendo a la música, en este caso al tango, lo vemos aparecer en lugares de la negritud de Buenos Aires, aquel Buenos Aires en donde todavía se escuchaban fuertemente sus tambores, sus ritmos, sus danzas, sus cantos y sus rituales, como algunos compañeros han mostrado en este texto. Y va trasladándose como danza entre varones, en los prostíbulos, como danza y música diabólica para la sociedad de bien, como testifican los tangos “La milonguera” de Vicente Greco y “Maldito tango” de Luis Roldan.
“En él, entonces, ya se manifiesta una condena moral, presente en el mismo título: es una música “maldita”, que engaña, enferma, seduce y conduce a la protagonista desde una vida decente y humilde a la prostitución y a la decadencia física y moral” Morochas, milongueras y percantas. Representaciones de la mujer en las letras de tango.
De esos márgenes va saliendo a partir de su gran fuerza arrolladora, hacia la juventud, hacia la juventud bacana, hacia la juventud del pueblo, que lo toma y que comienza a transitar su música, primero a partir de músicos intuitivos, músicos que componen y tocan desde el oído, desde la experiencia, verdadera música popular, tanto que algunas son anónimas. Y cuando se va a París con Francisco Canaro, compositor y director de orquesta, y es aclamado y aplaudido en Europa y hasta llevado a Oriente, vuelve, con el suficiente barniz y brillo para ser aceptado por las sociedades altas porteñas.
El tango nació como música para bailar, podemos diferenciar el tango nostálgico, el tango canción, de la milonga, pero el tango nace para ser bailado. El cuerpo está puesto desde un primer momento como protagonista, primero entre los varones y de a poco adecentándose, aparecen las mujeres, no las mujeres públicas sino las otras, la mujer común, la mujer de alta sociedad. En los patios de esas casas chorizo comienza la danza, según el decir nietzscheano, ritmando los movimientos de todos los miembros las fuerzas de la música se acrecientan.
“De ahora en adelante la esencia de la naturaleza se expresará simbólicamente, un nuevo mundo de símbolos será necesario, toda una simbólica corporal; no solamente el simbolismo de los labios, del rostro, de la palabra (música apolínea) sino también todas las actitudes y los gestos de la danza ritmando los movimientos de todos los miembros. Entonces con una vehemencia repentina, las otras fuerzas simbólicas, las de la música, se acrecientan en ritmo, dinámica y armonía (música dionisiaca)”. F. Nietzsche, op. cit., p31.
Comienzan Eros y Dionisos a entrelazarse en esos bailes y en esa música. Comienza esta música y esta danza fabulosa que aún hoy atrae a nuestro país y a nuestra ciudad de Buenos Aires a gente de todo el planeta, que vienen a ver este ritual maravilloso del contacto de los cuerpos, de la proximidad, de la sensualidad, del despliegue del erotismo en la danza del tango. Así el tacto toma su lugar, el sentir “como un fuego su respiración” como dice el tango, la cercanía que provoca el recepcionar en el cuerpo las señales del compañero/a, sus movimientos más imperceptibles, intenciones, su seducción. Y entonces todos los sentidos se conjuntan para una experiencia única, diferente y, sin embargo, tan cercana a nuestra forma de relacionarnos, a nuestra forma de construir la filía que nos acerca.
Vienen de otros pueblos, que no tienen la impronta cultural que tenemos nosotros, esa proximidad que tanto conocemos en los amigos, en la familia ampliada, los compañeros, el abrazo, el tocarse, besarse, tan natural en nuestra cultura. La fiesta de la proximidad como la considera E. Dussel, no la viven todos, y lo ven en el tango, extrapolado en esa danza y llevado al summum de sus posibilidades.
“Es un deseo de proximidad sin lejanía, sin economía, sin contradicciones. Sin guerra. Es la utopía que nos tiene en vilo. Tanto la primera como la última proximidad son siempre fiesta La fiesta indica una categoría metafísica de la proximidad cumplida como alegría; si se entiende por alegría la realización de lo real; la satisfacción de la coincidencia del deseo y del deseado… Es la proximidad como seguridad y calor, el de las carnes en inmediatez, o el del vino; es el olvido de las angustias y el sorber con gusto lo merecido. La proximidad es fiesta […]” op. cit. p28.
Hay que destacar la profunda fusión lograda en el tango entre música y letra, la música marca los climas, las intensidades de las letras; en su propio lenguaje traduce lo que el poeta escribe para que seamos tocados por un torbellino que, a una, nos arranca de nuestro centro y nos lleva a danzar o a escuchar con el corazón la tragedia que comparte, verdadera música dionisíaca: “Sin el socorro de ninguna imagen, el músico dionisiaco es, por sí sólo y él mismo, el dolor primordial y el eco primordial de este dolor.” F. Nietzsche, p41.
Con la aparición del tango y su desarrollo, nace el tango como mito, una de las razones de porqué perdura todavía. Entendemos el mito como palabra y palabra verdadera. Tal como se entendía en la Grecia arcaica y nos enseña Mircea Eliade (Mitólogo), es una lectura del mundo. Esa lectura, en éste caso, se da a través de la conjunción de tres artes: la música, la poesía y la danza. Es ese universo simbólico, que desde el universo del yo se traslada al mundo. Este mito es un mito trágico, entonces se lee el mundo a través de él y por eso lo tiñe con esos colores, y a partir de allí se vive. El arte es el único capaz de brindar consuelo y puede apartarnos de los peligros de una voluntad que ha perdido su rumbo, ayudándonos así a soportar la vida, como Nietzsche nos enseña.
“Entonces ningún consuelo es suficiente; el deseo se lanza por encima de todo un mundo hacia la muerte, y desprecia a los mismos dioses; se reniega de la existencia, y con ella, el reflejo en el mundo de los dioses, en un más allá. Bajo la influencia de la verdad contemplada, el hombre solamente percibe en todas partes lo horrible y absurdo de la existencia. Y en este peligro inminente de la voluntad, el arte avanza entonces como un dios salvador que trae el bálsamo saludable: él sólo tiene el poder de transmutar esa náusea ante lo que hay de horrible y absurdo en la existencia, en imágenes que ayudan a soportar la vida” op. cit., p51/52.
El peligro es el suicidio, el abandonarse, que tantos tangos describen, y el arte salva y nos vuelve a la vida, dando motivos para seguir. Allí se ve cómo funcionan las artes del tango, ciertamente esas artes son salvíficas, ante la soledad del que transita esos dolores, traen el consuelo que los hombres no brindan.
Continuando con el devenir del tango como música, a la par de los cambios sociales, comienza a darse la transposición del músico académico al músico de tango. Es entonces cuando las orquestas típicas ganan en instrumentos y las partituras se enriquecen con armonías y acordes de tipo lírico, a la par los cantantes se adaptan a esas partituras y requieren dotes de cantante académico. Dijimos que el tango nació para ser bailado y con estos cambios, sin dejar la danza, va mutando hacia la escucha atenta de las letras de los poetas y las voces de los instrumentos, el oído comienza a ganar protagonismo en relación con este género.
Ya en la década del 50 tenemos a grandes músicos académicos volcados al tango, ni que hablar de los 60, los 70 o la actualidad, donde sorprende ver a la juventud que estudia en los grandes Conservatorios de música académica, transformarse de pronto en tangueros. Esa música permite la expresión de nuestra cultura y nuestras raíces y eso influye fuertemente en estas decisiones. En dichas décadas, también, la influencia de la música de Jazz en los compositores de tango es innegable, en un Horacio Salgan, por ejemplo.
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