Proyecto del Instituto Antártico Argentino

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Expertos del CONICET describen el reptil marino más grande de su familia en el mundo

Medía 11 metros y habitó la Antártida hasta la gran extinción de hace 66 millones de años. Su hallazgo indicaría que ese evento habría sido acelerado

La Antártida es, a la vez, un territorio inhóspito por sus condiciones climáticas y una fuente inagotable de invaluable información acerca de cómo era nuestro planeta millones de años atrás. Consagrado a la exploración científica gracias a un tratado internacional suscripto a mediados del siglo XX y hoy reconocido por Argentina y otras 47 naciones, el denominado continente blanco vuelve a ser el centro de la atención a partir del hallazgo de un gigantesco elasmosáurido, un tipo de reptil marino que habitó los mares antárticos hasta hace unos 66 millones de años y que se constituye en el más grande de esa familia a nivel mundial y uno de los más grandes del orden de los plesiosaurios. La novedad aporta pistas acerca de la manera en la que estos animales capturaban a sus presas e indicaría que la gran extinción de fines del Cretácico –que acabó con gran parte de la fauna, por ejemplo con los dinosaurios– habría sido un proceso acelerado. Los responsables del trabajo son investigadores del CONICET y el Instituto Antártico Argentino (IAA, DNA) –que organiza la actividad científica en ese territorio– y acaban de publicar sus conclusiones en la revista Cretaceous Research.

El ejemplar de 11 metros de largo y un peso estimado en 12 toneladas fue hallado en la formación sedimentaria López de Bertodano, ubicada en la Isla Marambio, al este de la Península Antártica, en el marco de las campañas de verano que el IAA realiza año a año desde hace décadas. Las primeras muestras de su estructura ósea fueron recuperadas en 1989 y se terminó de completar buena parte de su esqueleto en 2017.

“Pertenece a un aristonectino, que se diferencia del resto de los elasmosáuridos por las características de su cuello”, destaca José Patricio O’Gorman, investigador del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP) y primer autor del trabajo. “Mientras que estos últimos presentaban cuellos muy largos, finos y flexibles con hasta 72 vértebras que terminaban en pequeños cráneos, los aristonectinos como el que encontramos lo tenían más corto y ancho, con una cabeza más grande”, describe.

Según el investigador, esa característica morfológica estaba emparentada con la adaptación que fueron haciendo estos animales hacia nuevas formas de obtener su alimento, acordes a su dimensión corporal. “El cuello alargado de los elasmosáuridos les permitía alejar el punto de captura, es decir separar la cabeza del resto del cuerpo de manera que sus presas no detectaran su cercanía. Los aristonectinos no tenían esa ventaja. Lo que uno supone es que éstos no cazaban presas individuales sino que desarrollaron un método como el que millones de años después comenzaron a utilizar las ballenas: abriendo la boca y acaparando en gran cantidad. El cuello ancho les garantizaba la suficiente rigidez del cuello para contrarrestar la resistencia del agua en el momento de la apertura de las mandíbulas y se valían de una gran hilera de dientes que en el resto de los elasmosáuridos no están”, comenta.

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