El escritor argentino Jorge Sábato dice: “la historia no es mecánica, el hombre es libre para transformarla” y sí, la historia día a día se transforma. No es una ciencia quieta, que cuenta solo cosas viejas y por lo tanto fastidiosa como dicen los alumnos. La historia siempre se proyecta porque el pasado es omnipresente, y por el momento se torna incompresible. Pero con el mismo paso del tiempo, la ciencia histórica se vive, manifestándose en cada sendero que recorremos, desde los lugares en que habitamos hasta todos los rincones de nuestro planeta. Pero la historia también forja el futuro, nos muestra desde dónde venimos y hacia dónde vamos y es aquí donde las nuevas tecnologías juegan un papel importante e innovador.
Ya ha transcurrido más de una década del siglo XXI, y las nuevas tecnologías han revolucionado el papel de nuestras vidas, desde lo cotidiano hasta la manera de transmitir nuevos conocimientos. Y, por lo tanto, el ejercicio de mi profesión que es la de educar.
El uso de estas tecnologías han cambiado el paradigma educativo, hay una nueva manera de aprender y transmitir los conocimientos. Por ejemplo, el docente se ha tenido que adecuar más a la cultura de la imagen que a la de los libros, pero tengo claro que la imagen no reemplaza al libro, ni al buen docente, pero sí debemos concluir que los alumnos son nativos digitales y hay una nueva concepción del mundo.
Los alumnos tienen su esencia relacionada con lo que ven en televisión, en los portales o lo que transmiten las redes sociales que con el pizarrón. Por consiguiente, el profesor ha de adquirir un nuevo rol. Ya no solo el de transmitir conocimiento, sino que hoy los tiene que poner en práctica en una nueva manera de enseñar, que consiste en que los alumnos sean partícipes de su propio aprendizaje. Y más el profesor de Historia, ya que está adecuando el pasado con el presente, ayudado con estas nuevas herramientas y con nuevos conocimientos provenientes de esta cultura cibernética que se está concibiendo día a día.
La aplicación de las nuevas tecnologías se presentan como un nuevo escenario implícito en la manera de enseñar-aprender. Hemos cambiado la metodología en el aprendizaje. La llegada de estas tecnologías lo han fortalecido, pero no son el centro del aprendizaje. Lo han hecho más entretenido, pero no han cambiado el eje donde transcurre la educación: lo han renovado puesto que hoy en día, sentados con nuestra computadora, podemos visitar un museo, ver las pirámides, recorrer una ciudad antigua del neolítico o medieval, hacer quizás un reportaje imaginario sobre algún prócer de otra época, ¿por qué no a Napoleón? Por lo tanto, el aprendizaje en las escuelas se hace más activo e interdisciplinar, pero no tenemos que creer que el uso de las nuevas tecnologías son la solución a la falta de saber e interés de los alumnos en las escuelas.
El problema surge en cómo ordenar la información a la que se accede, cómo se administra esa información, cómo se hace la transposición didáctica, es decir, cómo se adapta al aula esa información desde los portales educativos o redes sociales.
La llegada de estos nuevos conocimientos tiene que ser integrada y aquí es donde se tiene que hacer presente el docente. Él es quien enseña y guía sobre cuáles serán las ventajas y las desventajas de usar estas nuevas herramientas para hacer que el aprendizaje sea, a la vez, un conocimiento significativo, científico y colaborativo en Historia. Pero para que se puedan dar estas condiciones en el aprendizaje, no tiene que ser y estar disperso. El docente lo deberá ordenar y lo tutelará, ya que tiene que ser una contribución auténtica a que mejore las nuevas prácticas de la enseñanza de la Historia como ciencia.
Hay un nuevo rol del docente en Historia y del alumno, por lo tanto tenemos que ser partícipes de este cambio. Sé que no es una tarea sencilla, pero no podemos darle la espalda al futuro y a la innovación en la profesionalización docente. Por eso debemos dejar nuestra huella en el ciberespacio.
Publicado en Papel de periódico
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