Hace poco menos de un año, tuve la suerte de hacer un viaje por una parte de Europa del cual volví con muchas vivencias increíbles y muchos datos interesantes. Uno de ellos fue comprobar que había un excelente nivel de inglés en varias de las ciudades de habla no inglesa, especialmente en Holanda y Alemania. En la mayoría de mis charlas con los nativos con quienes tuve la posibilidad de conversar, siempre de alguna manera surgía el tema de los idiomas, las barreras del lenguaje, la forma de comunicación con los extranjeros y otras variantes del estilo (cosas que casi todo viajante –quizás casi sin darse cuenta– puede llegar a preguntarse).
Una de las cuestiones que más me sorprendió, sobre todo al notar la calidad, claridad y naturalidad con la que muchos holandeses y alemanes manejaban el idioma inglés, fue la manera en la que la mayoría había adquirido ese nivel: “en la escuela”.
Francamente, la respuesta me impactó. Si bien es cierto que quizás por motivos etimológicos (las tres lenguas se encuentran bajo el paraguas de una misma lengua madre, la germánica) haya ciertas similitudes entre los idiomas, la mayoría de ellas se limita a la forma de las palabras o a la combinación de sonidos para referir a la misma entidad. Para hacer esto más concreto, voy a poner unos ejemplos: el verbo español “beber”, en inglés es “drink”, en holandés es “drinken” y en alemán es “trinken”. Claramente se puede ver el parecido entre estas tres palabras y qué gran diferencia hay con la palabra en español.
Sin embargo, si tenemos un caso parecido pero comparando solamente palabras en español, esta asociación no suele hacerse: las palabras “paso”, “caso” y “vaso” son prácticamente iguales, a excepción de la primera letra. Ahora, sus significados, categorías gramaticales y contextos de uso son completamente diferentes, y recordar qué significa una de esas palabras no nos garantiza recordar lo que significa otra ni cuándo o cómo se usa. El punto es que las similitudes que podemos percibir con la vista o el oído –no importa cuántas o cuán grandes sean– son insuficientes para aprender un idioma y mucho más si se habla de utilizarlo con confianza en una situación comunicativa.
Entonces, en síntesis, que haya símiles entre las formas y la fonología de las lenguas germánicas (en oposición a estas versus las latinas) no es razón suficiente para explicar por qué en Holanda y Alemania el aprendizaje de inglés en el colegio alcanza niveles tan altos si se lo compara con nuestro país.
Dicen que las comparaciones son odiosas, pero a veces son necesarias. En este caso, la comparación me llevó a preguntarme qué estándares se están manejando para la materia en las escuelas del país, cuáles son los déficits y negligencias en la enseñanza, qué capacidades hace falta explotar en los alumnos, cuán buena es la predisposición que tienen, si están interesados, si subestiman o no la materia, por qué lo harían, si son capaces de ver el potencial que tiene el idioma, cuáles son los factores geográficos, económicos y sociales que influyen en un mejor aprendizaje del idioma y si existe realmente dicha influencia. Son más y más los interrogantes que aparecen, pero las respuestas son difíciles de encontrar.
Me gustaría mencionar el tema del contacto y la exposición a la lengua en el marco de los factores geográficos, económicos y sociales. No es preciso aclarar que hay ciudades o regiones altamente turísticas que a la vez son ejes de la economía de un país y, por ende, en ellas existe un roce constante con otros idiomas; entre ellos, muy frecuentemente, con el inglés. Pero, ¿se puede negar que haya contacto y exposición al idioma en ámbitos que no sean académicos o turísticos en casi todas las ciudades de nuestro país? ¿No nos rodean de manera casi diaria industrias enteramente en inglés? Y con esto me refiero a la tecnología, a la industria del entretenimiento, al arte… Las novedades ya casi no vienen en español: los smart phones, los LCD, las SIM cards, miramos las películas y las series más populares del mundo cuyos títulos ya casi no se traducen, los jeans con corte “slim fit”, usamos “make-up” y muchas, muchísimas cosas más. Lo sorprendente es vivir rodeados de todos estos términos y usarlos sin tener idea de qué significan. Y ese es el error también: no estar interesados en ir más allá, en relacionar, definir, comprender.
Volviendo al eje de la discusión, el contacto, la exposición, la forma y la fonología aislados (entre otros factores) no valen mucho por sí mismos si lo que intentamos es aprender una lengua consistentemente, sólidamente. Un profesor de inglés tiene que brindar una base sobre la cual va a poner todos estos factores, de manera que se pueda sacar provecho de todo lo que hay a nuestro alrededor en el día a día, de esos puntos que nos unen no como estudiante-profesor, sino como miembros de una cultura común con los países de habla inglesa. Por supuesto que hay colegios bilingües en los que, cuando corresponde hablar en inglés, se trabaja sobre la lengua de manera intensiva, constante, jugando a cambiar por algunas horas diarias la lengua madre que poseen tanto los alumnos como los profesores. Pero estos colegios son excepciones, por eso creo que es más importante dar una mirada global enfocándonos en las escuelas monolingües.
El punto es que es posible lograr una buena preparación con dos horas semanales de inglés en las escuelas, pero es fundamental saber cómo se pueden aprovechar y qué recursos nos ofrece la vida cotidiana para reforzar los conocimientos e ir agregando nueva información sobre el idioma.
La mayoría de los institutos de inglés ofrecen cursos de dos horas semanales, es decir, la misma carga horaria de la materia en el colegio. Entonces, ¿por qué parece tan lejana la posibilidad de lograr la misma calidad educativa que hay fuera de la escuela dentro de ella?
En mi opinión, todo lleva a volver a respetar la escuela, volver a ganar confianza en ella como un medio donde realmente se puede aprender un idioma.
Los profesores tienen que poner metas más altas, salir de la inercia que genera la rutina y demostrar que en el país también pueden obtenerse resultados como los que se obtienen en Alemania y Holanda. Por su parte, los alumnos tienen que entender que un profesor dentro de la institución no deja de serlo para convertirse en un “calificador”, sino que siempre es, ante todo, un transmisor de conocimiento, independientemente del lugar en donde dicte sus clases.
Gracias nuevamente por darme un lugar en la revista.
Esta es tu casa Ana. Saludos y esperamos con ansias más articulos.