Hoy siento la necesidad de escribir estas palabras porque estoy abrumada y cansada de sentir que somos un peso muerto en la sociedad. Sí, hoy escribiré desde mi lugar de docente, pero también lo haré desde el punto de vista de mi ser como persona.
Escucho y leo siempre críticas. Claro, el ser humano es un ser que todo debe criticar. El gobierno dicta cuarentena, crítica. La vecina compró un auto, crítica. Los padres no cuidan a su hijo, crítica. La madre trabaja, crítica. El docente hace paro, crítica. El docente no hace paro, crítica. Y sí, también he criticado, quizá razonablemente, quizás estúpidamente. Pero aprendí que antes de hablar debo tratar de ponerme en el lugar del otro. Entonces, pienso sí a mí me hubiese pasado eso, ¿cuál habría sido mi reacción? Y esa sola actitud de pensar, me llevó muchas veces a no criticar. ¿Tan difícil es pensar un poco? Tengo conciencia de que nuestro trabajo no es igual a los demás. Y, no, todos los trabajos son diferentes. Pero, ¿qué nos da derecho a creer que podría hacer mejor el trabajo del otro? Creo que no podría ser un policía ni un albañil.
Y, siempre nos atacan con la palabra “vocación” como si ese fuera un justificativo para maltratarnos y tomarnos como un objeto de injurias. Vocación. Si me preguntan, la docencia no era mi vocación. No, pero mis padres no pudieron darme el gusto de mandarme a otro lado a estudiar. Sin embargo, amo enseñar.Amo escuchar a mis alumnos con sed de conocimientos, con dudas, con críticas, con
preguntas, y enseñanzas.Porque eso me enseñaron mis padres: la responsabilidad, el amor al trabajo, el sacrificio para conseguir lo que uno desea. Además, demasiados valores que a veces parecen ser de otro mundo.
Me gusta enseñar y ser una parte importante de estos niños. Retarlos porque son demasiados inteligentes para desaprovechar una oportunidad. Y encontrarnos años después y que digan “Profe, usted tenía razón. Me di cuenta que no me retaba por qué si”. Saber que
han aprendido de sus errores es muy gratificante. Porque aprendieron y están a tiempo de revertirlos. Sin embargo, me entristezco cuando sé que ya no hay forma de revertir una situación.
Me “construyeron” para enseñar y nada más. Cuando llegas al aula, te encontras con tantas historias que es difícil recordar para qué llegaste allí. Desgraciadamente, no hay forma de solucionar todos los problemas de estos niños. Sólo puedo gastar clases escuchándolos y aconsejándolos, hacerles entender que no están solos. Y así, puedo perder muchas clases que me impiden cumplir con mi trabajo, pero no me arrepiento porque desde mi lugar hago un poquito por estos niños.
Para los que no saben, quizá sea necesario que les explique que no nos pagan un sueldo entero por cada escuela que tengo. No, me pagan por hora. Es decir, por ejemplo, si la hora estuviera a $1000, lo multiplico por la cantidad de horas que tengo; no de las escuelas.
Tengo 30 horas, multiplico 30×1000. Nada más. Ése es mi sueldo.
Y esa acotación de “para eso le pagan”, basta. Gente, seamos coherentes. A mí no me pagan para escuchar, ni para esperar los trabajos prácticos. Me pagan para simplemente enseñar.
No me pagan para que de mi sueldo salga el desayuno, la merienda de su hijo. Tengo un plus de $120 por mes para material didáctico, pero tengo 250 alumnos divididos en 8 cursos; a los cuales debo repartir fotocopias, dar lapicera, hojas, etc. Todo para que la clase
pueda darse de manera amena y correcta. ¿Por qué no les cobro las fotocopias? Muchas veces, el alumno no tiene y es injusto dejarlos sin material. Sí, demasiadas veces tuve que dejar a mi hija sin una lapicera, sin sus lápices, incluso sin su merienda por tapar los huecos en la escuela. ¿Cómo puedo negarles dinero a los chicos para comprarse su almuerzo, o para sacar una fotocopia de otra materia? Sale de mi sueldo todo eso, sí. Y de eso no se habla. Y no me quejo, y no lo dejo de hacer. Simplemente que deciden ver lo malo de nuestra profesión.
Porque mientras sus hijos para el estado valen $2000, mi hija $120. Y dirán, pero usted gana más. Gano más porque trabajo, me muevo de una escuela a otra, de un lugar a otro, de un tiempo a otro. Y ocupo lo que no tengo para cumplir. Y, me da bronca a veces, porque mi hija ha pasado a ser responsabilidad de su padre porque no llego a cumplimentar el trabajo de madre por culpa de mi trabajo como docente. Y le digo que hay niños que necesitan más que ella, y así se resigna.
En ocasiones, la vida me ha hecho sentir que la impotencia era un obstáculo tan grande que no me dejaba pensar ni razonar. Escuchar como estudiantes sufren porque sus padres no les prestan la suficiente atención y la vecina debe darles de comer, e interiorizar y darte cuenta que el Estado da demasiado a quienes no saben valorar ni cuidar de sus hijos, ni siquiera les interesa. Tengo tantas historias de terror que rizarían la piel del más valiente. Y, muchas veces, no se nos permite ir más allá.
Siempre les pido a mis alumnos que se superen, que sean más de lo que los demás les hacen creer. La vida no se detiene en una nota, pero el aprendizaje es para toda la vida. El futuro está en ellos, y la vida no se detiene para nadie.
Hoy, en esta cuarentena, nos toca educar a la distancia. Educar y enseñar. Y, otra vez, desde arriba siguen las órdenes desconociendo la misma realidad. Nos imponen evaluar de cierta manera y dar nuestras clases como si fueran alumnos de jardín. Creo que subestiman la capacidad del alumno. Y, con ello, seguimos fomentando la “estupidez”, las ganas de no pensar, de no reflexionar. Y, después, nos critican, cuando el alumno no sabe responder una simple pregunta.
Y, ante todo esto, me digno a declarar que soy una rebelde. Enseño y educo a mi manera, adecuo mi material sin desatender el contenido conceptual y siempre enseñando con valores.
No estamos dando más ni menos, sólo que ahora el alumno no tiene una rutina y ocupa tiempo de su ocio a hacer la tarea y el tiempo de la escuela a su ocio. Familia, aprovechen el tiempo, lean lo que les enseñamos a sus hijos, expresen sus preocupaciones, hablen; pero hablen, no critiquen.
Perfil de Natacha Fernanda Carrizo, tengo 36 años. Una hija de 14 años, Mia Mailén Morena.
Soy Profesora en Lengua y Literatura. Me recibí hace siete años en el I.E.S. Gobernador José Cubas. Enseño en cuatro
escuelas públicas, en Ciclo Básico y Orientado.
He dictado tutorías en la capital y, un taller de Literatura en el interior de la provincia, Santa María.
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