Recuerdo cuando Pau nació hace ya 11 añazos. Le hicimos unas 1574 fotos con la cannon y las compartimos con quien quería pasarse por casa para ver babear a una madre pegada a un álbum, ¿cómo si no?
Hoy la cosa cambia; las fotos las haces en el momento y en ese mismo instante las mandas al grupo de tus amigas, de tu familia y hasta las subes a las redes para mostrar orgullosa esa parte de ti cuando sonríe, se da su primer baño o hasta grabas el vídeo de su primer pasito. Ya no llamas a tu hermana para contarle emocionada que se le cayó el diente, le mandas un whatsapp con una foto y una carita sonriente para que sepa que te hace muchísima ilusión a lo que te contesta con unos aplausitos y otra cara amarilla con corazones en los ojos. Así se va agolpando la información hasta que dejamos de darle importancia porque ese mensaje que enviaste a tu hermana lo abrió cuando estaba en la cola del súper y la emoción le duró lo que dura el pitido del escáner al pasar la ensalada enlatada que compró para comer.
Recibimos tanta información a lo largo del día que resulta imposible procesarla. Una noticia da paso a la otra sin poder asimilar la primera así que optamos por guardarla en el cajón. ¿Nos insensibiliza? Lo peor es que esto que os cuento sucede no solo en los círculos más cercanos sino a todos los niveles; ¿recuerdas la última vez que escuchaste en las noticias “Estas imágenes pueden herir la sensibilidad de los telespectadores”?.. Yo no.
Hoy Rebeca salió emocionada del cole porque va a ser maquilladora en una obra de teatro… Pensaba enviarle un whatsapp a mi madre pero voy a llamarla o mejor la invito a casa y nos hacemos una tarde de álbumes. A ver si ralentizamos por unas horas el flujo informativo.
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