Durante las últimas décadas el debate en los foros docentes y espacios educativos podría, de una manera simplista, resumirse en dos modelos: uno que pregona la “calidad educativa” y otro que hace foco en la “inclusión”. Por tanto, los debates sobre “subir o bajar el nivel” en relación a la calificación, aprobar o desaprobar en función a los méritos o el aprendizaje e, incluso, atender a un criterio de “justicia escolar” en función a como cada estudiante se adapta a los requerimientos escolares; se han convertido en el eje de análisis y reflexión entre los docentes y especialistas en la temática.
Desde ya, creemos que son importantes estos intercambios y que entender los conceptos mencionados como una dicotomía es un error; aunque comprendemos la complejidad de ecualizar estos objetivos de forma armónica.
Si bien, podríamos desarrollar el concepto de “calidad educativa” y reformularlo a las necesidades de hoy, y principalmente del mañana; en este caso es nuestra intención plantear una serie de interrogantes que pongan en conflicto al concepto de “inclusión” en el que se sustentan los proyectos institucionales en muchas de nuestras escuelas.
Históricamente, ya desde la Ley Federal de Educación de la década de 1990, se pregonaba la importancia de que los estudiantes ingresen y permanezcan en las instituciones educativas. Algo que fue fuertemente refrendado por la Ley Nacional de Educación; logrando una mayor asistencia en la Escuela Secundaria, por lo menos en los primeros años.
Logrado esto, el gran dilema fue: ¿Qué hacemos con estos nuevos chicos que están en el aula? ¿Qué hacer cuando las formas enseñanzas tradicionales fracasan y las modernas, muchas veces son impracticables? ¿Cómo actuar ante la indiferencia, la apatía, la desidia, la falta de contención familiar, el estado de abandono de muchos estudiantes, la falta de recursos y otra infinidad de situaciones que surgen en el quehacer áulico?
Ante esta situación, y más allá de la enorme cantidad de circulares que se parecen más a una formulación de deseo que a respuestas concretas a problemáticas reales; quienes tienen que marcar el rumbo educativo en nuestra provincia se centran en un solo objetivo: que los alumnos y las alumnas promocionen.
Esta decisión resulta equivocada para quienes creemos que lo más importante es el aprendizaje del estudiantado, y que es obligación de la Institución Escuela propiciar las condiciones para que estos logren construir herramientas útiles que sirvan para desarrollarse en la vida profesional y afectiva. Y que en este sistema segmentado en niveles, la promoción o la posibilidad de “pasar de año”, es una oportunidad para ampliar lo aprendido y llevarlo a un nivel superior.
Por lo tanto; la preguntas serían: ¿Si un alumno no llegó a aprender, cualquiera sea el motivo, es justo para él o para ella seguir avanzando o complejizando el aprendizaje? ¿Por qué se le niega el derecho a volver a transitar el mismo año y alcanzar los conocimientos y/o habilidades que no pudo lograr? ¿Por qué son condenados a ajustar, achicar o estrujar su Trayectoria Educativa? ¿Por qué no le dan la oportunidad de recorrer su camino de aprendizaje respetando sus propios tiempos? Ya terminando, y siguiendo en estas líneas de cuestionamiento; también creemos que sería bueno repensar algunas otras cuestiones: ¿Es tan importante el egreso? ¿El simple hecho de egresar les asegura la posibilidad de un empleo digno o una preparación para los estudios superiores? ¿Es valioso un egreso si los conocimientos o habilidades necesarios para los nuevos desafíos que deben afrontar? ¿No será que tanta preocupación es para que haya menos alumnos y alumnas en nuestras escuelas y que algún burócrata registre un aumento de egresados en su planilla y “venda” como un logro de gestión?
Para cerrar, quisiéramos responderles a quienes argumentan que las permanencias o repitencias pueden provocar frustraciones en los estudiantes; lo que realmente provoca frustración en nuestros jóvenes es la ignorancia, la ausencia de un futuro mejor y la simple conciencia de sentir que para quienes desde el Gobierno marcan los destinos de su educación, ellos no son importantes; son solamente un número en una planilla de Excel.
La nota fue realizada por el Lic. Damián R. Arregui. Profesor en EGB 1 y 2, Profesor en Lengua y Literatura para Tercer Ciclo y Polimodal y Licenciado en Educación. En la actualidad ocupa el cargo de Director Coordinador en la Dirección de Bibliotecas, Organismos Artísticos e Industrias Culturales del Municipio de General Pueyrredón y de Director del Centro de Estudios y Formación Dr. Ramón Carrillo de la ciudad de Mar del Plata. También se desempeña como docente en Escuelas Secundarias.
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