
Me quedo con aquellos colegas que salen de la comodidad y se rebelan ante las adversidades, no quedándose aprisionados en la queja sino procediendo en pos de miradas superadoras y transformadoras.
Están quienes alzan banderas y reclaman lo que es justo. También, aquellos que se quedan disfónicos porque nadie los escucha. En ocasiones dan la vida (o la dejan en el camino) por una lucha desigual que en el peor de los escenarios se encuentra con el abismo de la finitud.
Se ha vuelto habitual que las autoridades -aquellas que toman fuertes decisiones- no respalden ni inviertan en el derecho de la educación, generando al mismo tiempo que una parte de la ciudadanía crezca en animosidad, enojándose con los docentes porque ante sus airadas protestas ven interrumpido el tránsito.
¿Qué pasó para que una profesión que supo ser reconocida socialmente y hace muchos años, haya caído en el desprestigio y la humillación, aun siendo digna desde sus genuinas intenciones?
¿Cuál es la expectativa de la sociedad hacia los profesores de educación secundaria, que muchas veces llegan a las aulas para hacerse cargo de cuestiones cuyas complejidades exigen competencias para las cuales no están preparados? ¿Por qué un docente es señalado en su falta por aquello que hace o deja de hacer?
¿Cuál es el fundamento del oficio en estos días, en que el señalamiento y la crítica aguda pasa por el “nivelar para abajo”, quedando el conocimiento puro en un segundo plano, desplazado de las prioridades más urgentes?
Y la pregunta más importante de todas: ¿adónde se sigue alojando el gen de la vocación ante un escenario que ofrece más disgustos que alegrías?
La pandemia del coronavirus puso en evidencia que el sistema educativo se basa en la presencialidad. Las pocas soluciones que se han encontrado a partir de este contexto dependen del uso y adquisición con el sello de la tecnocracia. En este día que homenajea a José Manuel Estrada (1842-1894), su memoria se daña al descuidarse un conjunto de asuntos imprescindibles: la falta formación docente, la deficiencia de infraestructura y la ausencia de salarios dignos. Más aún: pocas realidades deben ser más tristes que un docente llegando a un aula en donde no hay estudiantes.
Y sin embargo, en ese remontar, son los profesores aquellos que sostienen el sistema, le dan sentido y significación, abrazan la causa de los adolescentes y también los acompañan. Ponen amor allí donde habita el sueño y la desesperanza, el entusiasmo y la apatía, la pertenencia y la exclusión.
Entre esas fronteras, qué mejor combate que el cultivo de mensajes conducentes a acciones emancipadoras.
(Dedicado, especialmente, a docentes de Chubut).
Foto: Escuela Rural de Bella Vista está ubicada a 110 kilómetros de Río Gallegos por la Ruta Nacional N°40, y en la actualidad cuenta con dos pequeños en Jardín de Infantes, cinco de Nivel Inicial y dos en Secundario.
Sé el primero en comentar