Pensar en ir a la escuela maestros, estudiantes, directivos, asistentes escolares, todos, lo hacemos con algunas emociones que aparecieron después de levantarnos pero que, en muchos casos, ya conocemos de otros momentos. Ninguno llega como bajado de una nave espacial sin sentir nada. Los adultos en ciertas ocasiones estamos preocupados o distraídos de la realidad y concentrados en la lista de tareas que tenemos ese día.
Pero lo que pasa con ustedes, los estudiantes, es diferente.
¿Alguna vez sentiste que ir a la escuela era lo peor que iba a pasarte en el día? (y no por tener que estudiar o escuchar a los maestros). La pregunta es si sentiste ese nudo en la panza y tuviste lágrimas en los ojos al pensar que nuevamente ibas a “exponerte” frente a tus compañeros; si alguna vez quisiste que tus zapatos fueran tan pesados como para no poder seguir dando pasos.
O si tuviste días que al levantarte sentiste muchas ganas de llorar porque sería otro día en el que ibas a estar solo/a en los recreos.
O quizás nunca sentiste nada de eso, pero sí te pasó de ir camino a clases y discutír con tus hermanos o con tus papás y llegás a la escuela de mal humor, enojado/a y con ganas de romper todo a tu paso. O, a lo mejor, no hubo discusión sino algún comentario o gesto que te molestó.
También puede ser que hayas visto llegar a la escuela a alguno de tus compañeros angustiados o enojados.
Con esos pensamientos y sentimientos, con esas ganas de no estar o de romper todo, con la necesidad de que te miren y tengan en cuenta, de que alguien entienda lo que te está pasando, entrás al salón.
Las situaciones del aula pueden ser muchas, pero seguramente no falta esa que te lastima, la que sabías que no iba a faltar, pero esperabas que hoy no ocurriese. (Cualquiera que estés pensando en este momento, la primera que se te venga a la cabeza. Esa que tenés tan escondida y lastima).
La indiferencia, las descalificaciones, las burlas, las comparaciones malintencionadas duelen.
La impotencia que se siente cuando te dicen que no sos como tu hermano/a, o cuando en una palabra reconocés tu apodo…
Todas esas actitudes hieren aspectos de la personalidad y generan, en principio, frustración que termina convirtiéndose en angustia, inseguridad y muchas veces violencia.
Si te sentiste identificado en este texto o si pudiste reconocer a un compañero, a un alumno, a tu hijo, lo más importante que tenés que saber es que hay que hablarlo. Encontrar el adulto dentro de la institución dispuesto a escucharte y a ayudar. Nunca se está solo y el diálogo siempre es el primer paso para encontrar la solución. Te invitamos a leer «Acoso escolar y bullying» para más información.
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