
Un maestro que invente, que provoque, que sea “Un maestro ignorante”, que se pregunte y pregunte a sus estudiantes, provocando la reflexión es un maestro que sabe que reflexionar fortalece la conciencia, y que quien no reflexiona puede llegar a no emitir juicios ni a tomar decisiones, es un maestro que está habilitando la posibilidad de elegir entre diversas alternativas, educa en la posibilidad de ser autónomo, de pensar en forma autónoma y por tanto educa en la posibilidad de pensar la posibilidad de negarse a hacer algo.
Hannah Arendt, publicó en 1963 un reportaje sobre el proceso a Eichmann, allí presenta a un Eichmann que no parecía perverso ni sádico, ni cínico ni un fanático doctrinario. Ni siquiera parecía odiar a los judíos.
La autora sostiene que Eichmann “no supo jamás lo que hacía”, no tuvo conciencia real de la naturaleza criminal de sus actos y del significado de lo que estaba haciendo. Parecía más bien un payaso que un monstruo, actuó mal superficialmente, porque no pensó sus acciones, se quedó en la superficie de las cosas. Cuanto más superficial sea el análisis al que está acostumbrada una persona, mayores serán sus posibilidades de ceder al mal ante una crisis o cuando debe tomar decisiones morales que puedan llegar a comprometerlo poniendo en juego su seguridad o estabilidad. Se da un proceso de banalización del mal en el que quién no actúa como piensa, termina por pensar como actúa; la superficialidad es enemiga del bien, de la verdad y de la libertad. Las personas somos siempre libres de elegir nuestras acciones, no así sus consecuencias, pero por pequeño que sea un cambio hacia el bien, tendrá consecuencias graduales y acumulativas. Reflexionar y profundizar estimulan la sensibilidad moral, permiten distinguir y tener la conciencia activa para no desarrollar acciones aberrantes. Permite racionalizar, esto es buscar razones razonables que justifiquen las acciones, y por lo tanto permite tomar distancia de la negación del problema y la realidad. ¿Dónde se esconde la banalidad del mal? ¿Donde se margina o se silencia la dialéctica del logos, la diferenciación entre falso y verdadero, entre mal y bien?
Cuando comienza a licuarse el pensamiento, la ciencia se hace esclava de la técnica, se comienza a minimizar el uso de la razón y la razonabilidad para distinguir entre verdadero y falso, entre el bien y el mal, todo se licúa, comienza el pensamiento líquido, el amor líquido y la educación líquida. El testimonio de Hanna Arendt sobre los nazis y la banalidad del mal, muestra que la mayoría ni eran monstruos ni estaban locos, “simplemente” renunciaron a su razonabilidad, abandonaron su dignidad como humanos, allí está el poder del mal, en la confusión y en el poder de lo irrelevante, en la atracción por lo inmediato, por lo fácil, por lo que no implica esfuerzo. En cierta forma quizá la formación docente también es víctima de la banalización del mal, necesita pensarse, elegir qué tipo de educación quiere, especificar su paradigma, intentar conocer las consecuencias, ejercer cierta razonabilidad institucional que permita achicar brechas entre pensamiento, discurso y acción, analizar sus prácticas y asumir la existencia del problema, sin licuarlo, sabiendo que serán estás decisiones las que determinen las consecuencias.
En “Los retos de la educación en la modernidad líquida”, Zygmunt Bauman reflexiona sobre los desafíos de la educación contemporánea frente a la sociedad líquida, capitalista, consumista y globalizada. Desde la profunda crisis de la “educación sólida“ se mira la contemporaneidad y sus parámetros de valor y de demanda educativa, proponiendo la necesidad de situarse fuera de la trampa economicista para que saberes y quehaceres en diálogo puedan construir una nueva ciudadanía. Desde un síndrome de la impaciencia, en la que el tiempo es acelerado y esto se refleja tanto en la producción como en el consumo; “toda demora, dilación o espera se ha transformado en un estigma de inferioridad” (Bauman, 2005:22). Entonces, ¿qué tipo de educación es posible con esta percepción social impaciente y apresurada? la educación es necesariamente un proceso, requiere tiempo y necesita paciencia, aprender provoca miedos y angustias porque genera rupturas con visiones previas del mundo. ¿Cuál sería entonces el papel de la educación en este marco social? ¿Educar a personas de mentalidad líquida para poder andar por las superficies de las cosas y los fenómenos? ¿O puede la educación ser el contrapeso de esta mentalidad imperante comprometiéndose de alguna manera con un proceso creativo y ético bien diferente?
La educación ya no tiene su valor conectado al conocimiento duradero y a la formación de las personas cultas, la modernidad líquida ya no busca lo duradero, las cosas se consumen, se gozan por un tiempo breve y se tiran. No hay posesiones ni vínculos de larga duración, liberarse de las ataduras es un mandato, eliminar el compromiso y las obligaciones deshaciéndose de las cosas, conocimientos y personas cambiándolos rápidamente por nuevos objetos de deseo inmediato. El conocimiento, en esta perspectiva es algo instantáneo, acotado, ameno, liviano, rápido, circunscrito a un contexto inmediato y concreto, es una mercadería que tiene la urgencia de aportar novedad y ser diferencial respeto al conjunto de saberes; “el destino de la mercancía es perder valor de mercado velozmente y ser reemplazada por otras versiones ‘nuevas y mejoradas’.” (Bauman, 2005:.30)
¿Cómo la educación puede habitar el siglo XXI si su propia esencia es profundamente cuestionada? ¿Se trata solamente de adaptarse a los nuevos tiempos? ¿Se trata de algo más profundo? El cambio contemporáneo es de naturaleza errática e imprevisible y esto ataca directamente a la cuestión de la educación y del aprendizaje. “…el mundo, tal como se vive hoy, parece más un artefacto proyectado para olvidar que un lugar para el aprendizaje.” (…) “el aprendizaje está condenado a ser una búsqueda interminable de objetos, siempre esquivos que, para colmo, tienen la desagradable y enloquecedora costumbre de evaporarse o perder su brillo en el momento en que se alcanzan.” (Bauman, 2005: 33) En apariencia todo es volátil, flexible, fluido, entreverado, ambiguo, plástico, paradójico, incierto, de corta duración e incluso caótico.
¿Cómo educar reflexivamente en esta vorágine de sucesos? ¿Cómo pensarnos como educadores sin licuarnos ni banalizarnos? ¿Cómo dar sentido a nuestra propia formación?
Bibliografía
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Althusser, L. (2003). Ideología y aparatos ideológicos de Estado Freud y Lacan. Buenos Aires: Nueva Visión.
Arendt, H. (2003). Eichman en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Barcelona: Lumen.
Bauman, Z. (2005). Los retos de la educación en la modernidad líquida . Barcelona: Gedisa.
Cullen, C. A. (1997). Crítica de las razones de educar: temas de filosofía de la educación. . Buenos Aires: Paidós.
Geneyro, J. C. (2007). Ética, Ciudadanía y Democracia. Contrastes Colección Monografía 12 [ISBN: 978-84-690-4782-8] , 257-265.
Kohan, W. O. (2013). Simón Rodriguez, El maestro inventor. Buenos Aires: Miño y Dávila.
Rancière, J. (2003). El Maestro Ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual. Barcelona: Laertes.
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