
El buscador de palabras se puso a buscar aquella que tanto le gustaba, SU palabra, esa que reunía muchas otras.
Y subió al cielo pues le pareció que la palabra podía ser «sol» por lo mucho que brillaba y el calor que le daba cuando más lo necesitaba… pero no era SU palabra, la suya significaba mucho más que «sol» y no quemaba.
El buscador recorrió los bosques pensando que quizás la palabra fuera «árbol» porque se podía ver desde abajo, podía refugiarse a su abrigo y sentirse protegido… pero tampoco era «árbol» la palabra que buscaba. La suya reconfortaba mucho más que «árbol» y no tenía la aspereza de su corteza.
Así que se marchó a la playa convencido de que «mar» podía ser la palabra que andaba buscando; por su paz, porque solo estar a su lado le transmitía calma, porque mar y buscador se conocía tanto, que podían pasar horas mirándose sin hacer nada más… pero no, tampoco era «mar» SU palabra.
El buscador pensó que aquella palabra tan necesaria, la que buscaba, la SUYA, podría tal vez ser «chocolate» por su dulzura y firmeza al tiempo. Porque para el buscador esa palabra era como una recompensa y su sola presencia le embriagaba… pero no, la palabra que buscaba tampoco era «chocolate» porque la fragancia de SU palabra era mucho más personal y estaba mucho más cerca de la ternura.
Así, el buscador de palabras, con el ánimo algo decaído y la desilusión que produce haber perdido la batalla regresó a casa. Fue entonces cuando encontró en el porche a SU palabra; Cuatro sencillas letras idénticas dos a dos.
La abrazó y pudo sentir el calor del sol, el refugio del árbol, la calma del mar y la dulzura del chocolate unidas a un millón de palabras más en un solo instante. Sin duda el buscador había encontrado la palabra que andaba buscando, SU palabra: PAPÁ.
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