Poco después de la Revolución de Mayo, y tras la partida de los últimos efectivos españoles establecidos en Puerto Soledad, las Islas Malvinas quedaron prácticamente abandonadas. Así desapareció todo rastro de autoridad política o militar en la zona, que quedó a merced de la acción destructora de los barcos balleneros, sin ninguna clase de control. Las duras condiciones que impusieron las guerras de independencia impidieron que los sucesivos gobiernos de las Provincias Unidas generasen acciones para la ocupación y ejercicio efectivo de la soberanía sobre las islas durante 10 años. Recién en 1820, las autoridades nacionales enviaron a la fragata Heroína, al mando del coronel norteamericano Daniel Jewett, con el fin de tomar su control efectivo a nombre del gobierno del Río de la Plata. Esta decisión estuvo acompañada de una serie de actos soberanos: se prohibió la caza y la pesca en las islas, los barcos que navegaban por la zona fueron informados de que se encontraban en jurisdicción de las Provincias Unidas. La iniciativa no generó protesta alguna, ni tampoco afectó la firma del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación por el cual Gran Bretaña reconoció la independencia del Río de la Plata en 1825.
En 1823 fue designado gobernador Pedro Areguati. Por entonces se concedieron privilegios para el desarrollo de la ganadería vacuna y la pesca en la Isla Soledad a la sociedad compuesta por Jorge Pacheco y el francés naturalizado Luis Vernet. En vistas del éxito de la iniciativa, a principios de 1828 el gobierno de las Provincias Unidas amplió esta concesión, asignándoles el monopolio de la pesca. En 1829, Vernet fue designado como de primer comandante político y militar de las islas, exponiendo en su nombramiento los fundamentos de soberanía sostenidos por las autoridades porteñas, que aludían a la posesión previa de España, justificada por el derecho de ocupación y reconocida en su momento por las potencias marítimas, y a los derechos sucesorios que correspondan al gobierno de la República Argentina.
Comienza la ofensiva británica
El ejercicio efectivo de la soberanía sobre las Islas Malvinas provocó la reacción de intereses comerciales ingleses y norteamericanos, poco dispuestos a aceptar la jurisdicción nacional y las restricciones al ejercicio de sus actividades depredadoras. En 1829, un ciudadano inglés residente en Buenos Aires solicitó a su gobierno el establecimiento de una colonia en las islas, argumentando su importancia estratégica para fortalecer el poderío naval británico, eliminar las actividades de piratería, facilitar la pesca de ballenas y acrecentar el tránsito comercial con Australia. Inmediatamente, el cónsul británico protestó por la designación de Vernet, realizada sin tomar en consideración las pretensiones inglesas. En la nota agregaba que si bien las fuerzas de su Majestad habían evacuado las islas en 1774, para generar “economías”, no habían renunciado a la soberanía.
Por entonces, la actividad pesquera estaba causando estragos. En 1831, el gobernador Vernet comunicó a las autoridades de los buques balleneros las restricciones que pesaban sobre la caza de focas, actividad sobre la cual él mismo gozaba del monopolio, y dispuso la captura de tres buques norteamericanos, el Harriet, el Superior y el Breakwater, que ignoraron su advertencia. La decisión provocó un airado reclamo del gobierno de los Estados Unidos, que desconoció los títulos esgrimidos por las autoridades argentinas y la de Vernet. A continuación se dispuso que la corbeta U.S.S. Lexington, fondeada por entonces en el puerto de Buenos Aires, se trasladara a los mares del sur para proteger la actividad depredadora de los barcos norteamericanos. El 28 de diciembre la Lexington arribó a Puerto Soledad, destruyó el asentamiento nacional y tomó prisioneros a la mayoría de sus ocupantes. Su capitán, el comandante Duncan, suprimió toda forma de gobierno sobre las islas.
Estos sucesos producidos motivaron la reacción de las autoridades porteñas. El 15 de noviembre de 1832 asumió como gobernador el mayor Esteban Mestivier. También se enviaron 25 soldados y se decidió crear un establecimiento penal para consolidar la ocupación. El gobierno de los Estados Unidos decidió quemar las naves y comunicó a las autoridades británicas que estaba dispuesto a reconocer la soberanía inglesa a cambio del otorgamiento de derechos de libre pesca. La Doctrina Monroe, que tan útil había resultado para consolidar su predominio en buena parte del continente, era así archivada para privilegiar los intereses económicos concretos de las empresas pesqueras norteamericanas. De este modo, el principio “América para los (norte) americanos” bien podía trocarse por el de “Malvinas para los ingleses”, cuando las circunstancias lo aconsejaban.
Invasión, negociaciones y rebelión
Alentado por el respaldo norteamericano y su garantía de no intervención, el gobierno inglés decidió invadir las islas y apropiarse de ellas. El 20 de diciembre de 1832 la corbeta Clio arribo a Puerto Egmont y su capitán, comandante Onslow, se estableció en el antiguo fuerte. El 3 de enero de 1833 se produjo el desembarco, izándose la bandera inglesa en las islas. Las autoridades argentinas abandonaron el territorio el 5 de enero, encabezadas por el comandante José María Pinedo, argumentando la imposibilidad de confrontar con fuerzas tan superiores.
El 17 de junio de 1833, se iniciaron las negociaciones diplomáticas entre las partes, con motivo de la presentación de una protesta formal del representante del Río de la Plata ante el gobierno inglés, Manuel Moreno. Mientras tanto, el descontento en las islas crecía entre los criollos, debido al incremento de las tareas impuestas y los frecuentes abusos de autoridad de que eran víctimas. Finalmente, el 26 de agosto de 1834 un grupo de ocho argentinos, liderado por el gaucho entrerriano Antonio Rivero, armado con facones, espadas y boleadoras, tomaron la comandancia e impidieron que la bandera británica flameara durante cinco meses. Algunos relatos agregan que los patriotas habrían izado el pabellón nacional. A partir de entonces, Rivero y sus gauchos adquirieron una dimensión mítica, al expresar magníficamente el sentimiento nacional y el compromiso inclaudicable de los argentinos con la causa malvinense.
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