«Se elimina la repitencia en las escuelas secundarias».
Palabras más, palabras menos, esos títulos mediáticos, que suelen ir acompañados de imágenes recurrentes y poco originales de aulas vacías con sillas arriba de los bancos, parecieran anticipar una catástrofe. Incluso, crean una animosidad en quienes de por sí -y con razón- manifiestan sus preocupaciones respecto del problemático devenir del sistema educativo, pero también vale decir que el impacto de la noticia confunde más cuando se toma la parte por el todo.
El Ministro de Educación Alberto Sileoni dio a conocer las modificaciones que se implementarán en el nivel medio a partir del año próximo. Entre todas ellas, la que causa más polémica es el hecho de que los estudiantes no repetirán más de curso. Dicho así, ligeramente, da lugar a equívocas interpretaciones, centradas generalmente en el descrédito del trabajo docente, el facilismo para los jóvenes y en la vulnerabilidad de una escuela frágil que no construye sentido sino que asume la laxitud de una puerta giratoria.
Para comprender la medida, es importante precisar algunos asuntos. Por lo pronto, la decisión va acompañada de otras realidades complementarias: entre otras, generar articulación entre saberes y niveles (de primaria a secundaria, de secundaria a teriarcios, universitarios o mercado laboral), brindar mayor acompañamiento a estudiantes que no pueden acreditar materias, generar otras instancias de construcción de conocimiento, involucrar a las familias para que puedan seguir la trayectoria de sus menores a través de una libreta digital.
Rápidamente, en las redes sociales -que hoy ocupan el lugar de algo así como la «opinión pública»- se generaron debates y cuestionamientos al respecto. En profesionales de la educación, ese resquemor resulta más intenso porque también el cuerpo docente se siente interpelado por su propia coyuntura: hay en esa disconformidad un desencanto por la relación desproporcionada entre poco sueldo y muchas horas de trabajo, una implícita presión a tener que aprobar a los estudiantes cada vez con menores contenidos en su haber, y una creciente impotencia por ya no poder contener a estudiantes que llevan a la escuela conflictos de diversa índole capaces de exceder a la institución educativa.
Sin embargo, hay algo a tener muy en cuenta: el derecho de la educación, del cual Argentina hizo una bandera, debe mantenerse; y si las ruinas de un sistema son cada vez más evidentes, entonces es necesario empezar a construir o sostener desde algún lugar.
Si la crítica negativa pasa por el hecho de la repitencia o no, el eje está puesto en que aprobar es sinónimo de aprender, algo que no siempre ni necesariamente son sinónimos. La repitencia ni siquiera es motivo de debate en diversos lugares del mundo, directamente está comprobado que frusta a los estudiantes, los quita y aleja del lugar de pertenencia a un grupo, y hace que en ocasiones terminen abandonando la escuela. Es decir, no mejora ni optimiza los aprendizajes.
Según estadísticas oficiales, apenas 22 de cada 100 estudiantes en Argentina termina a tiempo y forma sus estudios de nivel secundario. Con esa alarmante cifra algo hay que hacer en pos de revertirla; y las transformaciones deben realizarse desde el propio sistema, no a través de factores ajenos a él.
En una sociedad tan partida como la argentina, se requieren crear estrategias para que los adolescentes tengan sentido de pertenencia a una escuela. No consiste en retenerlos como si fueran parte de una manada, sino convocarlos para que desde allí inicien caminos de realización personal. Hoy estudiar no es acumular conocimientos sino descubrirlos para hacerlos circular.
Alguien podría suponer que la mirada expuesta en el párrafo anterior tiene mucho de idealización e ingenuidad. Tal vez. Pero eso no quita que ser docente implica creer en una idea, sostener un sueño, al menos intentarlo. Si los profesionales de la educación se niegan de antemano, entonces qué quedará para quienes son los verdaderos protagonistas del sistema.
El nuevo plan piensa períodos de intensificación más amplios, acreditación de materias pendientes en días sábados, titularización de cargos y concentración de horas para que, habiendo menos materias, los docentes puedan disponer de más tiempo y dedicación a cada estudiante en particular sin tener que trabajar innumerable cantidad de horas en diversas escuelas.
La no repitencia significa volver a recursar las materias pendientes por año y no el ciclo lectivo completo. Y esa regla aplica a contar con un máximo de cinco asignaturas pendientes, de manera que es discutible hablar de un sistema que queda denigrado.
Ante tal contexto, se requiere un despertar de la vocación. No existe la educación perfecta ni las instituciones sin conflictos. Si alguien pretende que con estas modificaciones se hallarán las fórmulas mágicas para convertir en potencia a la educación en Argentina, cometerá una gran equivocación; de igual manera, si se piensa que con estas medidas hay una vía de acceso a los abismos.
En tiempos de crecientes crisis a toda escala (social, económica, cultural, polírica, moral y, desde ya, educativa) es necesario que los estudiantes puedan tener más continuidades que rupturas en sus trayectorias escolares. Eso no significa dar por servido el «aprobado», sino pensar la educación en otros términos: como un encuentro en que se humanizan las personas y en que se crean oportunidades para estar mejor. La educación secundaria no debe concebirse como un espacio para formar especialistas sino para acompañar subjetividades que puedan vivir en sociedad.
Los actores de la educación como los docentes atraviesan muchas adversidades que, sin lugar a dudas, desalientan; pero su rebeldía no tiene que ser contra los jóvenes ni contra la escuela, en todo caso contra un mundo en que la comunicación es distinta y opera desde la omnipresencia de la hipercomunicación que aísla.
La Ley Provincial de Educación N° 13.688 está vigente desde 2007. Casi dos décadas después, es lógico que se revise. Y el punto de partida es que tanto los consensos como las transformaciones surjan desde un estado de la cuestión que detecte las debilidades para revertirlas. En cualquiera de los casos, se necesita a pibes en la escuela, no fuera de ellas.
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