Cinco de la tarde, recojo a los niños del colegio. Hoy estoy muy, muy cansada. Intento que entren en el coche para llegar volando a baloncesto. A veces me pregunto si voy yo o ellos porque por las prisas que se dan, parece que la del interés soy yo.
Les pido al menos siete veces que metan la mochila en el maletero. Cuando por fin, con desgana la dejan caer a los pies del asiento, yo, que ya estoy desquiciada y con un plus de cansancio, cierro la puerta del coche y mirando por el espejo retrovisor (esto el lo que se conoce como la típica bronca de retrovisor), les digo muy enfadada:
– ¡Vamos a ver, ¿es que nadie me escucha cuando os hablo?! ¿Cuántas veces hay que repetir las cosas para que me hagáis caso? ¡PARECE QUE TODO OS LA BUFA! (este último comentario es consecuencia del cansancio pero como dije, hoy voy que me arrastro)
Silencio total, casi el vacío.
Cuando ya me doy por satisfecha porque creo que la riña a surtido efecto , Rebeca me pregunta muy seria:
– Mami.
-¡QUÉ! (Este «qué» es rotundo y contundente porque cuando uno se enfada debe mantener el enfado al menos unos diez minutos, menos es tontería)
– Bufa, ¿es con «b» o con «v»?
Ser padre es durísimo porque te obliga a mantener el tipo en situaciones prácticamente imposibles. Pero como solo me veían por el espejo retrovisor, bastó con moverlo un poco para que no vieran que casi no podía aguantar la risa.
Respiro tres veces y le contesto seria.
– ¡CON «B»!- Casi con la misma contundencia que mi primer «QUÉ» (¡Que ya es de nota!)
Silencio. Y remata:
– ¿Y bufa es lo que suena o lo otro?
¡¡Me rindo, batalla perdida!!
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