Si bien quienes concurren a los Jardines de Infantes son todos niños, no todos transitan la misma Infancia, ya que ésta no puede definirse por su base biológica, sino que designa un período vital cuya definición es resultado de un proceso de construcción social: no tiene que ver con cuestiones simplemente de edades, sino de construcción de subjetividad, de pensamiento, de vínculos, de deseos. Algo similar ocurre con el concepto de familia, cuyo contenido – dada su historicidad- ha experimentado transformaciones sucesivas. Es por eso que el término “familia” extiende sus alcances a todas las configuraciones familiares, entendidas éstas como estructuras diferentes y legítimas que asumen las funciones familiares, aunque con distintas posibilidades sociales y culturales. La heterogeneidad social y vincular que existe en nuestras comunidades conduce a pensar que la composición nuclear – extensa puede resultar insuficiente para nombrar la amplia gama de posibilidades y de formas que la familia adopta: uniparental o monoparental, ensamblada, ampliada, entre otras. Son éstas algunas de las nuevas formas que aparecen, en las que los sujetos no siempre encuentran las figuras tradicionales: mamá, papá, hijos. Mamá puede ser a su vez hija adolescente de “otra” mamá y el abuelo convertirse en padre o representar la figura paterna… Puede que el niño crezca con un papá de otros niños y no con el suyo propio, y puede que papá o mamá sean figuras ausentes en la etapa de crianza; todas éstas formas que ponen en evidencian una ruptura con las representaciones tradicionales.
Los vínculos entre mujeres y varones, así como entre otros actores, se vuelven contingentes, temporales y los proyectos de convivencia no obedecen a patrones inmutables, por lo que las familias en muchos casos, se constituyen por un tiempo y se reconstituyen en otros. En esto inciden innumerables factores: económicos, culturales, morales, que representan la constitución de los vínculos personales y sociales que caracteriza a la sociedad del siglo XXI.
Si se tiene en cuenta que en el país cerca del 35% de los hogares se organizan alrededor de una sola figura parental ( la mujer–madre en su mayoría), es conveniente pensar en términos de familias y no reducir a un solo modelo-forma la posibilidad de nombrar al grupo familiar del niño. Si no es conveniente nombrar a este grupo social por sus formas, es más pertinente, tal vez, hacerlo a partir de sus funciones o roles. El ser humano requiere de asistencia y cuidado para sobrevivir; pero no sólo necesita alimento y abrigo, sino que requiere de vínculos afectivos – amor, límites y cobijo – para desarrollar su estructura personal, posibilitando incluirse como Yo en vías de reconocerse por diferenciación con otros y socializarse, formar parte de la comunidad en la que nació y crece. Una de las funciones familiares tiene que ver, justamente, con el afecto que permite a los niños sentirse amados por otros que los amparan, pero que a su vez van trazándole límites a su natural egocentrismo. He aquí funciones de subjetivación. Construcción subjetiva que requiere también de la cultura, cultura entendida como herencia, legado de todo aquello producido por el actuar humano y que por tanto produce humanidad en los recién llegados (Arendt, 1996) la historia, el arte, los modos de producción, las costumbres, los valores… El universo de significaciones en que nace y debería incluirse. Cultura para que se integre, para que la cuestione y la transforme. En este punto aparece también la constitución del sujeto político y ético, capaz de introducir disenso (transformar, rebelarse, cuestionar-se), incorporarse al espacio público como ser dialogante.
Diseño Curricular de la Educación Inicial – Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba (2011-2015, Pág 14-15)
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