El “ otro” cruce de los Andes

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El “ otro” cruce de los Andes Las descripciones tradicionales en los libros de texto, nos muestran la figura erguida de San Martín sobre un brioso caballo, contemplando inmutable, el pasaje de la cordillera por una interminable fila de soldados. La otra versión del cruce de los Andes, aquella escrita por sus propios intérpretes, no es tan aséptica.
Sin embargo, por dura , no deja de ser tocante, grandiosa y humilde a la vez, sacrificada y heroica, tal vez más que en las figuritas de los libros…
“Las dificultades que tuvieron que vencer para el paso de las cordilleras, solo pueden ser calculadas por el que las haya pasado” – escribía San Martín al general Miller desde el destierro – las principales eran la despoblación, la construcción de caminos, la falta de caza y sobre todo, de pastos…
“ La columna mercurial marca bajo cero, las condiciones climáticas son adversas : viento y escarchilla. Algunos animales trastabillan, se niegan, vuelcan las cargas o ruedan arrastrando a sus jinetes, otros requieren tironearlos de las riendas y animarlos a gritos y latigazos…toda la tropa iba montada en mulas y marchando en desfiladas por los estrechos senderos, pero organizada a la manera de arrias…El camino de los Patos, mas largo que el de Uspallata…es más frígido por especiales condiciones climatológicas y mucho más fragoso en partes, porque el trayecto corre a través de grandes alturas y dentro de un macizo cortado a pique en sus contornos, sin más horizonte que las montañas nevadas que lo dominan…”

«Aridas, de vegetación raquítica y cortadas por zonas desérticas, dibujan figuras de castillos, hombres y animales fantásticos; sus colores recrean la vista. La atmósfera se va enrareciendo gradualmente, los corazones se aflojan, se producen hemorragias, los miembros se entumecen y los cuerpos quedan ateridos por el frío o sepultados bajo la nieve. Es una proeza hacer pasar los cañones por tan estrangulantes angosturas. No son medibles por relojes las horas en que la gente espera noticias de ejercito de los Andes; duran una eternidad. Nadie abandona las esperanzas, pero graves temores asaltan los corazones. Y el propio Director Supremo, que tanta confianza tiene en el general en jefe, cuando se informa de que hubo 400 bajas entre enfermos, desertores y tullidos, se desespera; contempla súbitamente entenebrecido el horizonte… “
“ Un desusado rigor acosa a los jinetes, que marchan en desfilada según los accidentes del terreno por huellas de una sola herradura (centímetros de ancho) en las que eventualmente cabe una sola cabalgadura, y pese a la orden de avance lento para disminuir los estragos de la puna, los hombres avanzan cuidándose del mínimo detalle topográfico con los 5 sentidos puestos en el sendero para no desbarrancarse en los precipicios. Los jinetes dejan librado al instinto de las cabalgaduras la elección del camino, del rastro, del terreno, del lugar de asentamiento del vaso.

Ya no hay orden de marcha, los grupos se disgregan peligrosamente, las fracciones se estiran en aquellas ásperas cumbres . Algunos animales caen exhaustos, otros desfallecen sin esperanzas o se dispersan tironeando las riendas que se escurren de las manos entumecidas. La muerte cobra nuevas víctimas… Perecieron muchos hombres atacados por el soroche, los unos, y helados los otros. Su número llegó a 300. En la cumbre hizo un frío tan intenso que se helaron 60 o 70 hombres que murieron… » (Coronel Manuel A. Pueyrredón)
«Los hombres han pisado el valle, y al fin encuentran pista ancha, al fin abandonan el recelo, al fin el peligro ha desaparecido. Ya no transitan por el borde del abismo, ya no oyen rodar las piedras removidas por los cascos sobre el talud del precipicio… El impulso incita a los hombres a juntarse con los caballos, los compañeros – los compañeros del vasto espacio de la pampa añorada. ..”
La montaña los mueve a dolerse de los animales maltrechos, a renegar de las filosas piedras , a admirar al general que quiere a su caballada como a sus propios ojos, y que les dice cuando los ve curando a los caballos lisiados : «el animal agradece la paciencia, Bien hecho hijo…”
Ese general, es el mismo que ha realizado todo el cruce junto a sus hombres calzado con botas granaderas, espuelas de bronce, sable corvo morisco, sombrero de hule de dos picos, pañuelo al cuello, montado en una mula enjaezada a la chilena con los pies calzados en estribos de madera. La mula discurre a voluntad sobre los atajos, de pronto una breve granizada tapiza el gris del escenario. Cuando pasan la cumbre más alta – el Aconcagua – el general se apea, echa a tierra sus pellones de piel de carnero y se recuesta mientras el frío arrecia.

Luego bebe de su chifle dos sorbos de alcohol, desentumece sus miembros y, en tanto lía un cigarrillo, ordena a la pequeña banda del ejército que ejecute el himno nacional. Y, cuando aún resuenan en el lejano laberinto de las quebradas, las notas del » o juremos con gloria morir» en un eco multiplicado hasta su total agonía en el silencio andino, el general monta de nuevo su mula, y se pierde en la altura rumbo a la victoria…
El general es el mismo que ha ordenado azotar a los soldados para que no se duerman porque ha visto en sus campañas en los Pirineos, que quien se duerme en el frío de la montaña no despierta más. Es el general que pudo con todos los desafíos que le puso delante la montaña. Pero, algo que no pudo : evitar la muerte de muchos soldados negros, acostumbrados a recibir latigazos…»
Es el mismo general que a pesar de las órdenes de la Logia Lautaro, permitió el regreso de uno de los exiliados más importantes que habían originado las guerras intestinas: el Primer Presidente de un Gobierno patrio, don Cornelio Saavedra, desterrado en Chile por orden de los Alvearistas.

Es aquél que a pesar de haber donado la mitad del sueldo de gobernador de Cuyo, no olvidó la ayuda a quienes lo habían ayudado ni bien llegó al país. Cuando arribó, uno de sus más fieles sostenedores fue don Juan Larrea, desterrado por los alvearistas a Montevideo. La familia de Larrea quedó en condiciones de suma pobreza por lo que San Martín, destinaba parte de su sueldo al sostenimiento de la madre e hijos de su amigo en desgracia. En 1818, ya estando en Chile, recibió de Larrea (aún exiliado) estas líneas :» Usted ha querido empeñar toda mi gratitud por el interés que toma de la suerte de mi señora madre y hermanos y por la generosidad con que ha tratado de aliviarlos en sus apuros. Reciba usted por ello mis sinceras gracias y al mismo tiempo que admito la cantidad que usted ha librado a mi orden sobre Londres, permítame usted que le incluya el adjunto documento»

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Acerca de Julio Ruiz 58 Articles
Profesor de Historia. Colegio Cervantes y Jesús Sacramentado de Bolívar, Argentina. Ex Intendente de la Ciudad de Bolívar en la Provincia de Buenos Aires, Argentina en el período 1987-1991. Abogado. Integrante de la Asociasón San Martiniana en su caracter de presidente. Columnista en el Diario La Mañana. Obras Históricas entre otras: Blandengues, “La Odisea”, “Historias que hicieron cuentos”, “Paginas de una historia olvidada”. “Hubo un tiempo que fue Hermoso”una creación colectiva de ex alumnos, Bachilleres de la promoción 1972 del Colegio Nacional de Bolivar (Bs As). Los Negritos de San Martín. “La historia, un cuento y un libro”

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