Finalizando el mes de febrero, irrumpe en los medios de comunicación una noticia en la cual un docente, tras una instancia de evaluación, transmite un mensaje escrito profundo y simbólico, a una estudiante: “…nunca dejes de
creer en ti”. Expresión que motiva estas líneas, pero con la invitación a pensarla desde el lugar del docente.
En tiempos pandémicos; sin dudas, el docente se ha enfrentado al desafío de construir nuevos modos de enseñar, aprender y convivir. En este escenario muchos fueron quienes creyeron en la importancia de su rol en un
entramado social que a veces, lo ignora y amenaza reemplazarlo … En la vuelta a las aulas, el mensaje que subyace es la invitación a creer en la educación, en la importancia de su rol, para sí y para otros, construyendo así,
esperanzas.
En tal sentido, es dable mencionar que:
El docente que cree en la educación y en sus estudiantes, es un inventor capaz de crear y recrear en la adversidad, no “abandona” y avanza, garantizando la continuidad pedagógica y construyendo saberes que le permitan enriquecer su práctica pedagógica.
En el laboratorio de su hogar se animó a diseñar, proyectar, buscar, pedir, reordenar, a pensar espacios donde refugiar lo invaluable del acto de educar y la posibilidad de construir vínculos pedagógicos. Y hoy, todo este
bagaje vuelve a un espacio escolar.
El docente que cree, es un gran cuidador: cuidar nos mueve a pensar en el otro, a darnos cuenta que estamos inmersos en una comunidad que atraviesa una situación de la cual salimos como grupo humano; y en la puesta
en marcha de acciones de cuidado.
Cuidar implica, valorar, escuchar y comprender, generar confianza y empatía. El cuidar conlleva en sí mismo, el despliegue de la ternura, hoy asoma con énfasis una pedagogía de la ternura que convoca a mirarla.
Atravesamos un tiempo de contingencia, pero también de oportunidad … El docente que cree en la educación, permite equivocarse: nada más humano que reconocernos con nuestras fortalezas y debilidades. Somos
personas y como tales, nos equivocamos. El error aparece aquí como parte del proceso de aprendizaje, y moviliza la búsqueda de respuestas.
Quedó claro que no hay recetas sobre cómo enseñar en tiempos de “burbujas”; los saberes van construyéndose y de-construyéndose en el andar.
Y este, no es ni fue un andar cualquiera, es andar en una crisis mundial, que acarrea consigo una amenaza latente y constante a la vida
misma… El creer en la educación permitió avanzar con vocación y sensibilidad dejando de lado los tecnicismos, para ir en búsqueda de un encuentro humanizador que sostenga trayectorias.
El docente que cree, abrió las puertas de su hogar: con nobleza y alegría, la casa cobijo a niños, niñas, jóvenes y adultos.
Se reinventaron las aulas y se adecuaron los espacios en el cual, además, se habita con otros: la familia; una familia que se reencuentra con el docente y con este gesto de dejar entrar al hogar, de invitar, pasa a ser parte
constructiva del sostén y defensa de la tarea de enseñar y de aprender… Todas las acciones a las que se hizo referencia, vuelven a la escena, esta vez con la esperanza de buscar a quienes quedaron “en
los márgenes” y recuperar esa instancia de encuentro que salva, contiene y construye sentidos de vida.
Sin dudas, el docente defiende la igualdad de oportunidades; cree en ella, y en este acto subyace la esperanza.
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